Apuntes de la Realidad (IV): Retazos de la Juventud a través de mi propia vida (Gustavo González Urdaneta)

 Apuntes de la Realidad (IV): Retazos de la Juventud a través de mi propia vida

Gustavo González Urdaneta

Miami 29 julio 2022

 

La actividad social en la juventud fue muy intensa, en particular, a partir de cuarto año de bachillerato cuando teníamos dieciséis primaveras y en Caracas se hizo viral festejarle sus quince años a las “hijas de papá”. Era la época de las grandes orquestas, la competencia entre la Billo’s, los Melódicos, Luis Alfonzo Larraín, Sans Soucy y los cantantes de moda como Cheo Garcia, Memo Morales, Jose Luis Rodriguez, Emilita Dago, Victor Piñero, Manolo Monterrey, Cherry Navarro y muchos otros más. Quince Años…. Es pasar de la niñez a la adolescencia. Es entrar a un mundo desconocido y nuevo. Es celebrar…

 

No había quinceañera en Caracas que no exigiera le hicieran su fiesta y que sus padres botaran (se gastaran) la casa por la ventana. En su mayoría las fiestas eran en las propias casas de las homenajeadas con algunas variantes en alguno de los tantos clubs sociales. La invitación era estrictamente individual por tarjeta y exigían el RSVP. También se daban muchas fiestas de niñas no quinceañeras, que estudiaban en el exterior y, al regresar al país, sus padres querían introducirlas a la sociedad de la cual habían permanecido alejadas por varios años. El verdadero propósito era que la conocieran los jóvenes “posibles candidatos” al matrimonio futuro. Y creo que en muchos casos tuvieron éxito.

 

Igual se daban muchas fiestas propias de los clubs sociales por diferentes celebraciones (carnaval, vermuts danzantes, aniversarios del club o particulares, navidad, año nuevo, etc.), así que había un montón de fiestas a lo largo de todo el año. Muchas de ellas exigían traje de etiqueta así que mi primer esmoquin me lo compraron a los quince años y, había meses, como diciembre cuyo uso era casi diario. Tengo muchas anecdotas relacionadas con estos tiempos, así que me limitaré a algunas de ellas chistosas y que constituyeron alguna “primera vez” en mi vida.

 

Queda claro que no a todas estábamos invitados todos los amigos que siempre andábamos juntos y normalmente todos eran ignacianos, pero siempre invitaban a alguno del grupo. Recuerdo una niña que regresaba de Europa y sus padres querían que conociera jóvenes y le hicieron tremenda fiesta en su casa en La Castellana. En realidad la niña pocos conocían así que repartieron muchas tarjetas para que los allegados a la familia invitaran a sus amigos. Y así logramos ir todos; hubo otros casos que usando la tarjeta de uno de los invitados reales, imprimíamos en Chacao todas las que nos hacían falta, y la pasamos de maravilla. Recuerdo haber bailado con la niña que regresaba de Europa quien no me conocía de nada pero eso era de esperar. El truco de la imprenta lo repetimos en otras oportunidades y hay otros cuentos.

 

Recuerdo una en la Alta Florida que además de exigir tarjetas, las mismas la chequeaba un “portero” que, al final, estaba en casi todas las fiestas. En este caso, de una invitación real imprimíamos para todos y cada uno ponía en su tarjeta el nombre de uno que sabíamos estaba invitado y fuera físicamente parecido a uno, por si acaso. El truco consistía en llegar antes que él invitado. A nosotros nos confirmaban que estábamos en la lista y cuando llegaba el “propio” le tocaba sacar su identificación y en algunos casos hasta llamar a alguien de la casa para que lo identificara. Con tantos invitados era casi imposible se recordaran quien había entrado “coleado”. Mas de una vez a alguno del grupo no lo dejaron entrar pues ya había entrado quien estaba suplantando. Al final, siempre entrabamos de alguna forma.

 

En una de tantas coleadas me pasó algo bien divertido. Estaba yo en el jardín viendo la gente bailar y se me acercó una niña muy linda y elegante y me buscó conversación, a la cual evidentemente le seguí la corriente. Me preguntó mi nombre y, por si acaso, le dije el mío verdadero y ella no se inmutó. Estando en eso me preguntó si no quería bailar así que nos fuimos hasta la pista y bailamos un set completo de la orquesta. Al terminar el set me confesó que ella era la homenajeada y, que pena, pero se murió de la risa y me deseó que siguiera disfrutando su fiesta, a lo cual le hice caso. En otra resultó que la niña de la fiesta era hermana de unos amigos del San José de Mérida, y yo no tenía ni idea, pero a él si lo conocía. Él tenía que saber que yo no estaba invitado pero se me acercó y me preguntó que qué hacía en la fiesta de su hermana y no me quedó más que decirle que estaba tratando de pasarla bien, se rió y me dijo…disfrútala! Después nos tomamos juntos unos tragos.

 

Tenía varios amigos que eran miembros del Club Paraíso y me invitaban con frecuencia a las grandes fiestas y eso me dió oportunidad de entrar como si fuera Gustavo-no-me-acuerdo que era miembro y nunca tuve problemas. Una vez nos dió por querernos colear en Los Cortijos entrando por atrás a través del campo de futbol y cuando íbamos por la mitad, prendieron las luces del campo, nos agarraron a todos con las manos en la masa y nos escoltaron hasta la salida del club. Nos botaron. Allí descubrimos que lo más fácil era colearse por la propia entrada uniéndonos de uno en uno a cualquier grupo que entraba en cambote y no chequeaban a nadie. Así entramos ese mismo día. Con el tiempo entrabamos a cualquier club pues siempre había uno de nosotros que era miembro o algunos amigos que eran miembros y les pedíamos nos invitaran e incluso nos sentábamos en su mesa. Así era la juventud.

 

Según Miguel de Cervantes “La diligencia es la madre de la buena fortuna”. Estando en cuarto año de Ciencias, solía estudiar en mi casa con dos compañeros ignacianos y uno de ellos era aficionado a la hípica, yo también pero no sabía tanto de caballos y jinetes como él. Yo hablaba con frecuencia de hípica en el colegio con otro condiscípulo quien era propietario de caballos de carrera e hizo de la hípica, casi su vida. Con él conseguía los “datos”.

 

Un fin de semana, el aficionado nos anima a jugar un cuadro de 5 y 6 que creo fue de Bs.8, es decir, tres líneas (fijas imperdibles) y tres carreras con dos caballos (reforzadas). La razón de hacerlo de Bs, 8 era que, como el cuadro costaba Bs, 1, en total eran Bs. 9 y cada uno ponía tres. Dado nuestro bajo conocimiento hípico, siempre creí que la selección de los caballos la habíamos hecho al azar, es decir, hacíamos papeletas con el número de caballos en cada carrera, según el orden en la Gaceta Hípica que el aficionado había comprado, e íbamos, entre los tres, sorteando papeletas hasta que un caballo saliera 5 veces y pasábamos a la otra carrera. Así sacamos 6 líneas y decidíamos reforzar aquellas carreras que nos parecían no eran tan líneas. Retrospectivamente me dijeron que no fue así, sino que cada uno daba una linea y los refuerzos los negociábamos por mayoría.

 

El hecho es que nos pusimos a estudiar, recuerdo en mi cuarto, y prendíamos la radio para oír cada carrera. Así seguimos hasta que llevábamos pegadas las tres primeras carreras, allí cerramos los libros y nos dedicamos de lleno a ligar las otras tres. No se pueden imaginar la gritería que armábamos cuando seguíamos pegando la cuarta, la quinta y con la sexta, nos pusimos a brincar y a bailar de la alegría. ¡Habíamos pegado los 6 caballos! Tenía razón Cervantes.

Allí empezó la tortura del escrutinio. En el primero, los cuadros con 6 pagaban Bs. 200,000, se pueden imaginar la emoción de tres cagaleches de 15 y 16 años con esa cantidad, era una fortuna en 1960. La alegría se fue reduciendo y, al final, los cuadros con 6 terminaron cobrando Bs. 18,000. A cada uno le tocaban Bs. 6,000, una fortuna para quienes recibían de milagro unos 15 a 20 Bs por semana para sus gastos. Cada uno los invirtió en lo que quiso. Uno se compró un Volkswagen, otro creo que en los invirtió en las farmacias de su papa en La Guaira e Higuerote y yo me di un viaje de dos semanas a Puerto Rico con dos amigos ignacianos vecinos de El Rosal de toda la vida y, el saldo, que fue como dos tercios, se lo dí a mi viejo para que dispusiera como mejor pensara.

 

En los días y meses siguientes al cuadro de seis caballos me la pasé planificando con los dos vecinos de El Rosal el viaje a Puerto Rico y, no pregunten porque elegimos esa isla pues no recuerdo si hubo alguna razón en particular. Tampoco recuerdo si hubo alguna oposición de nuestros padres pero, en cualquier caso, al final lo debieron aprobar. Para la fecha del viaje, que era en las vacaciones de septiembre, yo era el más viejo, tenía recién cumplido 16 años y ellos apenas 15. Todos los días nos reuníamos en alguna de las casas a “soñar” con todo lo que queríamos hacer. En esa época estaba en pleno desarrollo la zona de El Condado en la isla con muchos nuevos hoteles y era muy famoso el night club del Caribe Hilton.

 

Por razones puramente económicas, reservamos habitación en lo que llamaban Guest Houses, que eran quintas privadas cuyos dueños las convertían en pequeños hoteles donde rentaban cuartos.  Afortunadamente escogimos una en pleno Condado, entre grandes hoteles y la dueña vivía en su otra quinta al lado del Guest House. La fortuna fue porque nos dieron una habitación bien amplia y cómoda para los tres que estaba en el centro de la casa y el resto de los huéspedes eran puras azafatas de líneas internacionales o de compañías de cosméticos que iban a pasar sus vacaciones en Puerto Rico. Tres pichones de hombre rodeados por puras bellezas, cada una mejor que la anterior. Recuerdo que la dueña se llamaba Hilda y prácticamente nos adoptó durante las vacaciones. Nos hizo la estadía más agradable, lo cual dado el entorno, era difícil mejorarlo. Había un asistente de Hilda, bien moreno, que era “medio mariposa” y estaba fascinado con el musculoso cuerpo de uno de mis vecinos, quien no hallaba como sacárselo de encima.

 

Todos los días pasábamos un tiempo en la playa detrás del Guest House con la mayoría de las compañeras azafatas que querían tomar el sol, dorarse la piel y nos hicimos muy amigos. Recuerdo que Hilda tenía un hijo, mayor que nosotros, que se la pasaba tratando de levantarse a las jóvenes y ellas lo llamaban “estufita” pues, según ellas, solo las calentaba, pero más nada.  Nosotros no nos atrevíamos a invitarlas a salir a bailar pues pensábamos que éramos demasiado muchachos para ellas y no les iba a interesar.

 

Hasta que un día, por fin, nos armamos de valor y nos plantamos los tres enfrente de uno de sus cuartos y tocamos el timbre. Pues, no saben lo que me hicieron estos amigos, salieron corriendo y me dejaron solo frente a la puerta y las chicas, abrieron la puerta. No me quedó más que aceptar la invitación y tomarme unos tragos con tres bellezas espectaculares en sus mini ropas playeras. Allí me tomé dos tragos y más nada pues hasta pena me dio invitarlas yo solo y menos contarles que los otros dos salieron corriendo. Otro día si las invitamos y nos fuimos a bailar y tomar tragos pero no se nos dió más nada. Estábamos muy pichones todavía.

 

Un día nos fuimos los tres solos al espectáculo del Caribe Hilton, a ver que levantábamos, pues actuaban “Los Churumbeles de España”. A Jose Fernández Ruiz, “Pepe Fernandez” como se le conocía popularmente, le costó poco formar la orquesta de Los Churumbeles de España. El portentoso violinista contaba con el apoyo decidido de sus cinco amigos y acompañantes de “Los maestros Cantores”, conjunto que había formado en 1944 y al que rápidamente se sumaron otros cinco músicos, entre ellos, el acordeonista Medardo Díez, el violinista Luis Companys, y el cantante Mario Rey.

 

Posteriormente, Fernández consiguió que ingresara en su banda el mítico Juan Legido, cuya voz acabó conquistando al gran público de México. Destacó como cantante de temas populares españoles en la orquesta Los Churumbeles de España, con la que mantuvo una carrera prolífica durante años. Popularizaron canciones como «No te puedo querer», «Doce Cascabeles», “La Leyenda del Beso”, “Lisboa Antigua”, “Las Bodas de Luis Alonso», “El Beso” o “El Gitano Señorón”. En la orquesta había un grupo mixto de varones y hembras que en sus shows sacaban a bailar una pareja dentro del público. Y eso fue exactamente lo que hicieron y una de las damas se acercó a nuestra mesa y le hice señas para que sacara a uno que se moría de pánico que lo pusieran a bailar pues no lo hacía bien. Los otros dos ya estábamos entrenados con los picoteos en su casa y los vermuts danzantes del Valle Arriba Golf Club.

A medida que empezaron a bailar, la pareja del amigo empezó a hacer figuras, dándole más vueltas que a un trompo y nosotros no pudimos aguantar la risa y llegó a hacerse tan notado que todo el público empezó a mirar simultáneamente a la pista y a nuestra mesa y empezaron a asociarnos y la risa fue general. Todo el público destornillado de la risa de cómo se veía  con la mujer haciendo lo que se le antojaba con él. Eso solo, pagó el espectáculo y después a aguantar la arrechera del amigo por la vaina que le habíamos echado. Creo que nunca nos lo perdonó. Con razón dicen que  “Cada edad tiene sus goces y sus sinsabores, y esos sentimientos se graban profundamente, hasta formar parte de nosotros mismos”. Paciencia, continua en la próxima……

 

 

Apuntes de la Realidad (V): Algunas experiencias en el tiempo de nuestras vidas hacia la vida adulta

Gustavo Gonzalez Urdaneta

Miami 1 agosto 2022

 

Si hay algo que la mayoría aprendimos en la juventud a nivel individual es lo relativo al  sexo. No se asusten, no hay nada “porno” en lo que sigue sino que el principal factor de la transición sexual hacia la adultez es la identificación sexual: proceso de aceptación del sexo como parte de la identidad personal. Involucra asumir roles, actitudes, motivaciones y conductas (experiencias) en la construcción del género. Para este proceso resulta muy importante que la identidad asumida sea confirmada por otras personas: padre, madre, docentes, grupos de iguales, entre otros. Y eso no es fácil lograr. Les cuento una experiencia común entre jóvenes de mi época.

 

Con motivo de una conversa en el Chat SIg’61 sobre la Billo’s Caracas Boys, nos contaba un compañero ignaciano, que había conocido a Memo Morales cuando pertenecía a un conjuntico musical que trabajaba en aquella industria del sexo que llamaban “El Campito”; estaba en terrenos que son de la pista del Aeropuerto Internacional de Maiquetía por allá por los años 60, donde lo descubrió el Maestro Billo. 

 

Enseguida apareció otro…” Y que hacías tu ahí metido, el Campito era el burdel más grande de Venezuela. Creo que de Sur América”; ¡así lo comentaban! A este comentario se conecta otro preguntándole al último ¿Y cómo sabias tú que era El Campito? A lo que él le respondió…” Porque, estando en la Universidad íbamos a pasear a la Guaira y nos tomábamos un botellón de cerveza cada uno, costaba dos bolívares, veíamos a las mujeres, hablábamos y bailábamos. Hasta ahí. No había plata para más nada”. Parte de la instrucción sexual individual.

 

El que inició la charla cerró el punto con dos verdades: “Una, la carne era débil, juventud divino tesoro” y la otra “El viernes previo a Semana Santa en la noche entre otras ocasiones, era visita obligada a esa industria del sexo, como despedida de días non sanctos”. Nunca fue mi razón de ir y me quedó la duda, si uno de ellos, en particular, ya conocía El Campito. A todas estas pareció otro exclamando “Cosas veredes amigo Sancho”.

 

Comparto lo dicho por los que si lo conocían pues era casi un hecho que la curiosidad guio muchas de las visitas al famoso “Campito” y además había el aliciente de cerveza económica, conversa y baile y una que otra tentación. La verdad es que era un sitio bien particular, parecía cual “templete” de pueblo, grande con muchas mesas, una mezcla muy diversa de gentes entre clientes y chicas Era común encontrarse con compañeros de otras promociones y muchos amigos. Creo que la carne siempre es débil, solo el tiempo la va limitando. Según comentó el primero “buena música, de allí salió Memo Morales para la Billo’s y el conjuntico tocaba muy bien”. El broche de cierre lo puso otro…” Coño amigos que cuento tan bueno, además de anecdótico, el sitio era demasiado divertido”. ¡Otra gran verdad! Fin de esta anécdota.

 

En anteriores articulos de esta misma saga les contaba que después de vatios eventos nocturnos solíamos encontrarnos en un bar de ficheras en Chacaíto para el night cup antes de regresar al hogar de nuestros padres. Esa es una de tantas travesuras “experiencias” que nunca supieron. El cuento es que, en mas de una vez y, a mas de uno, nos sucedió que nos encontrábamos en plena Sabana Grande con las ”chicas” e ibamos con alguna amiga o novia y teníamos que improvisar y contar cualquier sarta de las llamadas mentiras blancas. Afortunadamente teníamos suerte. Pasemos a otro evento  grupal que ayudo a conformar nuestras personalidades.

 

La Fiesta de Grado de Bachiller, no es un evento que marcó a los graduandos sino a todo el colegio. Esta anécdota, en realidad, no la considero una travesura sino la defensa de un derecho y un signo de la personalidad que nos habían ayudado a desarrollar. Les cuento, reservando los nombres y comprenderán la razón. . Hubo uno que inició los comentarios en el Chat SIg’61 con una pregunta ¿Nuestra fiesta de grado de bachilleres en el Círculo Militar, tocaron Billo’s y Jesus Chucho Sanoja y no Los Melódicos o estos dos últimos y no Billo’s? Eso enseguida le fue aclarado primero, por otro…” Billo’s y Los Melódicos con Emilia Dago y Manolo Monterey” y un tercero corroboró … “en el Circulo, Billo y Los Melódicos. La fiesta del año en toda Venezuela por unanimidad de los cronistas sociales”. Totalmente cierto.

 

Uno de ellos comentó al respecto, …” la fiesta causó tanto revuelo en toda Caracas que los curas ya no patrocinaron más fiestas de graduación, la nuestra fue la última”. Un cuarto comentó… “Para recaudar fondos se pasó la película "Gigante", y se sobrevendieron tanto las entradas que había gente sentada en el piso”. GIGANTE con Rock Hudson, Elizabeth Taylor y James Dean. Y cuando preparábamos la ceremonia de graduación se formó un rollo porque algunas mamás no querían hacerse un vestido largo de fiesta. Al respecto hubo una reunión en el salón auditorio.

 

Según recordaban varios…” Y hubo de todo, las de largo y las de corto” Como comentaba  posteriormente, quien la inició “despertó muchos comentarios en su época y corroboraba que fue la última gran fiesta de graduación de bachilleres del colegio en aquella época”. Luego salieron con el cuento de las obras sociales que se podrían haber hecho…. Al respecto apuntaba uno, muy certeramente… “Como si no fue una obra social haberle dado trabajo a tanta gente, músicos, mesoneros, sastres, modistas y pare de contar que con dicho trabajo hicieron que tuviéramos un tronco de fiesta con su trabajo. Pero ya venía el populismo y la manguangua... Por eso se acabaron las celebraciones”.

 

Continuando con el tema de la crónica, nos decía un quinto …” Excelente comentario, además bastante rifas y aportes familiares que hicimos para recabar esos fondos, para que nos fueran a quitar esa fiestecita”. Tremenda Fiesta, inolvidable!

 

Fue el organizador quien, al final, nos contó todo lo relacionado con la preparación de la fiesta y los curas. Los encargados eran tres y establecieron contactos con amigas del Merici, Teresiano, Guadalupe y San José de Tarbes. Ellas se ocupaban de hacer propaganda y vendernos las entradas para las funciones; siendo su ticket gratis. Fue tal éxito que llegamos a recaudar una cantidad importante; Si mal no recuerdan eran sobre los 15 mil bolívares. Ese dinero en efectivo nos lo guardaba uno de los Hermanos Panas en la caja fuerte de la administración……

Los curas se enteraron y por medio de algunos compañeros (de ahí viene la reserva) empezaron una campaña de destinar esos recursos a obras sociales y no a un divertimento, por el cual iba a ser muy criticado el colegio. Fue tal la arremetida que los curas convocaron y se llegó a un referéndum público. A todas estas el hermano pana nos tiró el pitazo que los fondos por orden del Rector, se aprobara o no el referéndum, iban a hacer incautados y destinados a obras sociales. Que nunca más se realizaría tal locura de fiesta….

Bajo esta premisa y con la ayuda del hermano pana, procedieron a retirar los fondos de la caja y los guardaron fuera del colegio. Al enterarse algunos curas, dieron la noticia al Rector. Un emisario le conminó a los organizadores a devolver los churupos o no se graduaban. A lo que respondieron, que ‘Teníamos los reales y la fiesta iba. Que ya se había pagado a las orquestas, el alquiler del salón Venezuela, la agencia de festejos, etc.’ Así se realizó la fiesta y fue la última. Me pregunto si los nombre de los compañeros reservados por los organizadores, no asistieron a la fiesta. Pura curiosidad, pues lo bailao, no nos lo quita nadie. 

 

Después de diez años bajo la tutela de los jesuitas, quería experimentar lo que sería realmente un ambiente universitario, lo cual era imposible en la UCAB, donde regían los mismos curas del colegio y, hasta el Tesorero, había sido nuestro tutor en sexto grado. La UCAB era la continuación del San Ignacio, ni más ni menos.

 

Bajo las premisas de que quería estudiar ingeniería y, que sabía que mi padre quería que fuera a la Católica, no fue una tarea fácil así que empecé por decirle que yo quería estudiar ingeniería eléctrica a sabiendas que no la había en la UCAB. Pero el Viejo, que se las sabias todas, ya había averiguado que los dos primeros años de ingeniería eran comunes a todas las especialidades. Lo cual es cierto hasta en la UCV. Entonces me aconsejaba (sin habérselo pedido) que me fuera dos años a la Andres Bello y, si no me adaptaba, pidiera transferencia para la Central.

 

En ese momento me fui por el lado emotivo y sentimental, que ya me había funcionado una vez en el colegio ante otras situaciones, y le argumenté, que no era justo ni conveniente, cambiar a medio camino de nada en la vida y menos de compañeros con los cuales, durante dos años, ya habrías entablado cierto tipo de amistad para empezar de cero en otro ambiente tan distinto, no solo universitario sino socialmente. Creo que, como siempre, mi mamá intervino e ingresé a la UCV. En 1961 no había examen de admisión para entrar a ingeniería así que fui aceptado sin ningun contratiempo.

 

El primer día de clases me enteré de que había diez secciones de primer año y eran por orden alfabético de los apellidos. Me tocó con todas las “G”. Cada sección tenía 180 alumnos, después de haber estado diez años en donde no había más de 30 alumnos por clase. En mi clase estaba un compañero que había estado conmigo los diez años del San Ignacio. En realidad él estuvo once pues empezó en primer grado en la esquina de Jesuitas. Lamentablemente no siguió después del primer año. No lo volví a ver más en la universidad y recién me enteré de que ya había fallecido.

 

Todo era muy distinto al colegio y una de mis sorpresas iniciales fue encontrar que a algunos profesores le daba por iniciar la clase pasando lista con lo cual se le iba buena parte del tiempo. A cada nombre que mencionaba, le tocaba al alumno levantarse y alzar la mano para que lo viéramos entre 180 carajos o esperar hasta que estuviera seguro el profesor que el alumno no estaba presente. Nunca les tomé el tiempo pero en esa vaina debían pasarse, como mínimo, los diez primeros minutos. La verdad es que a veces resultaba divertido por los nombres de los alumnos. Y no había maracuchos excepto el presente.  No se me olvida uno que se llamaba “Resplandor García” y cuando se paró y alzó su mano era, lo opuesto, un negro tinto y bien grande. Otra variante era que habían mujeres aunque no muchas ni muy agraciadas la mayoría.

 

Hice amistad con un grupo femenino bastante atractivo, en su mayoría, y venían de colegios con los cuales interactuábamos en el San Ignacio que pensaban cursar ingeniería química. Las recuerdo a todas y hubo algunas muy activas en el Centro de Estudiantes, políticamente y hasta en el CIV. Coincidí con ellas en las Químicas y los laboratorios y, como realmente la preparación del San Ignacio fue de primera, me buscaban para estudiar. 

 

Coincidí en clase con algunas que vivían en las residencias de la universidad y a través de ellas iba a las fiestas de las residencias y me enteré de ese submundo que existía en la UCV. Allí estaban todos los de tendencia izquierdista y, en los cinco años, conocí a varios de ellos que fueron guerrilleros.

 

En el primer año hubo cualquier cantidad de revueltas en la Escuela Técnica Industrial que estaba adjunta a la UCV. Esos disturbios provocaron muchas suspensiones de actividades durante las cuales me dediqué con dos amigos a estudiar en mi casa en EL Rosal, con quienes mantuve amistad por muchos años aunque ellos estudiaron ingeniería mecánica. En realidad, la educación ignaciana me facilitó mucho mi primer año universitario. No tuve problemas en ninguna materia y, recuerdo que, al final del primer y segundo semestre, cuando publicaron las notas en las carteleras, estaba entre los pocos que había logrado pasar al segundo sin problema. ¡Bien por la educación jesuíta”

 

“Las cosas enseñadas en los colegios y universidades no son educación, sino los medios de la educación” Ralph Waldo Emerson

 

 

 

Comments

  1. Recuerdos gratos de bellos tiempos. Los revives escribiendolos.
    Como dijo Ruben Dario:
    Juventud divino tesoro.
    Ya te vas para no volver.
    Cuando quiero llorar no lloro
    Y a veces lloro sin querer

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