Costumbres que se han perdido (II): La Serenata (Gustavo González Urdaneta)
Costumbres
que se han perdido (II): La Serenata
Gustavo
González Urdaneta
Miami
2 marzo 2023
En
música, una serenata es una composición musical o una interpretación en honor a
alguien o algo. Las serenatas suelen ser piezas musicales tranquilas y ligeras.
El término proviene de la palabra italiana serenatta, que a su vez deriva del
latín serenus que significa “claro, limpio, sereno” y fue un
divertimento que alcanzó enorme popularidad durante el siglo XVIII. La serenata
se tocaba, al anochecer, muchas veces al aire libre, y hacía las delicias de
las veladas en los jardines de los palacios de los aristócratas. En el siglo
XVIII, constaba de hasta diez movimientos. Mozart compuso trece serenatas,
normalmente para celebrar un acto social: bodas, fiestas cortesanas, etc.
Beethoven compuso serenatas con trío de cuerdas y para flauta, violín y viola.
En el siglo XIX se compusieron serenatas para orquestas (Brahms, Dvorak, entre
otros). También se concibe la serenatas como canción o lied (Schubert, Richard
Strauss, Wolf, Massenet...) o para ser tocadas por un instrumento, como el
piano (Albéniz, Debussy y Ravel).
En
nuestro caso nos referimos a la palabra serenata de igual origen y que es
interpretada normalmente por un grupo de músicos que emplean instrumentos de
viento y de cuerda y que sobre todo, va dirigida a una pretendiente, amada o
amante. Se trata de una música eminentemente popular, que se canta al aire
libre y con un espíritu festivo y alegre. La serenata ha sido descrita como el
arte de enamorar a través de la música. En este sentido, es típica la imagen de
un grupo de jóvenes cantando frente al balcón de una joven.
La
serenata tiene su origen en el siglo XIX y se refiere a un canto a la hora del
sereno y que se puede llevar desde que se oculta el sol hasta antes del
amanecer y se acompaña con trío, mariachi o con guitarra; pero hay que tener
cuidado porque no es lo mismo serenata que gallo, porque la serenata puede ser
de amor o desamor y el gallo se llama así porque comienza justamente a las 12
de la noche, como el primer canto del gallo del día que se va a festejar. Los
instrumentos eran distintos a los usados con posterioridad; no obstante el
espíritu resultaba el mismo, idéntica emoción hervía en el hecho musical a la
luz de la luna o las estrellas. La costumbre se extendió y en el siglo pasado era
frecuente, "sobre todo los sábados por la noche", escuchar a los
trovadores cantar a "sus adorados amores" junto a los ventanales
torneados.
Con
el transcurso de los años y la aparición de nuevos trovadores, proliferó la
serenata. Ahora eran primas y bordones las que resultaban pulsadas por manos
populares y las canciones de antaño cedían su turno a nuevos aires, criollas y
boleros. La queja sentimental tomaba nuevos giros. Sin embargo, en el fondo
seguía el mismo motivo musical envuelto en notas llenas de sentimientos
amorosos las más de las veces. En algunos casos eran grupos de músicos tocando
violín, flauta y guitarra, acompañaban las voces de "primo",
"segundo" y falsete que desgranaban endechas sentimentales donde
estaba presente la huella de la romanza francesa, el área operística o la
canción napolitana.
La
serenata Italiana, que tiene su origen en los cantos populares que se hacían en
las calles, usaban mandolina, siguiendo las viejas costumbres del trovador
medieval. Fue en España, en donde la mandolina se cambió por la rondalla y la
tuna, la cual llegó a México. Cabe mencionar que en la actualidad continúa la
vieja costumbre de la estudiantina, que toca este tipo de música con estos
instrumentos. Durante el siglo XX, estos grupos de cuerdas se hicieron
populares en México y se les conocía con el nombre de fandangos o mariachis.
Eran tan famosos entre la gente que incluso los dignatarios como Porfirio Díaz
eran recibidos con grandes grupos de mariachis para dar una bienvenida o
alegrar la fiesta.
También en los barrios vibraron
las cuerdas a medianoche, junto a una ventana modesta, haciendo despertar, en
medio de sus arpegios y acordes, con el del algún amigo acompañante. Estas
serenatas de barrio tenían un algo particular, distinto, Es lo cierto que se
organizaba con anticipación o se improvisaba a última hora; llegando el
instante preciso, por lo general a medianoche, se acercaban a la ventana y,
tras el rasguear de primas y bordones, se ofrecía el concierto galante a la luz
distante de la luna. Resultaban apropiadas para estos casos, aquellas canciones
o criollas a tono con las intenciones del organizador de la serenata.
Terminada la canción, la
homenajeada asomaba su rostro por la ventana y daba las gracias, a la vez que
invitaba a pasar. Ya dentro se sucedían los boleros; venían algunos brindis
para ambientar y continuaban las canciones y boleros; a veces se estrenaba la
obra de uno de los trovadores y los aplausos de la familia agasajada resultaba
ser el mejor visto bueno para el autor.
En ocasiones, después de los
primeros números cantados para rendir pleitesía a la dueña del
"santo", se "calentaban" las cuerdas y venían unos boleros
alegres, bailables y alguien sacaba a su pareja, con lo que el ejemplo era
seguido de los otros, convirtiéndose aquello en un "asalto". Se
bailaba entonces muchas veces hasta el amanecer. Otras veces se ofrecía más de
una canción junto a la ventana, pero los trovadores no entraban, despidiéndose
con la promesa de volver "mañana", que ya era ese mismo día. Múltiples
ejemplos pudieran citarse de serenatas. Serenatas de ayer, reflejo del sentir
de generaciones que pusieron en ellas el alma de la nación en una de las formas
más características. Música arrancada a la emoción de cada momento y ofrecida
con la más pura espontaneidad.
Para los países iberoamericanos,
una de las costumbres más románticas para enamorar a la pareja es la serenata. Como
ya indicáramos, aunque se hacían piezas musicales para amenizar fiestas y
veladas nocturnas en el mundo, la mayoría de estas marcan su nacimiento en la
Europa del siglo XVIII. Los aristócratas pedían composiciones a Mozart o a
Beethoven para las veladas, con la singularidad que tenían que ser tonadas
limpias y serenas, de ahí nace probablemente el nombre de serenatas. En
Latinoamérica, tanto en las colonias como en los virreinatos, se acostumbró a
realizar concursos de estas piezas durante el atardecer y al aire libre. Luego
se les agregaron letras, que hablaban de penas y de amor. Por lo tanto fue en
América donde la serenata adquirió su carácter romántico al pie del balcón.
La serenata popular tradicional,
en varios países de Hispanoamérica, se refiere precisamente al hecho de llevar,
generalmente por las noches, un conjunto de cuerdas típico y tradicional, por
ejemplo un mariachi (en el caso de México), la tuna (de origen español pero que
se extendió por la América hispana) o una serenata criolla que son un dúo o un
trío como intérpretes de los instrumentos típicos del país, al exterior de la
casa de una dama, y hacer que el conjunto interprete y cante canciones para que
quien la lleva exprese sentimientos variados, por lo común de amor,
agradecimiento o deseos de reconciliación.
Cuentan
que en la vida nocturna de los 40’s, los mariachis se presentaban dentro de
clubes y centros nocturnos tocando desde un balcón al público, sin embargo,
como buenos hispanos, sacaron la fiesta a las calles para alegrar algún
cumpleaños o serenata. Así que las manifestaciones públicas del mariachi fueron
en sus inicios, para conquistar a las muchachas. La banda musical se situaba al
pie del balcón de las casas para despertarlas con canciones románticas.
Este
fenómeno se volvió aún más popular cuando se reprodujo en las películas
mexicanas, bajo las voces de Agustín Lara, Luis Aguilar o Pedro Infante. Y se
volvía aún más romántico el asunto cuando el caballero protector llegaba al
balcón montado en caballo con su traje de charro. Para que la serenata pudiera
ser efectiva, los compositores hacían canciones que iniciaban de lo más bajito
a lo más bello, de manera que la pareja pudiera despertar poco a poco. Lo
natural era primero encender la luz del cuarto, haciéndole saber al enamorado
que se escuchaba la canción, y antes de terminar la pieza musical, salir al
balcón.
La
herencia serenatera venezolana, muy arraigada entre los jóvenes de décadas
pasadas, que crecimos escuchándolas y disfrutando de su encanto y de tantas
anécdotas de lo que vivieron nuestros padres, abuelos y conocidos, fue parte de
la vida de todos los que vivimos esa hermosa época en las que las serenatas
eran obligadas entre los enamorados y en
general, parte del ambiente romántico que se vivía. Sin condición social, ricos
y pobres, las disfrutaban al unísono. Aquellas dedicatorias musicales al frente
de una ventana eran el día a día de las generaciones de los siglos XIX y XX…El
amor por la serenata era asunto casi genético. Era parte de nuestros abuelos
principalmente. Así se enamoraban ellos.
Una
afición de lo más agradable en la última etapa de nuestra adolescencia fueron
las serenatas. Algo que lamentablemente se fue perdiendo con el tiempo. La
mayoría de las veces eran serenatas que alguno del grupo quería llevarle a
alguna “heba” durante esa etapa de la vida tan sublime que llaman noviazgo. En
esta etapa es donde nos da por ser más sentimentales y querer expresar, con
música, lo que no nos es fácil decir en palabras ni por escrito. De allí nacen
la mayoría de los géneros musicales, los boleros, las rancheras, los tangos y
las obras más espectaculares sobre la tragicomedia del amor.
Todos
éramos eternos enamoradizos. Recuerdo cuatro serenatas que tuvieron particular
influencia en la vida de sus promotores. Solía ser más acompañante que
promotor. Una fue un vecino ignaciano que un día me invita a ir a acompañarlos
a una serenata a una joven a quien le hacia la corte que vivía en la parte alta
de Los Palos Grandes. Su padre era un conocido empresario de un parque que
estaba en la misma urbanización a nivel de la Francisco de Miranda. La casa
tenía piscina y, como siempre era de noche, tuvimos que hacer milagros para no
terminar en ella de cabeza, más de uno. El cantante y músico principal siempre
era el mismo, los demás éramos coro y acompañantes con maracas, palitos y algún
que otro instrumento criollo. Lamentablemente el amigo no pasó de ser
pretendiente en esa oportunidad pero tuve la impresión de que le dejó huella y
sufrió un poco en el trayecto.
Otra,
fue llevada por el propio cantante a una niña bien bonita a la cual hasta le
compuso una canción con su nombre y que vivía en El Rosal, entre las avenidas
Tamanaco y Venezuela, en la esquina de la Venezuela y detrás del famoso
edificio Galipán. Resulta que el padre de la niña tenía un alto cargo en el
gobierno de turno, así que la casa estaba vigilada y protegida por la policía.
Cuando empezó la serenata nos rodearon todos los policías y tuvo que salir el
papá de la niña para que nos permitieran continuarla. La serenata fue una
melodía de canciones que terminó con la que le había compuesto. El cantante
tampoco llegó a nada con la niña, la competencia era fuerte pero el amigo acuso
el golpe por cierto tiempo. No hay ningun desventura del corazón que no se cure
con el tiempo y el amigo se casó con otra niña que era aún más linda. Aun hoy
en día suele él pasar por Miami y con algunas cervezas y bourbons, solemos
recordar aquellos tiempos. Un gran amigo.
Recuerdo
otra en La California Norte que nos trajo beneficios a varios pues la noche de
la serenata estaban varias amigas en la casa de la joven a quien le llevábamos
la serenata así que, al final, salieron todas, nos invitaron a tomar algo en la
casa y allí mismo quedamos en salir a bailar en Carnavales, lo cual hicimos
varias veces y la pasamos de maravilla aunque la selección de parejas tuvo su
historia. La cuarta fue una chica, amiga y vecina en El Rosal, que al final
hasta cómico resultó pues a todo un grupo de vecinos ignacianos nos gustaba y
le llevamos varias serenatas a su casa en la avenida Guaicaipuro y todos le
cantábamos una canción que había con su nombre que popularizó Hector Cabrera ….
♫ pasaste ayer ♪ como brisa fugaz ♫…En este caso creo recordar que hubo uno en
particular a la cual la joven le dio preferencia y ahí los dejamos a los dos…no
supe más de cómo les fue.
En
la Caracas de mis tiempos se solia encontrar muchos grupos de mariachi que
brindaban servicios a domicilio, aunque dar con el grupo adecuado que fuera de
garantía y a un excelente precio se ponía un poco complicado. Era común
contratarlos para agasajar el cumpleaños de una amiga o novia y llevarlos a su
casa en plena fiesta social.
Pertenecían
al gremio de los serenateros, esos pálidos seres noctámbulos que endulzan
noviazgos ajenos, devuelven el romanticismo que el tiempo le ha robado a los
matrimonios, logran el perdón para un marido calavera o le recuerdan a las
mamás que madre no hay sino una. Cupidos verdaderos que han cambiado sus arcos
y flechas por instrumentos musicales, pero que conservan la precisión
mitológica de atinar en el punto neurálgico del ser humano donde vibran las
cuestiones del corazón. Tan efectivas son las serenatas como antídoto contra la
soledad, que han perdurado en el tiempo.
Ni
los nuevos ritmos, ni el sofisticamiento moderno han logrado desplazarlas. La
serenata no muere porque el amor es eterno. Tal vez su prolongación entre
generaciones se deba a que nunca faltan Felicitaciones o Las Mañanitas en las
madrugadas de las quinceañeras. Por eso no vuelven las serenatas porque,
simplemente, nunca se han ido. Las serenatas sirven para cada ocasión. En estos
tiempos, es frecuente que la novia le lleve músicos al novio, o la esposa al
esposo. El amigo a la amiga, la madre al hijo.
Hay
una serenata que siempre recuerdo por su final y que le dió Florentino Ariza a Fermina
Daza, ambos personajes de El Amor en tiempos de Cólera de Garcia Marquez….
Al pie de su balcón con su violín Florentino le toca un valse de amor que había
compuesto para ella, que sólo ellos dos conocían y que fue durante tres años el
emblema de su complicidad contrariada. Lo tocó murmurando la letra, con el
violín bañado en lágrimas, y con una inspiración tan intensa que a los primeros
compases empezaron a ladrar los perros de la calle, y luego los de la ciudad,
pero después se fueron callando poco a poco por el hechizo de la música, y el
valse terminó con un silencio sobrenatural. El balcón no se abrió, ni nadie se
asomó a la calle, ni siquiera el sereno que casi siempre acudía con su candil
tratando de medrar con las migajas de las serenatas. El acto fue un conjuro de
alivio para Florentino Ariza, pues cuando guardó el violín en el estuche y se
alejó por las calles muertas sin mirar hacia atrás, no sentía ya que se iba la
mañana siguiente, sino que se había ido desde hacía muchos años con la
disposición irrevocable de no volver jamás…….
“La
calle entera cantaba en la serenata a Flor, reclinada en la alta ventana,
vestida de volados y encajes, bañada por la luna. Abajo, Vadinho, galante
caballero, en la mano la rosa que de tan roja parecía negra. La rosa de su
amor” Jorge Amado
Comments
Post a Comment