Homenaje al Centenario de Arístides Calvani por la Academia de Ciencias Políticas y Sociales Pedro Pablo Calvani Abbo

Homenaje al Centenario de Arístides Calvani por la Academia de Ciencias Políticas y Sociales
Pedro Pablo Calvani Abbo
Palabras de agradecimiento en nombre de la familia

Señor doctor Gabriel Ruán, Presidente de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales.
Señores Individuos de Número de ésta y de otras Academias.
Familiares.
Amigos.         
Esta vez me ha correspondido a mí el decir algunas palabras en nombre de la familia. Debo comenzar agradeciendo a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales este homenaje que hoy se rinde a mi padre, dentro del marco de la conmemoración del centenario de su nacimiento; debo agradecer, sobre todo, la persistencia de su Presidente, mi profesor, el doctor Gabriel Ruán quien tiempo atrás me comunicó la decisión de esta Academia de rendir un homenaje a Arístides Calvani. Debo confesar que en ese momento no creí que ello ocurriría. Discúlpeme profesor por no haberlo secundado, en ese momento, con el entusiasmo debido. Su perseverancia y su entusiasmo han hecho hoy posible este homenaje. Gracias.
       En la mañana de hoy nos han expuesto diversas facetas de la vida de Arístides Calvani y hemos podido ver como participó en distintos ámbitos, el académico, el político, el social, el jurídico, el diplomático. Ciertamente que Calvani actuó en cada uno de esos ámbitos, y en otros más. Es así como hago mías, en estos momentos, las palabras que nos envió un amigo muy querido de la familia, “hace 100 años, empezó su sinfonía. Su viaje-existencia comenzó con una inhalación en la isla de Trinidad y término con una exhalación en la selva de El Petén.  En su travesía de 68 años  desde el Mar Caribe hasta Centro América  visitó varios continentes, países, ciudades y pueblos,   aprendiendo y viajando apostólicamente;  fue un constante estudiante, alumno y discípulo; un dedicado profesor y maestro;  fue un fiel compañero de Adelita, compañero y camarada de sus colegas, compañero de sus hijos;   fue un excelente y amoroso padre;  gran profesional;  servidor público; emprendedor - hacía que sucedieran las cosas -; propagador de ideas nuevas; amante de la justicia y las leyes;  sociólogo; político; canciller; autor; eclesiástico; defensor de la comunidad; demócrata; filósofo; consultor; sabio y  [cambiando las palabras], para mí,  fue mi padre y una persona especial.
Cuando iba a preparar estas breves palabras, esa multiplicidad de facetas me obligó a releer artículos y opiniones sobre Calvani, escritas por personas conocidas y otras no tan conocidas, en los que se señalaba que fue un distinguido venezolano; que tuvo carácter universal porque su labor transcendió las fronteras; que prestó invalorables servicios a nuestro país y a otras naciones; que era reaccionario; que era conservador; que fue político polémico, “cura laico”, abogado de Leopoldo Díaz Bruzual, hombre austero y de sólidos principios y convicciones, cantor de “Adelita”, que vestía en Pimentel y que conducía un autobusete Volswagen cargado de muchachos.
Muestra de esa diversidad y de la intensidad y dedicación con la que vivió, es la frase que se dijo de él, en ocasión de su muerte, en la que se se afirmaba que “la Democracia, así, con mayúscula, ha perdido un Adalid aguerrido; la Justicia Social, un Cruzado; la Libertad, un Apóstol; Venezuela, un Hijo Ilustre, un Ciudadano Cabal, un Patriota Ejemplar”.  
Esa lectura me llevó a rememorar a mi padre y su existencia  - no con la visión de aquel joven cuyo padre falleció  sino con la experiencia que arrojan los años -, y llegué a la conclusión racional  – no a la pasional o a la que se arriba como consecuencia del amor filial – que Arístides Calvani no fue un gran hombre ……, sino un Hombre a carta cabal, de esos a los que hacen referencia los Evangelios, porque lucha para vivir en la virtud, iluminar con la virtud  y expandir la virtud.
De allí que, en mi opinión, para entender la vida y obra de Calvani es menester hacer referencia a dos aspectos esenciales de su vida.
El primero, su profunda fe en Dios fundada y animada por una verdadera práctica religiosa, vivida, querida, interiorizada.
Para Calvani su actuación se basaba en el amor: no había nacionalidad, raza, clase social; en cada persona veía a su prójimo, veía el rostro de Cristo. Recuerdo una vez, en la casa de habitación de la familia ubicada en San Bernardino, que un sindicalista, el día antes de su partida a  un evento internacional, le manifestó que no tenía un flux adecuado para la ocasión. Vi a mi padre subir las escaleras y regresar con un flux y entregárselo al señor. Cuando éste se fue alguien de la familia le dijo: ¡Papá, ese era tu mejor flux! y él respondió, si le hubiese dado el que menos me gustaba o el que estuviera en peor estado, no habría actuado con caridad.
Recuerdo también, que muchas veces, siendo Ministro de Relaciones Exteriores, le sirvió la cena a su chofer y cuando éste terminaba, él recogía y lavaba esos platos. Para él, no era su chofer, era su prójimo.
Para Arístides, servir a los demás como expresión de la caridad cristiana, era el motor y la razón de ser de su existencia y en cada labor que desempeñaba – fuese docente, profesional, política, parlamentaria - encontraba siempre, la forma de servir. 
De él se dice que fue ideólogo de la democracia cristiana; creo que más que por ideología, fue por convicción: Calvani tuvo la capacidad de adaptar a los distintos ámbitos de la vida en los que se movió, la Doctrina Social de la Iglesia; creía en la Dignidad de la Persona Humana – pues el hombre es una criatura hecha a imagen y semejanza de Dios -, en la Libertad del hombre, en que todos los seres humanos somos iguales – porque somos hijos de Dios - y actuaba en consonancia con sus creencias. Esa fue su "ideología", su Filosofía de vida: llevar a la práctica los principios cristianos, sobre todo el precepto de la caridad.
Su fe en la Providencia, su confianza en que Ella siempre respondería, si ello estaba en sus designios, era ilimitada. Nunca se detenía ante nada para llevar a cabo lo que él entendía era la voluntad de Dios. Una vez, Bayardo Ramírez me contó que estando en Centro América se encontró con Calvani y le comentó por qué estaba allí. Mi padre le entregó un chaleco antibalas que le habían dado y le dijo, ¡toma para tu protección!; Bayardo le respondió: ¿Y usted? Arístides entonces le dijo: Bayardo, tú sabes que vengo con regularidad; tú sabes que creo en Dios y lo que Él quiera de mí, será con o sin chaleco.
       Las convicciones religiosas de Arístides Calvani eran profundas y sinceras. Amaba la Libertad con pasión febril y con esa misma pasión, repudiaba el odio, la violencia y el terrorismo. Tenía metas y aspiraciones, pero sólo una ambición: luchar por los demás, por un mundo más justo, donde se alcanzase la Justicia Social y el Bien Común.
 ¡Cuantas veces le oí decir que se debía elevar la mirada sobre lo subalterno de las ambiciones personales, para centrarla en la dimensión permanente del servicio a los demás! Creía en las cosas que decía y practicaba aquello en lo que creía. En él, había una absoluta y total coherencia entre su pensamiento, su palabra y su acción; es más, de tanto que la repetía hizo suya una frase de Gabriel Marcel que expresa que “cuando uno no vive como piensa, termina pensando como vive.”
Calvani fue un visionario. Su visión hacia adelante y hacia el futuro, marcaron caminos y senderos. Fue así como trabajó por la democratización e insistió en que valores social cristianos debían inspirarla para que el respeto, la solidaridad y el bien común fueran su norte, en contraposición con las autocracias y dictaduras de corte marxista, que se querían entonces instaurar en el continente, fundadas en la división, el resentimiento y el desprecio por la vida. Nunca perdía  de vista su punto de partida: la Dignidad inherente a la Persona Humana, como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios.
Desde la cátedra universitaria, trató de despertar el sentido de reflexión y análisis de sus estudiantes, así como su interés y compromiso por lo trascendente y por los grandes proyectos que entusiasman y dan sentido a la vida, y preparó el camino intelectual para dar a luz – no a ese nuevo hombre del siglo XXI al que se le ha despojado de todo – sino al nuevo hombre de dimensión universal, al hombre verdaderamente humano, preocupado y ocupado por sus semejantes.
A pesar de las dificultades, nunca perdió la confianza y la esperanza en una sociedad y un mundo más humano y justo. Su profunda fe cristiana, la constante negación de sí mismo, la entrega generosa de su persona y de su tiempo a todos los que pasaban por su camino, su entusiasmo y su espíritu joven y emprendedor nunca decayeron. Era la luz y el sostén para muchos y él lo sabía. Y a ellos entregaba su vida sin reserva.
Luego de la muerte de Arístides, Alfredo Tarre Murzi escribió que “no conocí a otro hombre con mayor apego a sus ideas y con mayor valor para divulgarlas y defenderlas, que Arístides Calvani. Por eso hablo de su inactualidad en medio de la decadencia doctrinaria y del eclipse de la honestidad política”.
Esa apreciación de Sanín vino dada, precisamente, porque toda la actividad que desarrolló Calvani, estuvo inspirada, motivada, impulsada y movida por su profunda fe en Dios.
El segundo elemento esencial para entender la vida y obra de Calvani, que no puedo dejar de mencionar, es su compañera de ruta, Adelita Abbo de Calvani.  Estoy seguro que aquel dicho popular que detrás de un gran hombre siempre hay una gran mujer, nunca tuvo mayor tino y certeza que en el caso de Arístides y Adelita.
Mi madre fue para mi padre su refugio, su motor, su respaldo, su confidente… Todo. Fue, en muchas oportunidades, la estación de servicios en la que Calvani ripostaba el combustible necesario para continuar con la labor que estuviera desempeñando. Juntos emprendieron muchas actividades y proyectos porque a ambos los unía la misma fe y aspiraban a vivir de acuerdo con los mandatos y preceptos de la religión Católica.
La entrega de Adelita a Arístides fue total. Ella provenía de una familia con una sólida y holgada posición económica, que dejó de lado para ayudarlo y apoyarlo en todos sus iniciativas y para vivir, al unísono, su vocación de esposos y padres de familia, sin olvidar en ningún momento su vocación de entrega y servicio a todas las personas que la Providencia ponía en su camino. La casa era verdaderamente un lugar de acogida y un refugio para todos los que se acercaban.
Arístides, junto con Enrique Pérez Olivares, fueron los ideólogos y diseñadores de la participación popular, entendida ésta como el proceso social, continuo y dinámico, en virtud del cual los integrantes de una comunidad, a través de sus organizaciones legítimas y representativas y de los canales establecidos deciden, aportan y reciben en la realización del Bien Común. Tanta fue la integración de Calvani con su esposa Adelita que al ocupar él el cargo de Ministro de Relaciones Exteriores, y no pudiendo cumplir su anhelo de desarrollar el proyecto de participación y desarrollo social previsto en el Programa de Gobierno, Adelita decidió hacer real su sueño, asumiendo ad honorem, durante todo ese período presidencial la Secretaría para la Promoción Popular.  
En el amor, la unión y la entrega de Arístides y Adelita se hacía real la afirmación cristiana que los esposos, conservando su individualidad, pasan formar una sola carne. Tanto fue su amor y su integración, que hasta la muerte compartieron.
       En los días posteriores al deceso de mi padre, alguien me dijo que su labor en la tierra había terminado y que ahora la continuaría desde el cielo, velando por todos.
100 años después de haber nacido y viendo nuestra realidad actual, creo efectivamente que su labor no ha concluido. Su testimonio de vida y su ejemplo siguen vigentes y nos deben impulsar a actuar y asumir la política, entendida como "cuestión de todos”, tal y como bien expresaba Ramón Guillermo Aveledo en una entrevista con César Miguel Rondón. En efecto, se trata de un compromiso ineludible de todo hombre cristiano, que no puede transitar por este mundo sin dejar la huella de su Maestro, Quien pasó su vida amando y haciendo el bien.
En días pasados, estando en la Sala de Profesores de la Escuela de Derecho de la UCV, me entregaron un sobre que me fue dejado por una persona conocida. Al abrirlo, encontré un tarjeta, que con ocasión de la conmemoración del centenario del nacimiento, me decía: “Creo que en este momento los venezolanos necesitamos reconocernos en nuestra capacidad de reinventarnos a partir de un pasado de dictadores, con una población diezmada por enfermedades, un pueblo divido, analfabeta, de donde surgen hombres que dan un rumbo cierto a Venezuela, marcado por hombres como su padre, que con su bondad, dignidad e intelecto lograron enrumbar al país hacia la construcción de un Estado de Derecho. No se guarde a su padre, compártalo con nosotros, llénenos de esperanza”.
       Creo que en la Venezuela actual, en esa Venezuela perdida, dividida, en la que se han exacerbado los odios y resentimientos, hoy más que nunca tiene plena vigencia el pensamiento que en muchísimas oportunidades mi padre expresó – tanto a través de su palabra como de su acción: sólo una concepción ética y trascendente de la vida nos permitirá tener una tabla de salvación, una esperanza y una fe firme a la cual asirnos en un mundo de confusión.
Creo que ese es un reto que debemos asumir.

Gracias.

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