La Trilogía Rusa (II): La revolución de Febrero de 1917

La Trilogía Rusa (II): La revolución de Febrero de 1917
Gustavo Gonzalez Urdaneta
Miami, 27 mayo 2020 


La Primera Guerra Mundial (PGM), anteriormente llamada la Gran Guerra, fue una confrontación bélica centrada en Europa que empezó el 28 de julio de 1914 y finalizó el 11 de noviembre de 1918, cuando Alemania aceptó las condiciones del armisticio. El detonante del conflicto se produjo el 28 de junio de 1914 en Sarajevo con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, a manos de Gavrilo Princip, un joven nacionalista serbio.  Este suceso desató una crisis diplomática cuando Austria-Hungría dio un ultimátum al Reino de Serbia y se invocaron las distintas alianzas internacionales forjadas a lo largo de las décadas anteriores. En pocas semanas, todas las grandes potencias europeas estaban en guerra y el conflicto se extendió a muchas otras áreas geográficas. 
En cuanto a la participación de Rusia en la PGM, solo citaremos que la entrada de Rusia en la misma fue uno más de los tantos errores y fallas estratégicas en que incurrió el zar Nicolas II durante su reinado. Finalmente, en la revolución de octubre de 1917, los bolcheviques se hicieron con el poder en Rusia. A partir de entonces, la Rusia revolucionaria abandonó la guerra tras firmar la paz en el Tratado de Brest-Litovsk el 3 de marzo de 1918 con el Imperio alemán.
Al final de la Primera Guerra Mundial, temerosos del bolchevismo, catorce países aliados intervinieron en la Guerra Civil Rusa al lado de las fuerzas del Movimiento Blanco antibolchevique que antes habían perdido la revolución de octubre en 1917. A pesar del apoyo aliado, el Ejército Rojo derrotó al Ejército Blanco. Pero en 1920, debido a que la intervención tuvo poco apoyo popular en los países aliados y en Rusia y no hubo verdadera estrategia político-militar o debido a la mediocridad militar del Ejército Blanco, los aliados se vieron obligados a retirarse de la Campaña del Norte de Rusia y la Intervención aliada en Siberia. Los japoneses siguieron ocupando partes de Siberia hasta 1922. 
Empieza el prólogo del libro de Leon Trotsky sobre la Historia de la Revolución Rusa diciéndonos que “en los primeros meses de 1917 reinaba todavía en Rusia la dinastía de los Romanov y ocho meses después estaban ya en el timón los bolcheviques, un partido ignorado por casi todo el mundo a principios de año y cuyos jefes, en el momento mismo de subir al poder, se hallaban acusados de alta traición”. 
El derrumbamiento de la monarquía zarista pasó a la historia con el nombre de Revolución de Febrero, sin embargo, calculando la fecha por el calendario occidental, ocurrió en marzo. La manifestación armada que se organizó contra la política imperialista del gobierno provisional figura en la historia con el nombre de “Jornadas de Abril”, siendo así que, según el cálculo europeo tuvo lugar en mayo. La Revolución de Octubre se produjo, según el mismo cálculo, en noviembre. Está claro que a los historiadores no les es dado corregir las fechas históricas con simples operaciones aritméticas.
Arranca Trotsky su libro afirmando que el rasgo fundamental y más constante de la historia de Rusia es el carácter rezagado de su desarrollo, con el atraso económico, el primitivismo de las formas sociales y el bajo nivel de cultura que son su obligada consecuencia. Mientras que los pueblos bárbaros de Occidente se instalaban sobre la cultura romana, los eslavos de Oriente se encontraron en aquellas inhóspitas latitudes de la llanura oriental huérfanos de toda herencia; sus antecesores vivían a un nivel todavía más bajo que el suyo, algunos se dedicaron al comercio pero la mayoría se convirtieron en cosacos, en colonizadores. El Oriente aportó el yugo tártaro, elemento muy importante en la formación y estructura del Estado Ruso. 
Azotados por el látigo de las necesidades materiales, los países atrasados se ven obligados a avanzar en saltos, la ley universal del desarrollo desigual de la cual se deriva la que han dado por calificar de ley del desarrollo combinado, la amalgama de formas arcaicas y modernas.
La autocracia bizantina, adoptada oficialmente por los zares moscovitas desde principios del siglo XVI, domeñó a los boyardos feudales con la ayuda de la nobleza y sometió a ésta a su voluntad, entregándole los campesinos como siervos para erigirse sobre estas en el absolutismo imperial peteburgués. La servidumbre de la gleba, que surge en el siglo XVI, se perfecciona en el XVII y florece en el XVIII, para no abolirse jurídicamente hasta 1861. La eslavofilia razonaba su filosofía diciendo que el pueblo ruso y su iglesia eran fundamentalmente democráticos, en tanto la Rusia oficial no era otra cosa que la burocracia alemana implantada por Pedro El Grande.
Cuando en 1894 fue proclamado emperador y autócrata de todas las Rusias, el joven Nicolas II estaba muy lejos de suponer que pasaría a la historia como el último zar. Rusia era aún una de las cinco grandes potencias políticas de Europa, y junto a Austria-Hungría y Turquía, un extenso Imperio plurinacional que ocupaba gran parte de la Europa del Este. Los zares habían construido a lo largo de los siglos un Imperio de más de veintidós millones de kilómetros cuadrados que albergaba a ciento treinta millones de personas al principio del reinado de Nicolas II y a más de ciento setenta y cuatro millones en los años previos a la revolución. La población rusa incluía a más de doscientas etnias diferentes. 
Mantener el Imperio, los derechos y prerrogativas del zar, del terrateniente de aquel enorme territorio, era la obsesión de Nicolás II y en cierto modo su máxima aspiración en la vida. El último zar no ha pasado a la historia por ser una persona brillante. Poco antes de ser coronado afirmó que no se sentía preparado para gobernar, y probablemente fue la frase más acertada que dijo en todo su reinado. Sin embargo, soplaban vientos de cambio en Rusia.
El zar no quería darse por enterado que Rusia ya había abandonado la edad media y dentro de sus fronteras comenzaban ya partidos políticos asimilables a los de Europa occidental. Su ceguera política no le dejó ver ni aprovechar que los militantes políticos eran miembros de la intelligenstia, hijos de las clases acomodadas. Con el pasar del tiempo, el clima político impuesto por el zar se tornaba irrespirable dentro de una sociedad que pedía cambios a gritos, que era severamente reprimida por la policía y el ejército, y a quienes se le venían limitando unos derechos tan básicos como los del voto y las libertades de reunión y asociación. Su política de mano dura no veía más que enemigos y conspiradores, rompiéndose el país en dos líneas política: liberales que buscaban reformas sin poner en duda la autoridad del monarca y los extremistas con cambios radicales en la estructura del poder y de propiedad de la tierra en un sentido confusamente radical, marxista o directamente anarquista.
En estricto sensu, en la Rusia de Nicolas II, los partidos políticos estaban prohibidos. No fue hasta 1905 cuando se formó un esbozo de partido que nació a partir de una organización liberal, el Movimiento de Liberación que fue bautizado como Partido Democrático Constitucional aunque popularmente era conocida como Partido Kadete, por sus siglas en ruso (KDT) cuya principal reivindicación era la instauración de un sistema parlamentario para Rusia. Los partidos más a la izquierda, a fuerza de clandestinos, tenían una estructura más marcadas y definidas. El Partido Socialrevolucionario, conocido como Eserista también por sus siglas (SR) era más avanzado y partidario de los métodos terroristas, reclamaba avances para el campesinado y los obreros, pero no era marxista, pero nunca llegó a los excesos radicales del Partido Socialdemócrata Ruso, muy influido por el marxismo y que será la organización común desde la que se darán a conocer los bolcheviques y los mencheviques.
Los acontecimientos de 1905 fueron el prólogo de las dos revoluciones de 1917: la de Febrero y la de Octubre. La guerra ruso-japonesa hizo tambalear al zarismo. La burguesía liberal se valió del movimiento de las masas para infundir un poco de miedo desde la oposición a la monarquía pero los obreros se emanciparon de la burguesía, organizándose aparte de ella y frente a ella en los Soviets, creados entonces por primera vez. Los campesinos se levantaron y los elementos revolucionarios del ejército se sentían atraídos por los campesinos y los soviets, quienes en el momento álgido de la revolución disputaron abiertamente el poder de la monarquía. Todas estas fuerzas revolucionarias carecían de experiencia y les faltaba confianza en sí mismas. La monarquía seleccionó las fuerzas que le eran fieles y, aunque, con algunas costillas rotas, el zarismo salió vivo y relativamente fuerte de la prueba de 1905.


Durante el periodo de once años entre el prólogo y el drama, la burguesía se fortificó económicamente pero se hizo más conservadora y suspicaz, la pequeña burguesía y la clase media disminuyó más aun, la intelectualidad democrática no tenía apoyo social y estaba mediatizada por el liberalismo burgués. Solo había un partido que pudiera brindar un programa, una bandera y una dirección a los campesinos: el proletariado. Así fue como los soviets de 1905 tenían un gigantesco desarrollo en 1917. 
La Revolución de 1917 perseguía como fin inmediato el derrumbe de la monarquía burocrática pero comienza derrumbando toda la podredumbre medieval y a la vuelta de pocos meses lleva el poder al proletariado acaudillado por el partido comunista. Al principio inicia con la revolución democrática pero plantea el problema de la democracia política. Mientras los obreros llenaban el país de soviets, dando entrada a soldados y campesinos, la burguesía se entretenía en discutir si debía o no convocarse la Asamblea Constituyente. Todas las grandes revoluciones han marcado a la sociedad burguesa una nueva etapa y nuevas formas de conciencia de sus clases.
En 1915 las rebeliones volvieron a hacerse notar en Rusia y aquello ya no parecía tener fin. El gobierno había caído en un tremendo desprestigio incluso para quienes lo defendían, al hacer el zar dejación de sus obligaciones abandonando la responsabilidad gubernamental en su esposa, muy influenciada por un oscuro monje conocido como Rasputín. 
En su lugar de origen Rasputín pretendía darse una apariencia de Jesucristo y tenía fama de sanador mediante el rezo, razón por la cual, y gracias a una amiga de la zarina llamada Anna Výrubova, en 1905 fue llamado al palacio de los zares para cortar una hemorragia de su hijo y heredero Alexis Romanov, que padecía de hemofilia. El zarévich efectivamente mejoró -algunos investigadores sostienen que fue mediante hipnosis- y la familia Románov, especialmente la zarina Alejandra, cayó bajo la influencia de este controvertido personaje. 
Mientras Nicolas II se dedicaba exclusivamente a dirigir la guerra, la zarina realizó veintidós cambios de ministros en cuatro meses por recomendación del monje a quien tenía por santo. La vida disoluta de Grigori Rasputín y su dominio casi completo de la voluntad de la zarina, terminaron de poner en contra del zar a la propia aristocracia. Rasputín fue asesinado en circunstancias misteriosas en diciembre de 1916, casi con toda seguridad a manos de agentes de la más alta nobleza. El mal gobierno dió que pensar en los sectores más pudientes del Imperio, entre los que se labraron varios complots nonatos para cambiar de cabeza la corona. El final del zar parecía ya sentenciado. 
Al igual que los años anteriores, 1917 se inauguró con una creciente ola de conflictividad social. que llevaron a lo que se conoce como Revolución de Febrero. Rusia se estaba cayendo a trozos y el zar no parecía tener ninguna intención ni siquiera de ponerle algunos parches. Como el perfecto incompetente que era, para Nicolas II no podía haber más nada elevado que dedicarse en cuerpo y alma al arte de la guerra, algo para lo cual, tampoco servía. Casi toda Rusia era consciente de que el zar era un incapaz. Trotsky llegó a decir que era un deficiente. 
El 17 de febrero de 1917 una gran manifestación orló de banderas rojas las calles de Petrogrado (nombre de 1914-1924), pedían pan y el fin de la guerra. El himno ya no era Dios salve al zar sino La Marsellesa. Con motivo del día internacional de la mujer, el 23 de febrero se organizaron varias manifestaciones de muy distintos signos, con el denominador común de que estaban integradas principalmente por mujeres. La policía se limitó a mantener el orden. El 24 de febrero fueron los trabajadores quienes se movilizaron desde sus barrios al centro de la ciudad. Las madres hambrientas exhortaban a los soldados a unírseles. Cuando los obreros se toparon con jinetes armados cerrando el paso siguieron adelante, pasando por debajo de los vientres de los caballos sin que las fuerzas del orden hicieran nada para evitarlo. Algo estaba cambiando en Rusia. El 25 de febrero las manifestaciones ya estaban impregnadas de un notorio tufo político. Llegaron a palacio las órdenes escuetas del zar “Ordeno que cesen los desórdenes”. No daba instrucciones pero eso significaba hacerlo como siempre…disparar al pueblo si hacía falta, pero que le dejaran en paz.


La noche del 25 al 26 de febrero sucedieron los primeros enfrentamientos entre manifestantes y las fuerzas del orden y hubo un intercambio de disparos contra adoquines lo cual no superó la madrugada y no se extendió. Al día siguiente la ciudad había sido literalmente conquistada por las masas observados impotentemente por los policías y los militares. Las ordenes de abrir fuego eran ya tacitas, pero los soldados dudaban. La noche del 26 al 27 de febrero los soldados se amotinaron en sus cuarteles, ejecutando a sus superiores y uniéndose a las reivindicaciones populares. Obreros y soldados, unidos en manifestación, rodearon aquel histórico 27 de febrero el palacio Taúrida, sede de la Duma, armados hasta los dientes.
El zar decidió enviar a un grupo de soldados a Petrogrado donde fueron interceptados y se unieron a la rebelión. Nicolas II se montó en un tren a Petrogrado que fue interceptado y desviado a un largo rodeo para no poder entrar a la capital. La única manera de salvar a la monarquía y a la propia dinastía pasaba por la abdicación de Nicolas II y su sustitución por el gran Duque Miguel su hermano. El estado mayor aceptó la solución y se la plantearon al zar. Nicolas firmó la abdicación a favor de su hermano el 2 de marzo, que no tardaría un día en renunciar también a la corona.
En consecuencia la Duma anunció la formación de un comité provisional que tomo el poder transitoriamente para cubrir el vacío de poder. Mientras tanto en la calle, un joven y conocido diputado izquierdista Alexander Kérensky vió la oportunidad de erigirse como representación de los obreros y soldados que habían tomado la Duma y extendió el movimiento por todo el Imperio. La revolución ganó su primer jefe y se generalizó. 
La mañana del 28 de febrero, la revolución había triunfado, rompiendo en un suspiro con una tradición autocrática de siglos para iniciar un nuevo rumbo republicano. Con fecha 3 de marzo de 1917 la obsoleta monarquía de los Romanov dejaba paso a un gobierno provisional nacido para cubrir el vacío de poder. Se proclamó un gobierno provisional con Georgi Lvov como primer ministro, Alexander Kérensky con una modesta cartera de Justicia y Pavel Miliukov, kadete y verdadero hombre fuerte del nuevo gobierno, como ministro de Asuntos Exteriores. Se había conformado un doble poder en Rusia. Como observó muy agudamente Trotsky, “los soviets tenían la fuerza, pero no el poder, mientras que la burguesía tenía el poder pero no la fuerza”
El Gobierno provisional ruso consistió en una serie de sucesivos gabinetes, principalmente de coalición entre políticos liberales y socialistas moderados, que trataron infructuosamente de resolver los graves problemas a los que se enfrentaba el país, enfrascado en la impopular Primera Guerra Mundial hasta la toma del poder en noviembre por los bolcheviques, ala radical del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia, en la Revolución de Octubre.

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