¿Podrá la convergencia China-Rusia acabar con la hegemonía Norteamericana (I)? (Gustavo Gonzalez Urdaneta ) 12 mayo 2021
¿Podrá la convergencia China-Rusia acabar con la hegemonía
Norteamericana (I)?
Gustavo Gonzalez Urdaneta
12 mayo 2021
En primer lugar
es importante subrayar que la firma, en julio de 2001, del Tratado de Buena
Voluntad, Amistad y Cooperación entre China y Rusia por los presidentes
Vladimir Putin y Jiang Zemin, ruso y chino, respectivamente, ha significado la
institucionalización de una asociación estratégica entre los dos países, lo que
promueve y refuerza la cooperación económica bilateral.
Por otra parte, después
de la desintegración de la Unión Soviética, Rusia se ha convertido en un actor
independiente de las relaciones económicas internacionales y ha buscado
activamente la integración en la economía mundial. A principios del siglo XXI
su interés especial se centra en China, lo cual se explica por varios factores,
entre ellos los siguientes: en primer lugar, son vecinos con una
frontera común que supera los 4.300km, lo que se convierte en una ventaja mutua
para el desarrollo de las relaciones comerciales y para la cooperación; en segundo
lugar, China es un mercado muy prometedor debido a sus muy altas tasas de
crecimiento económico registradas desde comienzos de los noventa y su población
es de 1.4 miles de millones de personas, cuyo poder adquisitivo tiende a
aumentar y en tercer lugar, desde 2010, China se ha convertido en el
mayor consumidor de energía en el mundo, dejando atrás a los Estados Unidos de
Norteamérica.
Si bien es
cierto que desde principios del siglo XXI dicha cooperación económica entre
Rusia y China se desarrolla rápidamente y se ha convertido en una parte
importante de la cooperación estratégica entre los dos países, sin embargo, el
modelo de dicha cooperación no es tan eficiente como debería ser.
El problema
fundamental de las relaciones comerciales entre los dos países consiste en que
la estructura sectorial del comercio sino-ruso es muy desfavorable para Rusia.
Resulta que este país vende cada vez más materia prima, incluyendo petróleo,
carbón, madera y oro, entre otros. De esa manera representa el papel de
abastecedor de recursos naturales para la creciente economía china. Por otra
parte, China aumenta las ventas de productos manufactureros, entre ellos
maquinaria y equipo de transporte, los cuales se han convertido en el renglón
fundamental de sus exportaciones a Rusia. Lo último crea una base necesaria
para la expansión de la presencia china en el mercado ruso y de esa manera
representa una amenaza para el desarrollo de muchas ramas de la industria rusa,
provocando ciertos problemas para la seguridad económica de ese país. Esta
tendencia al servilismo debe ser aprovechado por EE. UU. para desincentivar
la convergencia rusa con China y debilitar esa alineación.
El ramo de la
cooperación energética entre Rusia y China, siendo el elemento clave de la
cooperación económica bilateral, se caracteriza no solamente por la
complementariedad de sus economías sino también por la creciente rivalidad
entre los dos países. Las empresas chinas compiten con las rusas por el acceso
a recursos minerales de otros países del mundo, incluyendo las exrepúblicas
centroasiáticas de la Unión Soviética, es decir, Turkmenistán y Kazajstán.
Por otra parte,
un obstáculo para la cooperación energética entre Rusia y China lo constituye
la política energética interior de la última, que ha priorizado el desarrollo
de fuentes de energía alternativas, así como el ahorro energético. Cabe
subrayar que ese país ha alcanzado logros muy importantes en dichas direcciones.
Así, gracias a la promulgación en 2005 de la Ley de Energías Renovables su
industria eólica se ha desarrollado rápidamente. Desde entonces, la capacidad
de energía eólica instalada ha aumentado en más de 100%. Como resultado, en
2010, China se convirtió en el primer país con más capacidad de energía eólica
instalada del mundo, superando a Estados Unidos. Lo anterior permitió ahorrar,
en 2010, 31.3 millones de toneladas métricas de carbón, reduciendo así las
emisiones de dióxido de carbono en más de 90 millones de toneladas. Si bien la
cooperación en materia de gas se frenó por desacuerdos en el precio, esto llevó
a, que los presidentes de Rusia y China lanzaran en diciembre 2019 el gasoducto
Siberia Power, el cual suministrará gas al norte de China desde la
región de Yakutia, en Siberia. El proyecto, llamado "acuerdo del
siglo" entre el grupo Gazprom de Rusia y la Corporación Nacional de
Petróleo de China, es el resultado de una inversión de US$55.000 millones. A lo
largo de 3.000 kilómetros, el gasoducto suministrará 38.000 millones de metros
cúbicos de gas al año, en un contrato que durará 30 años y reportará un
estimado de US$400.000 millones en ese período.
El acuerdo le
abre un mercado importante de exportación de gas a Rusia, tras la caída de la
demanda y los precios en Europa y las sanciones internacionales impuestas
contra Moscú por su incursión en Ucrania y anexión de Crimea. También le
permitirá a Pekín independizarse parcialmente del consumo de carbón y petróleo
como principales fuentes de energía a cambio del gas, que es mucho menos
contaminante y deja una menor huella de CO2.
La cooperación
en cuanto a las inversiones entre Rusia y China no es relevante, esto último se
debe a que compiten por las inversiones extranjeras, por una parte, y por el
acceso a mercados y recursos naturales de países extranjeros, por la otra.
Además, es necesario constatar que la brecha económica entre China y Rusia
sigue aumentando, lo que no facilita la realización de proyectos conjuntos de
inversión en las industrias de alta tecnología.
Si bien el
desarrollo de la cooperación económica entre estos dos países se ha intensificado,
los analistas consideran que en el largo plazo Rusia va a enfrentarse con
muchos retos y amenazas en la cooperación económica entre las regiones del
Extremo Oriente ruso y las regiones vecinas de China. Como consecuencia, Rusia
se enfrenta con la necesidad de crear un modelo de cooperación económica con
China que responda mejor a sus intereses. Para alcanzar ese objetivo es
necesario diversificar la estructura sectorial de las exportaciones rusas a
China, por ejemplo, en el sector agrícola, lácteo, intensificar lazos en
materia de turismo y transporte y subrayar la prioridad de la cooperación
científico-tecnológica, así como la cooperación en cuanto a las innovaciones en
el siglo XXI.
Para Estados
Unidos, enfrentarse a estos adversarios tan diferentes será una tarea ardua, y
los dos países dividirán inevitablemente la atención, las capacidades y los
recursos de Washington. Los acontecimientos de las últimas semanas dejan claro
que la administración del presidente Joe Biden tendrá dificultades para
gestionar el comportamiento chino sin abordar el apoyo de Moscú a Pekín y que
Washington debe calcular ahora cómo su respuesta a un adversario determinará el
cálculo del otro.
Los problemas
que ambos países plantean a Washington son distintos, pero la convergencia de
sus intereses y la complementariedad de sus capacidades -militares y de otro
tipo- hacen que su desafío combinado al poder de Estados Unidos sea mayor que
la suma de sus partes. China, en particular, está utilizando su relación con
Rusia para llenar las lagunas de sus capacidades militares, acelerar su
innovación tecnológica y complementar sus esfuerzos para socavar el liderazgo
mundial de Estados Unidos. Cualquier esfuerzo por abordar el comportamiento
desestabilizador de Rusia o de China debe tener en cuenta ahora la creciente
asociación entre ambos países.
La
administración Biden ha señalado que China es su prioridad número uno en
política exterior. El presidente ha calificado a Pekín como el “competidor más
serio” de Washington y ha subrayado que los abusos económicos, las violaciones
de los derechos humanos y las capacidades militares de China suponen una
amenaza para los intereses y valores de Estados Unidos. Al mismo tiempo, la
administración ha rebajado con razón a Rusia a una preocupación de segundo
nivel. Pero Washington no debería subestimar a Moscú. El presidente ruso
Vladimir Putin supervisa un ejército muy capaz y ha demostrado que está
dispuesto a utilizarlo. Consciente de esa posibilidad, Putin está buscando
formas de obligar a Estados Unidos a tratar con Moscú y probablemente ve una
relación con Pekín como un medio para fortalecer su mano.
Rusia ha buscado
estos lazos en parte vendiendo armamento sofisticado al ejército chino. Los
sistemas de fabricación rusa refuerzan las capacidades de defensa aérea,
antibuque y submarina de China, que sirven para reforzar la postura de China
frente a Estados Unidos en el Indo-Pacífico. Rusia y China han estado
realizando ejercicios militares conjuntos -incluyendo patrullas de bombarderos
estratégicos en el Indo-Pacífico y ejercicios navales con Irán en el Océano
Índico- de creciente frecuencia y complejidad. Estas actividades indican a
otros países que Pekín y Moscú están dispuestos a desafiar el dominio de
Estados Unidos. Además, ambos Estados han desarrollado una cooperación
tecnológica que podría permitirles innovar juntos más rápido de lo que puede
hacerlo Estados Unidos por sí solo.
Para Rusia, los
beneficios económicos de una fuerte relación con China nunca están lejos de la
vista. Moscú trabaja con Pekín para mitigar los efectos de las sanciones
estadounidenses y europeas y, en última instancia, para reducir la centralidad
de Washington en el sistema económico mundial, un cambio que reduciría la
eficacia de las herramientas económicas estadounidenses. El Kremlin ha
recurrido a Pekín para obtener inversiones de capital, un mercado para la
exportación de armas y componentes de defensa a los que Rusia ya no puede
acceder en Occidente.
La nueva
administración estadounidense ha enmarcado la competencia con China y Rusia en
términos ideológicos: un “debate fundamental sobre el futuro y la dirección de
nuestro mundo”, como dijo Biden. China y Rusia están trabajando para socavar la
democracia liberal, un concepto que ambos regímenes ven como una amenaza
directa a sus aspiraciones y al control del poder. Por esta razón, entre otras,
los dos países buscan debilitar la posición de Estados Unidos en importantes
regiones e instituciones internacionales.
Para atacar los
cimientos de esa relación será necesario que Washington demuestre a Moscú que
es preferible cierto grado de cooperación con Estados Unidos que el servilismo
a Pekín. Si se consigue que Moscú se dé cuenta de que es preferible cooperar
con Estados Unidos a servirse de Pekín, no se podrá evitar la cooperación
chino-rusa, pero sí se podrán limitar las implicaciones más malignas de su
alineación.
Revisemos la
historia. Para explicar el triángulo político entre Estados Unidos, China y la
URSS podríamos empezar con Nixon, pero nos dejaríamos la mitad de la historia.
John Pomfret, antiguo corresponsal del Washington Post en China apunta con
acierto otra fecha de inicio: la presidencia de Dwight D. Eisenhower. La
estrategia de Eisenhower fue tratar como enemigos a los soviéticos y a los
chinos, pero -importante- a unos peor que a otros. El embargo y sanciones eran
mucho más duras para China que para la URSS. La intención: un distanciamiento
entre los líderes de ambas potencias comunistas, Nikita Kruschev y Mao Zedong.
Hasta la llegada
de Nixon, los presidentes estadounidenses posteriores a Eisenhower apoyaron la
“coexistencia pacífica” entre americanos y soviéticos. Mientras tanto,
realizaban acciones para debilitar (y radicalizar) a China. Entrenaron
militarmente a rebeldes tibetanos y consiguieron que los soviéticos paralizaran
su ayuda nuclear a Pekín. Como explica Henry Kissinger en su libro sobre China,
las diferencias entre los soviéticos y los chinos (que se acusaban mutuamente
de extremistas o revisionistas) llegaron al punto de generar enfrentamientos
armados en la frontera de ambos países, con muertos tanto en el bando chino
como en el soviético. Era una situación al borde del conflicto.
Según Kissinger,
artífice del pacto chino-estadounidense bajo la presidencia de Nixon, la guerra
entre los soviéticos y los chinos era cada vez más probable. La alianza de Mao
con Nixon hizo que el conflicto sino-soviético se desviara a países del tercer
mundo (las llamadas guerras proxy, como Camboya, Afganistán o Angola), en las
que EE. UU. y la URSS armaban a grupos nacionales enfrentados, con el objetivo
de que instauraran gobiernos alineados con su bando. Las grandes potencias no peleaban
directamente, sino a través de terceros. China, aliada con Estados Unidos,
apoyó estas guerras, se protegió de la URSS y se abrió al libre mercado diez
años después.
Las diferencias
entre 1972 y 2021 son amplias: al contrario que en la etapa Nixon, hoy en día
Rusia y China se llevan bien en el terreno económico, militar y de política
exterior. Xi Jinping y Vladímir Putin han firmado varios acuerdos comerciales.
Ambos lideran la Organización de Cooperación de Shanghái, considerada una
alianza para frenar a la OTAN en Asia. Las marinas rusa y china han realizado
maniobras militares conjuntas en el Mar del Sur de China. Moscú y Pekín suelen
votar juntos en el Consejo de Seguridad de la ONU. Es cierto que hay factores
chinos que preocupan a Rusia, como la creciente presencia de Pekín en Asia
Central (tradicional territorio de influencia rusa) o la presión demográfica
que ejerce el país más poblado del mundo hacia su frontera siberiana,
totalmente despoblada en el lado ruso. Pero, pese a eso, la relación actual
entre Xi y Putin es buena. Nada comparado con el estado de preguerra que los
soviéticos y los chinos mantenían cuando Nixon visitó por primera vez Pekín.
Algunos políticos
y analistas han recomendado una estrategia actual de “Nixon a la inversa” para
acercarse a Rusia y alejarla de China. Otros, en cambio, sugieren un enfoque
mucho más modesto e incremental, diseñado para demostrar a la gente que rodea a
Putin los beneficios de una política exterior rusa más equilibrada e
independiente. El terreno para llevar a cabo una estrategia de este tipo es
estrecho, pero Washington podría empezar con su deseo declarado de utilizar la
prórroga de febrero del nuevo tratado de reducción de armas nucleares START
como punto de partida para el diálogo sobre el control de armas, la estabilidad
estratégica y la no proliferación. Estados Unidos podría seguir colaborando con
Moscú para facilitar la vuelta de Irán al acuerdo nuclear de 2015 y asegurar
una paz estable en Afganistán.
El compromiso
significativo será mínimo mientras Putin siga en el poder. Sin embargo, los
esfuerzos sostenidos e incrementales para trabajar con Moscú de forma que se
promuevan los intereses de Estados Unidos pueden demostrar a la élite que rodea
a Putin que es posible una alternativa al servilismo.
Mientras tanto,
Washington tendrá que dedicar más recursos a vigilar y contrarrestar los
efectos de la colaboración entre Pekín y Moscú. El gobierno de Biden debería llevar
a cabo regularmente juegos de guerra que pongan a Estados Unidos, y
potencialmente a sus aliados de la OTAN, frente a China y Rusia. Washington
debería prepararse para contrarrestar las campañas coordinadas de injerencia
destinadas a manipular el discurso público y socavar la fe en el sistema
electoral estadounidense.
La incógnita más enigmática es Putin, sorprende a menudo con sus movimientos de ajedrez
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