¿Podrá la convergencia China-Rusia acabar con la hegemonía Norteamericana (II)? (Gustavo Gonzalez Urdaneta) 12 mayo 2021
¿Podrá la
convergencia China-Rusia acabar con la hegemonía Norteamericana (II)?
Gustavo Gonzalez
Urdaneta
12 mayo 2021
La relación
chino-rusa no es impermeable y Estados Unidos no debería rehuir las medidas
proactivas para explotar sus fisuras. Es posible que los esfuerzos de Estados
Unidos por aprovechar las tensiones menores no cambien la trayectoria general
de la relación entre ambos países, pero, abrir incluso pequeñas brechas entre
los socios, puede contribuir a crear fricciones y desconfianza que limiten el
alcance de la cooperación.
Rusia es uno de
los principales vendedores de armas a los países que mantienen disputas
territoriales con China, como India y Vietnam. Sin embargo, la Ley para
Contrarrestar a los Adversarios de Estados Unidos a través de Sanciones
-aprobada por el Congreso en 2017 para limitar los ingresos del Kremlin por
exportaciones de armas- impide que Rusia venda armas a Nueva Delhi. Los
responsables políticos deberían considerar la posibilidad de proporcionar a la
India una exención para la compra de armas rusas, permitiendo así que crezcan
las fisuras naturales entre Pekín y Moscú.
Uno de los
principios más antiguos de la política exterior rusa es establecer a Moscú como
un actor independiente y no alineado en un mundo multipolar. Por ello, a
algunos analistas y a las élites rusas les preocupa la creciente sumisión de
Rusia a Pekín. A medida que China invade los intereses rusos en Bielorrusia,
Irán y otros lugares, Estados Unidos debería tratar de plantear preguntas al pueblo
ruso y a la élite dirigente sobre la conveniencia del enfoque actual, con la
esperanza de que los futuros líderes tracen un rumbo más neutral.
“Rusia y China
no pretenden destruir el orden mundial actual, pero la convergencia política
entre estos países puede acabar con el único inconveniente del orden existente:
la hegemonía norteamericana", opina Shen Dingli, analista político de la
Universidad de Fudan (Shanghái, China), en su artículo publicado en el diario
chino People's Daily. Moscú y Pekín solo quieren mejorar lo que ya existe,
Rusia y China no tienen ni una sola razón para no seguir apoyando el orden
existente porque se benefician del mismo, subraya el politólogo. "China
ofrece a EE. UU. ideas que no solo permitirán corregir las deficiencias del
orden actual, sino evitar en el futuro errores semejantes a los cometidos por
Estados Unidos", concluye Shen Dingli.
El poder
excesivo de Estados Unidos se ha convertido en una amenaza a la seguridad y el
desarrollo mundial, y pone en peligro su propia prosperidad, indica el experto,
añadiendo que el país norteamericano cree que su posición monopólica beneficia
al mundo, pero los hechos muestran lo contrario. "Hay que recordar las
guerras en Vietnam o en Irak, ¿es eso la estabilidad?", pregunta Shen Dingli.
La nueva Guerra
Fría entre Rusia y Occidente ha empujado a la primera hacia Asia. El objetivo
natural de Moscú será consolidar una alianza estratégica con Pekín con miras a
hacer causa común frente a la arrogancia occidental y si posible enlistarla en
una política de bloque frente a Washington y las capitales europeas.
En la relación
Rusia-China hay factores de convergencia y de divergencia. Entre los primeros
su énfasis en la multipolaridad y su postura compartida frente a impulsos
hegemónicos y camisas de fuerza geopolíticas que ambos buscan esquivar. A la
vez, mientras China es un consumidor voraz de energía, Rusia ocupa el primer
lugar mundial en reservas de gas, el segundo en carbón y el octavo en petróleo.
Con el proyecto Siberia Power, Rusia puede garantizar un suministro por tierra
que evadiría el control de las rutas marítimas que detenta el mayor rival
estratégico de China: Estados Unidos. Sin embargo, ambos países enfrentaron en
el pasado serias disputas fronterizas en la zona de los ríos Amur y Ussuri en
Siberia y compiten por esferas de influencia en Asia Central. Ahora bien, los
diferendos fronterizos no han dado problemas desde hace rato y la competencia
en Asia Central bien podría transformarse en convergencia de intereses.
¿Bastaría lo
anterior para enlistar a Pekín en una política de bloque? Para responder a ello
hay que evaluar los elementos de convergencia y divergencia entre China y las
potencias occidentales con particular referencia a Washington. Entre los
primeros se encontraría un comercio anual alrededor de los 500 millardos de
dólares con Estados Unidos y cercano a los 400 millardos con la Unión Europea,
así como ingentes corrientes de inversión con éstos que fluyen hacia China y
desde China. Sin embargo la economía no es sólo factor de unión sino también de
competencia. No obstante, no es la contención económica sino la geopolítica la
que le quita el sueño a Pekín. Mientras China busca un acomodo con Estados
Unidos en el cual ambas potencias coexistan en condiciones de paridad en el
Océano Pacífico, Washington insiste en preservar su hegemonía.
El 23 de marzo,
el ministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Yi, y su homólogo ruso, Serguéi
Lavrov, se reunieron en un momento propicio. Las conversaciones de alto nivel
se produjeron justo un día después de un intercambio público inusualmente
acalorado entre altos funcionarios estadounidenses y chinos en Anchorage
(Alaska) y, en claro contraste, los ministros de Asuntos Exteriores chino y
ruso adoptaron un tono amistoso. Juntos, rechazaron las críticas occidentales a
su historial de derechos humanos y emitieron una declaración conjunta en la que
ofrecían una visión alternativa de la gobernanza mundial. El orden
internacional liderado por Estados Unidos dijo Lavrov, “no representa la
voluntad de la comunidad internacional”.
Sin embargo, la
reunión fue digna de mención por algo más que su retórica. Pocos días después,
Rusia comenzó a acumular tropas a lo largo de la frontera de Ucrania, el mayor
número desde la anexión de Crimea por parte de Moscú en 2014. Simultáneamente,
China comenzó a realizar ejercicios de asalto anfibio muy publicitados e
incursiones aéreas en la llamada zona de identificación de defensa aérea de
Taiwán con la mayor frecuencia en casi 25 años. Estos movimientos militares han
reavivado la preocupación en Washington sobre la posible profundidad de la
coordinación chino-rusa.
Los factores de
convergencia seguramente mantendrán a raya a los de divergencia hasta que algún
evento haga estallar la inmensa tensión contenida. Probablemente ello ocurra en
las islas Senkaku/Diaoyu, disputadas por China y Japón y en donde la alianza
militar entre Washington y Tokio obligaría al primero a intervenir. A partir de
ese momento Moscú podría contar con un aliado incondicional dentro de un bloque
antiestadounidense.
Ahora bien, el
vínculo entre China y Rusia es más que estratégico, ya que China y Rusia están
aprendiendo la una de la otra en cuanto a tácticas autoritarias. El agresivo
despliegue por parte de Pekín de las campañas de desinformación COVID-19, por
ejemplo, demuestra que sus dirigentes han empezado a adoptar los métodos del
Kremlin de siempre. En lugar de limitarse a promover y amplificar las
narrativas positivas sobre el Partido Comunista, las campañas de Pekín buscan
sembrar la confusión, la disensión y la duda sobre la propia democracia. Siguiendo
las indicaciones de Pekín, Moscú, a su vez, está aprendiendo a reducir la
relativa libertad de la esfera online rusa, una tarea que se ha hecho más
urgente desde que Alexei Navalny regresó en enero y las protestas masivas
arrasaron el país. A través de medios compartidos, China y Rusia popularizan la
gobernanza autoritaria, diluyen la protección de los derechos humanos y crean
normas peligrosas en torno a la soberanía cibernética y de Internet. Ambos
países se apoyan mutuamente en estas cuestiones en los foros multilaterales. No
cabe duda de que parte de esta coordinación es más fortuita que intencionada,
pero los dos países cantan con la misma partitura.
Un punto que EE.
UU. debe tener presente, lo leí recientemente en un artículo de Beatriz de Majo
sobre la utilidad del caos de Mao a Xi, y se refiere a que China no aspira a la
implantación de un credo comunista, ya que su única meta es la gloria
universal. Igualmente nos dice de-Majo “Todo lo demás se alinea a su servicio,
incluyendo los derechos humanos. Su relación con terceros países se
circunscribe a calibrar la manera en que sus políticas interfieren o colaboran
con ese ascenso a la grandeza. Y en ese sentido actúan. Para Pekín, Estados
Unidos ya no se relaciona con China desde una posición de fuerza sino desde
dentro del más pernicioso caos. No se trata de democracia versus totalitarismo.
Quien piense que la batalla que se libra hoy entre el gigante asiático y las
otras naciones grandes de la globalidad se da en el terreno de las ideas se
equivoca”.
Rusia ha venido
desempeñando un rol beligerante en la geopolítica mundial que, aunque no se
corresponde con su potencia económica (Rusia es una economía más pequeña que
España y casi del mismo tamaño de la de California) ha podido hacerlo, gracias
a la importancia que ha otorgado a su fuerza militar convencional y a los
nuevos medios de guerra de cuarta y quinta generación.
Como decía Julio
Castillo Sagarzazu en un reciente artículo “A diferencia de China, Rusia si
tiene en su ADN nacional la vocación imperial de gran potencia. No han tenido
que construir ninguna Gran Muralla, porque sus extensísimas tundras heladas más
de la mitad del año le han defendido siempre de cualquier intruso. El mismo
general: “el general invierno”, derrotó a dos de las maquinarias bélicas más
poderosas en su época: los ejércitos de Napoleón y los de Adolfo Hitler”. De
manera, que sus fuerzas militares han sido concebidas siempre para la expansión
y para la creación de un espacio vital “Gran Ruso”.
Su obsesión
geopolítica y militar ha sido obsesiva en tener acceso a puertos de aguas
calientes, por eso la península de Crimea, en el Mar Negro, es una de sus joyas
estratégicas. El Mar Negro baña también las costas de Turquía y de allí, se
sale al Mediterráneo, su más cercano “mar caliente”. Hoy, con la retirada de
Estados Unidos de Siria y el abandono de los kurdos que luchaban en esa zona y
en Turquía e Irak, contra el Estado Islámico, Rusia ha consolidado su posesión
del estratégico Puerto de Tartus, cedido por Bashar Al Asad. Ya, con esta base
en “aguas calientes”, avanza en su proyecto secular de “un puerto en cada
océano”
En nuestro país
han logrado también, otra avanzada de su plan estratégico: tener un puerto en
el Caribe. Solo que, en este caso, comparte su influencia con Irán, China y una
Cuba que actúa de croupier de casino, repartiendo las cartas y cobrando caro,
su conocimiento del terreno. En efecto, somos un Oriente Medio del hemisferio
occidental, con todas las consecuencias que ello puede traer.
La
administración Biden ya tiene una larga lista de tareas urgentes relacionadas
con China y Rusia. El esfuerzo por reducir la relación entre ambos países
pertenece a ese catálogo. La reflexión creativa sobre cómo limitar la
cooperación entre Pekín y Moscú -evitando al mismo tiempo acciones que
refuercen su entente- será fundamental para proteger los intereses de Estados
Unidos y las democracias liberales en las próximas décadas.
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