El Engaño Verde-Greenwashing (I) (Gustavo González Urdaneta)
El Engaño Verde-Greenwashing (I)
Gustavo González Urdaneta
Miami 6 octubre 2025
Recientemente vi un video que incrementó mis dudas sobre la diferencia entre lo que se dice y lo que se hace, en el ámbito de la sostenibilidad, uno de los fenómenos más insidiosos es el uso deliberado del lenguaje para encubrir la verdadera naturaleza de las acciones corporativas. Este fenómeno, conocido como greenwashing o ecoblanqueo, es una táctica donde las palabras no son un reflejo de la realidad, sino una herramienta estratégica para distorsionarla. Aquí, las empresas crean narrativas ambientales que ocultan lo que realmente sucede detrás de sus procesos productivos, utilizando el lenguaje para vaciar de significado términos fundamentales como “sostenibilidad” o “huella de carbono”. El greenwashing no es simplemente un exceso de optimismo en la publicidad corporativa. Es parte de un sistema ideológico donde el lenguaje se convierte en un arma para moldear la percepción pública. Las empresas, en complicidad con los medios y las agencias de marketing, manipulan los términos de tal manera que generan una ilusión de cambio, sin que las estructuras económicas y productivas que perpetúan la crisis climática se alteren un ápice.
En este proceso, el lenguaje se desvincula de los hechos. Frases como “producto sostenible” o “respetuoso con el clima” son repetidas hasta el cansancio, pero sin respaldo tangible. Lo que queda es un discurso vacío, una «gramática del engaño», en la que las palabras pierden todo su peso. Los consumidores, bombardeados con estos mensajes ambiguos, no tienen las herramientas necesarias para evaluar críticamente si lo que las empresas prometen en sus eslóganes verdes realmente se traduce en acciones concretas. Este fenómeno no es solo lingüístico, es profundamente político. A través de lo que los expertos llaman “opacidad referencial”, las empresas presentan afirmaciones vagas, intencionalmente carentes de datos concretos o verificables. Se crea una distancia semántica entre el lenguaje utilizado y las acciones reales, una especie de cortina de humo que impide que la ciudadanía pueda comprender con claridad el impacto real de sus decisiones de consumo.
La gravedad del greenwashing no se limita al engaño puntual. Va más allá, afectando la capacidad de la ciudadanía para interpretar críticamente la realidad que la rodea. En la medida en que las empresas sigan utilizando estos mecanismos lingüísticos para desviar la atención de sus prácticas destructivas, la posibilidad de una transición ecológica genuina se ve gravemente comprometida. Porque el cambio no está en las palabras, sino en las acciones, y si esas palabras no tienen correlato en la realidad, nos encontramos en un callejón sin salida. Pero el problema no es exclusivo del sector empresarial. Los medios de comunicación, al repetir sin cuestionar las narrativas corporativas, y los gobiernos, que a menudo caen en la trampa semántica de estas declaraciones vacías, también son cómplices. La difusión masiva de estos eslóganes ambientales refuerza la idea de que el cambio está ocurriendo, mientras las emisiones globales continúan aumentando y las catástrofes climáticas se intensifican. En lugar de desafiar el poder que se esconde detrás de esas palabras, los gobiernos y medios reproducen una ilusión de progreso.
Las recientes directivas de la Unión Europea, como la Directiva (UE) 2024/825, han intentado contrarrestar este fenómeno estableciendo criterios más estrictos para las afirmaciones ambientales. Estas normas buscan prohibir términos vagos como «producto verde» o «respetuoso con el clima» a menos que se acompañen de datos verificables y precisos. Sin embargo, la trampa semántica sigue latente. Incluso estas regulaciones, si no se aplican con rigor y no se acompañan de una transformación estructural, podrían ser cooptadas por las grandes corporaciones para seguir lavando sus imágenes sin modificar realmente sus prácticas.
El greenwashing es el reflejo de una lucha más profunda por el control de los marcos interpretativos. Las empresas privadas luchan por controlar no solo el mercado, sino también la manera en que pensamos sobre el cambio climático y nuestras respuestas a él. Como ciudadanos, debemos ser conscientes de cómo el lenguaje está siendo instrumentalizado para manipular nuestras percepciones. Necesitamos una transparencia lingüística que permita una verdadera rendición de cuentas. En esta batalla por la sostenibilidad, las palabras importan tanto como los hechos. Entender cómo el lenguaje de poder opera en la esfera pública es esencial para desmantelar las ilusiones y exigir cambios reales. El futuro de nuestro planeta no puede depender de un lenguaje hueco que disfraza la inacción. Solo cuando las palabras se alineen con las acciones podremos hablar de una verdadera transición ecológica. Porque, al final, el lenguaje no solo describe el mundo. Lo crea.
La otra cara de la moneda del Engaño Verde son las fuentes renovables de energía (FRE). Es muy cierto que las FRE son recursos limpios e inagotables que proporciona la naturaleza. Estas energías, a diferencia de los combustibles fósiles, no producen gases de efecto invernadero ni emisiones contaminantes, por lo que no afectan al cambio climático. Se dice que las fuentes renovables tienen costos operativos más bajos en comparación con las centrales térmicas; que reducen la dependencia de los combustibles fósiles mejorando la seguridad energética y la exposición a cambios en sus precios. Se habla de que pueden ser generadas cerca de los centros de consumo reduciendo las pérdidas de transmision. Todos esos mensajes, como ya se dijo, son parte de lo que se llama “opacidad referencial”, omiten las desventajas de dichas fuentes creando una distancia semántica entre el lenguaje utilizado y la realidad operativa de la mismas, interponiendo una cortina de humo que impide que la ciudadanía pueda comprender con claridad el impacto real de las FRE
Se nos dice a diario que las FER fortalecen la resiliencia energética al descentralizar la producción de energía y aumentan la autonomía y seguridad energética. Lo que no se dice o se expone muy tangencialmente, es que su variabilidad climática, no contribuyen a la oferta de energía firme que todo sistema requiere durante las 24 horas del día que los técnicos llaman “carga base”. Igualmente se encubre las soluciones de almacenamiento de energía esa energía firme incluyendo la reserva rodante que debe estar disponible las 24 horas del día. Estamos hablando de cantidades minimas del 25 al 30% de la energía total que requiera el sistema. En abril, un gran apagón en España y parte de Portugal puso en duda la estabilidad de energías renovables como la solar y la eólica y su costo se estima alrededor de los 4.400 millones de euros. La energía más cara es la que no se tiene. No se habla que el paso a las energías limpias pueda acarrear también una nueva dependencia de las importaciones de metales y minerales necesarios para construir las infraestructuras renovables y el almacenamiento; ni del almacenamiento necesario a nivel mundial ni su tiempo de fabricación; y se obvia el tamaño de los terrenos que requieren y que afectan a otras áreas de servicio.
En el cambiante mundo actual de las energías renovables, son un reto las grandes centrales solares y los requerimientos de almacenamiento en batería. Los sistemas están revolucionando la industria para que la energía solar sea práctica para el uso diario y se conviertan en esenciales para mantener un suministro energético estable y fiable, que no estan en capacidad de aportar, especialmente a medida que aumentamos nuestra dependencia de las energías renovables. Hay que tener presente que, si bien estas grandes soluciones de almacenamiento tienen un gran potencial, existen numerosos obstáculos que superar, como limitaciones tecnológicas, regulaciones complejas y la simple determinación de su viabilidad económica.
Uno de los grandes obstáculos actuales para el almacenamiento de energía solar a gran escala es la dificultad de ampliar la escala de estos sistemas en el cambiante mercado energético actual. La dificultad reside en integrar estos grandes sistemas en la red eléctrica existente; la mayoría de las redes no están diseñadas para gestionar capacidades de almacenamiento tan masivas. Esto puede generar cuellos de botella e ineficiencias, lo cual no es ideal. Además, aumentar el almacenamiento en baterías no es barato. Informes recientes muestran que se espera que las inversiones en almacenamiento de energía alcancen los 162 000 millones de dólares para 2030 ¡una auténtica locura! Este rápido crecimiento demuestra la importancia de este sector para la transición energética.
Por eso, encontrar baterías sostenibles y asequibles, como las de estado sólido o la tecnología más reciente de iones de litio, es tan importante. Las baterías de litio son ampliamente utilizadas en una variedad de aplicaciones debido a su alta densidad de energía y su capacidad de carga rápida, sin embargo, también presentan algunos problemas que la mayoría no conoce. Estos pueden afectar su rendimiento y seguridad por sobrecarga (aumento de temperatura, cortocircuito e incluso una combustión espontánea), descarga profunda (daño y reduce capacidad de almacenamiento de energía), sensibilidad a la temperatura (combustión espontánea o afecta rendimiento y reduce capacidad de carga) y formación de dendritas de litio (cortocircuitos y fallos en la batería. Aparte de los problemas técnicos del litio, la extracción de este material ha causado gran controversia en Latinoamérica por el impacto social y ambiental que puede generar, como es lo qué está pasando en Bolivia (falta de transparencia), Chile (ausencia de criterios científicos), Perú (daños ambientales y a comunidades) y Argentina (daño a comunidades indígenas).
Adicionalmente, las regulaciones y la falta de políticas estandarizadas complican aún más la implementación de estos grandes sistemas. Cifras recientes de la Agencia Internacional de la Energía muestran que el almacenamiento global de energía podría alcanzar alrededor de 1.500 GWh para 2040. Estos cambios son realmente importantes porque afectan la velocidad de crecimiento del mercado e influyen en la viabilidad financiera de los sistemas gigantes de baterías solares. Aun así, superar estos obstáculos es crucial si realmente queremos aprovechar todo el potencial de la energía solar y construir un futuro energético más resiliente y ecológico. El costo puede ser un verdadero obstáculo. Los gastos iniciales no se limitan a la compra de las baterías, sino que también incluyen los costes de instalación y las mejoras de la infraestructura, que pueden acumularse rápidamente.
Además, la tecnología de las baterías evoluciona a un ritmo vertiginoso y plantea la pregunta ¿apostar por la tecnología más reciente ahora o esperar a que se agote? A medida que las regulaciones se vuelven más estrictas o favorables a ciertas tecnologías, esto puede fomentar la innovación y la inversión o terminar creando obstáculos para nuevos actores que intentan entrar. Por lo tanto, para cualquiera que esté involucrado o busque establecerse en este sector, comprender estos cambios en las políticas y su significado es clave para navegar eficazmente en todo el panorama de las baterías solares.
Hay dos factores con la FER, pendientes de análisis, en cuanto a si prevalece el engaño verde entre lo que nos dicen y la realidad. Uno es cuánta tierra se requiere para cada megavatio (MW) de capacidad instalada y el otro es el impacto de las FER en el precio y costo de la electricidad y de la energía no servida, respectivamente. Sin entrar, por ahora, en detalle de cifras que han sido publicadas, la eólica terrestre es mucho más “compacta” y rentable en uso efectivo de suelo por MW que la solar, según la experiencia española. La intermitencia de las FER puede impactar en los precios; en días nublados o sin viento, el mercado puede verse obligado a recurrir a fuentes de energía más caras, como las plantas de gas o carbón, lo que puede aumentar el precio de la luz y el costo más alto es el de la energía que no se tiene. Además, la transición hacia un modelo energético más sostenible requiere inversiones significativas en infraestructura y tecnología. Estas inversiones, aunque necesarias para asegurar un suministro eléctrico estable y limpio en el futuro, pueden trasladarse a los consumidores en forma de tarifas más altas en el corto plazo. ¿Engaño verde o falta de responsabilidad?
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