La Doble Cara de la Ambición: Vicio o Virtud Gustavo González Urdaneta


La Doble Cara de la Ambición: Vicio o Virtud
Gustavo González Urdaneta
Miami, 4 noviembre 2018

No hay duda de que la ambición es un concepto ambiguo, un arma de doble filo y tiene dos caras. Su rostro luminoso nos lleva a brillar, y su lado oscuro nos conduce al más profundo de los infiernos. Forma parte de nuestro ADN, depende únicamente de nosotros convertirla en un vicio… o en una virtud. Ahora bien, para esa conversión de la ambición en virtud es necesario hacer uso de otra virtud, la prudencia, pues sólo con ella podremos hacerlo de un modo inteligente. Es gracias a la prudencia que somos capaces de rechazar un placer que más tarde podría provocarnos dolor.  Como dijo el emperador romano Marco Aurelio Antonino (121-180 DC) …"La ambición es un vicio, pero puede ser madre de la virtud."

Como virtud, la ambición es lo que nos mueve y motiva día a día, es el deseo por superarse y llegar mucho más lejos y lograr nuestros objetivos siempre que tengamos la suficiente determinación, esfuerzo y dedicación. Provee la motivación necesaria para lograrlos en la vida. La ambición, como virtud, tiene que ver con el deseo de ser mejor.

Como vicio, la ambición es la pasión irrefrenable por conseguir, a cualquier precio, poder y riqueza. Es la desmedida inversión de esfuerzo, en el trajín de la existencia, por lograr posiciones relevantes, practicando argucias, mañoserías y aun poniendo a la venta la dignidad. En ocasiones, se suele confundir la ambición con, su otra cara, la avaricia.

Los vicios humanos o espirituales son los que resultan más nocivos y más difíciles de resistir. Más aún, su naturaleza espiritual hace que en algunas de sus manifestaciones sea difícil distinguirlos de las virtudes. Esta dificultad se agranda especialmente cuando el poder, la riqueza o la situación social se hacen pasar como si fuesen medios para lograr fines deseables.

En el orden y en las circunstancias actuales, la moralidad popular no condena la codicia del poder, ni los anhelos de preeminencia social. En otras palabras, la ambición y la molicie, dos vicios que están ligados entre sí, se les exhiben como si fuesen virtudes. No puede haber mejoramiento en este mundo mientras no se convenza la gente de que el ambicioso que codicia el poder es tan repugnante como el glotón o el avaro; y que, en el plano de lo humano, son un sometimiento tan sórdido como puede serlo cualquier sometimiento físico, la bebida, o la perversión sexual. Con razon dijo Voltaire (1694-1778) "En el desprecio de la ambición se encuentra uno de los principios esenciales de la felicidad sobre la tierra."

Las personas ven los obstáculos, y las personas ambiciosas ven la oportunidad. Una característica de un hombre codicioso es la lucha de lo deseable viendo hacia delante lo que otros no ven. El hombre ambicioso le satisface correr riesgos, la codicia es incontrolable, por el contrario, la ambición es medible y equilibrada. Teniendo esto como base se tienen los valores como la perseverancia, la ética y el coraje.   El avaro ensaya estrategias, convencido de que el poder genera riqueza con suma facilidad y se moviliza sin descanso para encontrar el campo y la pista apropiada para emprender la veloz carrera por cubrir la meta: el poder y la riqueza, y así el disfrute de una vida de lujo, ocio y placer desenfrenado.

El progreso de la humanidad se da en parte, gracias a la ambición del hombre a siempre quererte más y mejor, pero, por otro lado, parte de los grandes errores del ser humano se dan por lo mismo, por querer tener aquello que sobrepasa los límites dando lugar a un caos a nivel mundial. Parece obvio, que un líder sea ambicioso, el poder coloca al líder en una posición muy deseable, ya sea por gloria, dinero o influencia. Claros ejemplos son Hitler y Bonaparte.

Adolf Hitler (1889-1945) se consideraba un genio que no habia sido reconocido, y con el propósito de cambiar esa situación se interesó por el poder, el dinero y su propio progreso en la escala social y no descansó hasta dominar Europa dando lugar a un conflicto bélico que significó la muerte de millones de personas. Como diría Lord Byron (1788-1824), “La sangre sirve sólo para lavar las manos de la ambición." Su error fue irse a la guerra contra todo el mundo, sus decisiones fallidas y porque sus capacidades logísticas y de manufactura eran muy inferiores a los de los aliados. Hitler fue una de las mayores ayudas que obtuvieron los Aliados, y uno de los peores enemigos que tuvo Alemania.

Napoleón Bonaparte (1769-1821) era considerado un hombre ambicioso, orgulloso y aunque todo conspiraba para que sus aspiraciones no pudieran ser cumplidas, meta tras meta, fue construyendo lo que deseó.  Su ambición era el poder, la extensión de su imperio por Europa. Las conquistas de Napoleón se extendieron junto a su imperio por toda Europa, gobernando a más de 70 millones de personas. No había existido un hombre con tanto poder desde los tiempos de los césares. Él cambió al mundo, y se basó para ello en sus orígenes, en su entorno y en sus aptitudes. Su derrota fue también la ambición, sus “delirios de grandeza”. Es un ejemplo de la ambición incontrolable.

Según Goethe (1749-1832) "Ambición y amor son las alas de las grandes acciones” pero recuérdese el mito de Ícaro.  

En última instancia, todo radica en lo que nos mueve a lograr los objetivos que nos marcamos. ¿Para qué lo hacemos? Resulta clave de vez en cuando tomar perspectiva y revisar nuestras motivaciones. Hay dos maneras muy distintas de vivir la ambición. Una nos acerca a su cara luminosa y otra nos condena a su cara oscura. La primera se centra en el aprendizaje que sacamos durante el camino, y parte de la abundancia. La segunda nos ciega con el resultado final que queremos obtener, y nace de la carencia.

Vivir desde la abundancia nos lleva a seguir el camino de la no-necesidad, es decir, nos sentimos felices con lo que tenemos y nos ponemos retos solo para mejorar. Mientras que cuando partimos de la carencia, sentimos que nos hace falta algo para ser felices y es, esa carencia, la que alimenta la abundancia. Al igual que la superficialidad, la ambición desmedida es un black hole (hueco negro) cuya densidad la nutre la insatisfacción que termina por absorbernos y secarnos por dentro.

La ambición está hecha del mismo material con el que se tejen los sueños. La mayoría de los sueños te muestran los miedos y limitaciones que tú te has impuesto a ti mismo, y te ayudan a reconocer la importancia de enfrentarte a tus temores. Al hacerlo, descubres un nivel más profundo de percepción, belleza y alegría en tu interior. Tienes la libertad para crear tu propio cielo o infierno en la Tierra. Pero es igualmente fácil, y mucho más divertido, crear tu propio paraíso personal para compartirlo con los demás. Nos despiertan a los recursos superiores de conocimiento que hay en nuestro interior, proporcionándonos información sobre lo que está ocurriendo en nuestras vidas diarias y cómo enfrentarnos a los problemas y lidiar con ellos. Nos ofrecen, también, información sobre el futuro, haciendo que nos veamos obligados a preguntar: ¿Cómo he podido saber algo así?

La ambición nos impulsa a fijarnos metas que nos ilusionan y retos que, a priori, parecen imposibles de alcanzar. Es un poderoso motor que desafía la lógica y la razón. Quienes se atreven a darle rienda suelta, son capaces de cambiar su realidad y sus circunstancias. No en vano, es un poderoso agente de transformación. Y nos puede aportar muchas cosas positivas. Alimenta nuestro espíritu de superación, el inconformismo y la capacidad de soñar a lo grande. Nos invita a ir más allá de nosotros mismos, despertando nuestro afán competitivo. Incluso puede enseñarnos a ser más humildes. Sin embargo, por lo general goza de una dudosa reputación. Especialmente debido a las compañías que frecuenta. Entre sus relaciones habituales se encuentran la codicia, la insatisfacción y el propio interés; cuyos venenosos consejos nos pueden arrastrar a lugares sombríos.

Como con tantos otros conceptos, con la ambición pasa que, por cuestiones socioculturales muy complejas, el significado se ha ido retorciendo hasta adquirir connotaciones negativas que se han alejado del significado original. De acuerdo con el RAE, la definición de ambición es “Deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama”. En realidad, todas esas cosas no son más que herramientas y, como tales, el problema no está en ellas mismas sino el uso que se hace de ellas
No olvidar lo que dijo François de La Rochefoucauld (1613-1680) “La gloria de los grandes hombres debe medirse siempre por los medios que han empleado para adquirirla”. Los ambiciosos se mueven en el seno familiar, en las instituciones públicas y privadas, los sectores políticos y educativos, fingiéndose apóstoles de causas nobles, humanitarios y leales, hasta encaramarse en sitios de expectativa, próximos a alcanzar el poder y la riqueza. A esa clase de rufianes se les recuerda que la grandeza humana no se compra con dinero. Los que buscan el poder sin merecerlo se convierten en los seres más despreciables. Es fácil reconocer el ambicioso; revela adulo, arrogancia, deslealtad, abuso y listo para atropellar a todos quienes se le cruzan en el camino, supuestamente, para cerrarle el paso por llegar a la cima de sus acelerados apetitos.

Los inversores “ambiciosos” pierden el sentido común y el sentido crítico, tratando de aferrarse a cualquier tipo de razón para justificar su comportamiento. Durante la burbuja inmobiliaria que condujo a la crisis de 2008, se aseguraba que la vivienda era una inversión segura y el precio no descendería. Las distintitas burbujas económicas sucedidas a lo largo del tiempo han mostrado comportamientos similares en los precios, lo que indica que su causa es intrínseca no reside en los sistemas financieros del momento, sino en algo que no varía, las emociones humanas, especialmente la avaricia y el miedo.

La ambición no es exclusiva de inversionistas ni de líderes como Hitler y Bonaparte, encontramos ejemplos igualmente en la ciencia y en la pintura, por limitarnos a algunas, asi como en obras de literatura.

"Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de los hombres", dijo Sir Isaac Newton tras perder su fortuna en la burbuja de la Compañía de los Mares del Sur, una manía de especulación que arruinó a muchos inversores británicos en 1720. Fue esa especulación financiera la que originó el término "burbuja" y, a pesar de los siglos que han pasado, sigue muy presente y ha adquirido dimensiones mitológicas.

Habitualmente se entiende que Hamlet es una obra sobre la duda, como Otelo lo es sobre los celos, Romeo y Julieta sobre el amor, Macbeth sobre la ambición ... y la Eneida, trata la avaricia, la ambición incontrolable. Sí, cierto. La tragedia de Macbeth está toda ella centrada en el drama de la ambición. Pero el intento del literato inglés no era simplemente describir la trama y el desarrollo de esta pasión, sino ponerla en relación con el destino. Shakespeare manifiesta el recorrido de la ambición, esa gran pasión humana. Virgilio (70-19 AC), en «La Eneida», cuenta que el rey de Frigia, Midas, pidió el don de convertir «todo cuanto tocara en oro». Saltaba de gozo al ver que al tocar las piedras se convertían de inmediato en oro. Pero muy pronto vio que su ambición era una maldición. Todo cuanto tocaba para comer y beber se convertía en dicho metal. No vivía.

Solemos llamar a las riquezas ‘Mis bienes’. Sólo serán ‘bienes’ si enriquecen nuestra alma y ayudan a los necesitados. Horacio afirmaba del ambicioso: “¡Se mata trabajando y ambicionando! Resultado: el afán de poseer ¡lo envejece!”. Los maestros espirituales afirman: “Esperas demasiado de la tierra. Por eso debes reconocer -tan frecuentemente- tus decepciones. Modera tus ambiciones y al mismo tiempo verás como desaparecen más de la mitad de tus penas”

El alma humana es incomprensible. Uno, sino el mejor pintor de la historia, Diego Velásquez (1599-1660), si algo así puede afirmarse de alguien, no tenía en mucho aprecio lo que hacía. No le embargaba la pasión estética, no vivía para su arte, en realidad no le gustaba ser pintor, prefería ser cortesano y ambicionaba ser noble. Utilizaba la pintura como un medio para ascender socialmente de la forma más eficaz que había en la época: estando cerca del Rey. Velázquez tuvo una enorme suerte porque Felipe IV resultó ser entendido en pintura y acudía casi a diario al estudio de Velázquez, situado en el mismo Alcázar Real, para ver cómo manejaba los pinceles. Cada minuto que Felipe IV pasaba allí valía oro: el soberano se encontraba libre de la rigidez protocolaria de las funciones oficiales y es obvio que entre él y su pintor surgió, a lo largo de 37 años de trato continuo, lo más parecido a una amistad que pudiera haber entre rey y súbdito.

En los últimos tiempos, en nuestro medio, se ha desatado en cadena un cúmulo de ambiciosos que consideran la política como un negocio. Unos, llegados al poder, caen vencidos por el afán de riqueza; huyen, se esconden para eludir la justicia. Otros se retiran de la acción partidista a disfrutar de su fortuna adquirida fraudulentamente. Otros siguen activos viviendo del régimen. Es conocido y evidente que, en el pasado, ciertos conocidos ambiciosos lograron destacadas posiciones. En el sector público, no estuvieron a la altura requerida, se escondieron y hoy vuelven haciéndose pasar como defensores de la democracia, libertad y hasta salvadores de la patria.  

Cada caso es diferente, pero la ambición siempre crece y se desarrolla una vez se marca un objetivo Por lo general, siempre decidimos seguir adelante. Pero pocas veces nos tomamos el tiempo necesario para cuestionarnos: ¿qué nos lleva a siempre querer más? ¿Desde cuándo más es sinónimo de mejor? ¿Qué nos falta en este preciso instante? ¿Cuándo será ‘suficiente’? ¿Qué es lo que verdaderamente estamos buscando? Y ¿A dónde nos conduce esa carrera sin fin pilotada por la ambición? Pues, como supuestamente dijo una dia Napoleón Bonaparte, “La ambición no se detiene, ni siquiera en la cima de la grandeza” y Oscar Wilde (1854-1900) señalaba que “La ambición es el último refugio del fracaso”.

La cara oscura de la ambición tiene como efecto secundario una profunda insatisfacción crónica, que a menudo nos lleva a cruzar la fina línea que separa la ambición de la codicia. Quienes viven bajo su sombra terminan por traicionar sus valores y principios en su afán por lograr las metas que se han marcado. Así, dejan a un lado la integridad, la honestidad, la generosidad y el altruismo en beneficio de su propio interés. Esta actitud vital termina por pasarles factura. Y a todos quienes se relacionan con ellos también.   

Parafraseando a Milán Kundera, en la matemática existencial, la experiencia de la ambición en la vida adquiere la forma de dos ecuaciones elementales: su grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la virtud; su grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad de la avaricia.

Marcarnos metas y trabajar para conseguirlas forma parte de nuestro ADN. Es lo que nos permite evolucionar como seres humanos en particular y como especie en general. Resulta tan necesario como saludable, y la ambición tiene una función básica en este proceso. Sin embargo, la ambición no siempre cumple lo que nos promete. Según un estudio liderado por el profesor Timothy Judge de la Escuela de Negocios Mendoza de la Universidad de Notre Dame, la ambición puede ayudarnos a conseguir mayor prestigio y éxito profesional, pero no ofrece ninguna garantía de felicidad en el largo plazo. Este estudio comprende datos de seguimiento de las vidas de más de 700 personas durante más de siete décadas, en un intento por comprender a un nivel más profundo de qué manera la ambición moldea nuestras vidas.
El propósito de todas las cosas es conocerte a ti mismo y ver todas las lecciones como oportunidades positivas para aprender y crecer. Hemos venido a la Tierra a aprender y cada uno de nosotros tiene libre albedrío y debe encontrar su propio camino. Aquello que buscamos está en nuestro interior. Nadie hace este viaje solo. Cada uno de nosotros tiene un ángel guardián y un equipo de maestros que lo guían y apoyan a lo largo del camino. Estos seres sabios y poderosos no toman las decisiones por nosotros, pero nos ayudan a comprender las cosas para que podamos elegir sabiamente. Las herramientas más valiosas para ayudarnos a lo largo la vida son gratuitas y están al alcance de todos: los sueños, la oración y la meditación. Si las aprovechásemos, desaparecería gran parte de los enigmas, la confusión y las dificultades de la vida.

En general tiendo a actuar de acuerdo a uno de los preceptos básicos de Hérault de Sechelles “Estudiémonos y sepamos cuál es nuestro punto fuerte y cuál el débil, de modo que hagamos nosotros mismo aquello que podemos hacer bien, y nos sirvamos de otro para aquello que haríamos mal y que él puede hacer mejor que nosotros, no sin antes reconocer si se trata de una amistad de corazón o interesada”.

En mi artículo anterior les decía que, probablemente, la mayor causa de la actual crisis venezolana y la principal amenaza y peligro al futuro de nuestra democracia sean la superficialidad, la ambición y la estupidez. Cubierta previamente la superficialidad, la valiosa lección que se desprende de la ambición es que todo es posible con la dosis suficiente de determinación, dedicación y esfuerzo. Depende únicamente de nosotros convertirla en un vicio… o en una virtud.




Bibliografía
1.Hérault de Séchelles, “Teoría de la ambición” (libro), Sello Siruela, Biblioteca de Ensayo
2. James Champy, “Ambición: Los secretos de los grandes líderes”, (libro) Ed. Gestión 2000
3. Hugo Rubio, “Crisis de 2008, el por qué estamos asi”, (libro), Edición Kindle,  2017
4. Moisés Tiktin, “Crisis financieras y burbujas especulativas; ambición vs. pánico (III)” Logo El
    Economista, 2018
5. Oswaldo Ávila Figueroa, “La ambición por el poder y la riqueza”, El Telégrafo, 2017
6. Irene Orce, “Las dos caras de la ambición”, La Vanguardia-Metamorfosis, 2014
7. Marina Valero y Gregorio del Rosario, “Qué es la avaricia: al borde del precipicio”, Efe-Salud, 2013



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