Mi aprendizaje musical (Leonardo Mateu Pla)

 

Mi aprendizaje musical

Leonardo Mateu Pla

Miami 2 enero 2025

 

La música, hasta mis ocho años en España, nunca tuvo el carácter de algo especial o diferente dentro de nuestra vida familiar y cotidiana. Era simplemente un componente más, al igual que mis padres, mis abuelos y primos, los domingos en convivencia familiar, mi kindergarten, las comidas, el fútbol y, por supuesto, la música. En efecto, dentro de una familia tan musical como la nuestra, la música era parte del trasfondo de nuestra vida. En nuestra casa siempre había música por todas partes: zarzuelas, revistas musicales en los teatros, la radio y los conciertos matutinos en el parque Los Viveros de Valencia, a donde asistíamos cada domingo.

 

No obstante, al llegar a Venezuela, la música, como todo lo demás, también era nueva y muy diferente. Comencé a percibirla como algo con esencia propia. Cada mañana, mientras esperaba el transporte escolar a las 7 a.m., había un kiosco cercano donde trabajadores desayunaban con empanadas o arepas y cafecitos. Ese kiosco tenía una radio que transmitía un programa matutino con noticias y segmentos musicales. Uno de esos segmentos presentaba a un cantante venezolano que, acompañado de su guitarra, abría el programa con "El Viajero", una canción de Vicente Emilio Sojo. Al escucharla diariamente, me enamoré de su melodía sentimental. Aunque no recuerdo el nombre del cantante, sé que fue anterior a figuras como Magdalena Sánchez o el dúo Espín y Guanipa. Esa fue la primera canción venezolana que aprendí y canté.

 

Durante ese período de adaptación, descubrí una variedad del joropo conocida como "golpe tuyero" o "mirandino". Este estilo, interpretado también con arpa e instrumentos típicos, tenía un tempo más rápido y cerrado que el joropo llanero. Su interpretación evocaba el zapateo de alpargatas y, con un poco de imaginación, casi se podía sentir el polvo levantado por el baile.

 

Por otro lado, teníamos parientes españoles, familiares de mi padre, con quienes nos reuníamos frecuentemente. En su casa escuché por primera vez a la vieja Billo's Caracas Boys, con voces como Luisín Landáez, Manolo Monterrey y Rafa Galindo, además de Luis Alfonso Larraín y programas radiales como "¡A Gozar Muchachos!". Era también la época de novelas radiales como "El Derecho de Nacer" y "Tamakún y el Bachiller y Bartolo". Mi afición por la radio creció en esos días.

 

En televisión, disfrutaba especialmente los programas musicales como "El Show de las 12", donde se presentaban orquestas y artistas como Los Peniques, el Trío Venezuela, Olga Teresa Machado, Alfredo Sadel y Juan Vicente Torrealba con sus Torrealberos. En paralelo, Torrealba había fundado su disquera, "Banco Largo", que dio una promoción sin precedentes a la música llanera.

 

A mediados de los años 50, Aldemaro Romero dio un giro sinfónico a la música venezolana con álbumes como "Dinner in Caracas", ampliamente aclamados. Su "Concierto en la Llanura" elevó la música a nuevas alturas, y, poco después, revolucionó la escena musical con "La Onda Nueva". Este movimiento incluyó el Festival Internacional de la Onda Nueva, con grandes músicos en escenarios que rivalizaban con el Carnegie Hall o el Royal Albert Hall.

 

Simultáneamente, las músicas de regiones como los Andes, Zulia, Lara y Oriente ganaron protagonismo. Con estilos como el bambuco, la tonada, el golpe, el merengue, la fulía y el vals, estas expresiones enriquecieron el panorama musical del país. En los años 60, agrupaciones como Serenata Guayanesa y Contrapunto marcaron la época con interpretaciones de alta calidad.

 

Mención especial merece Simón Díaz, cuyo talento y carisma lo convirtieron en un ícono cultural. Con canciones como "El Becerrito" y "Caballo Viejo", capturó la esencia del llano. Según Díaz, estas composiciones reflejan escenas de la vida llanera, llevadas al campo musical como expresión artística. De igual manera, la obra de Torrealba ilustra el amor por la tierra venezolana, mostrando la inspiración que surge de su belleza natural.

 

Finalmente, no se puede hablar del auge de la música venezolana sin mencionar a Renny Ottolina. Su contribución a la televisión y al espectáculo consolidó una plataforma para los artistas del país, elevando la calidad y el alcance de sus producciones.

 

Como decía mi amigo Gustavo González al reflexionar sobre la inspiración de nuestros compositores: la música venezolana es, en esencia, una expresión de amor por su tierra y sus costumbres. Es el reflejo de un pueblo que encuentra en su cultura una razón para cantar y celebrar.

 

 

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