A una década de la crisis del 2008 Gustavo Gonzalez Urdaneta Miami, 10 septiembre 2018
A una década de la crisis del 2008
Gustavo
Gonzalez Urdaneta
Miami, 10 septiembre
2018
Mirando hacia atrás hoy, una década después de la crisis, hay muchas
razones para estar de acuerdo con la evaluación de Ben Bernanke, entonces presidente de la Reserva Federal de los
EE. UU.: 2008 debería servir como una advertencia de la escala y la velocidad
con que las crisis financieras mundiales pueden desarrollarse en el siglo XXI.
La historia básica de la crisis
financiera es bastante familiar. El problema comenzó en 2007 con una
desaceleración en los mercados inmobiliarios de EE. UU. y Europa; a medida que
los precios de la vivienda cayeron de California a Irlanda, los propietarios se
retrasaron en sus pagos de la hipoteca, y los prestamistas pronto comenzaron a
sentir el calor, lo que finalmente provocó el colapso de dos grandes fondos de
cobertura cargados con valores de hipotecas subprime. Sin embargo, a medida que
el verano de 2008 decaía, pocos imaginaban que Lehman Brothers estaba a punto
de hundirse, y mucho menos que desencadenaría una crisis global de liquidez.
Gracias a la profunda integración
de los mercados mundiales de banca, valores y financiación, el contagio se
extendió rápidamente a las principales instituciones financieras de todo el
mundo. A fines de 2008, los bancos de Bélgica, Francia, Alemania, Irlanda,
Letonia, los Países Bajos, Portugal, Rusia, España, Corea del Sur, el Reino
Unido y los Estados Unidos enfrentaban crisis existenciales. Muchos ya habían
colapsado, y muchos otros pronto.
Cuando se produce un desequilibro, como el del 2008, la solución no está a
la vuelta de la esquina y el sistema financiero mundial deviene en Leviatán, un monstruo de mil cabezas
que amenaza y termina con engullir los activos mundiales.
La economía mundial es muy compleja y no existe un modelo que describa la
economía global debido a que son muchos los parámetros y las variables que
intervienen. La industrial era más fácil de entender pues existían modelos muy
simples que reflejaban apropiadamente lo que pudiese estar ocurriendo en el
mercado. David Ricardo, economista británico del siglo XVIII, aplicó una
metodología que se basaba en la influencia de unas cuantas variables; a través
de una sencilla relación de causa y efecto, Ricardo lograba explicar todo
cuanto pudiese suceder en la economía de su época. Teorías tales como la ley de
la renta de bienes raíces, la de los rendimientos decrecientes y una teoría del
valor basada en el trabajo explicaban con suficiencia cualquier variación importante
en el mercado.
Mas adelante, el economista John Maynard Keynes diseñó un modelo económico
en el cual, empleo, demanda, oferta, tasas de interés y oferta de dinero eran
variables que se relacionaban entre si para predecir el flujo de dinero con un elevado
nivel de incertidumbre que con el ajuste de uno o dos factores bastaba para
compensar cualquier desequilibrio que pudiese presentarse en el mercado. Las
teorías de los economistas post keynesianos, tales como Paul Samuelson, eran
simples variaciones sobre el mismo tema: la existencia de unas pocas variables
cuyo control podía ajustar cualquier desequilibrio.
En el siglo XXI, la cuestion económica se ha complicado, ocurren cosas que
ninguna de las teorías en vigencia puede explicar, por ejemplo, la crisis
económica mundial que estalló en el segundo semestre del 2008 no puede ser
explicada en términos de ninguno de los modelos anteriores. Ya en el 2005,
Kenichi Ohmae alertaba que “el mundo está inundado de dinero en el momento
presente, pero si se absorbiera causaría inflación”. En los términos de las
teorías económicas vigentes, bastaría con limitar la oferta de dinero para
disminuir la liquidez, lo cual disminuiría la oferta de bienes y servicios, el
empleo y como consecuencia disminuirían las tasas de interés y se alejaría, por
ende, la posiblibilidad de inflación. Todo eso se probó y no funcionó.
Hay economistas que piensan que la razón por la cual los modelos actuales
no reflejan la realidad económica es la preponderancia del sector financiero
que, en las últimas décadas, ha producido una economía virtual que depende más
de la especulación que del trabajo. Esta virtualidad no la pueden reflejar los
modelos económicos tradicionales, en parte debido a la complejidad y diversidad
actual de la especificidad financiera.
George Soros, experto en especulación financiera, predicaba que la salida a
la crisis pasaba por la adopción de lo que llamaba “el paradigma de la reflexividad”,
que muchos economistas piensan que en realidad no pasa de ser una especulación
intelectual, que a lo sumo podría denominarse “suposición”. Pero que no podía
pasarse por alto pues proviene de alguien que emigró a Inglaterra en 1947,
proveniente de su natural Hungría, con pocos recursos y mucho talento, y en
unas pocas décadas se convirtió en uno de los hombres mas ricos del planeta.
Según el mismo Soros, sus criterios sobre la reflexividad (relación circular
entre causa y efecto) fueron la base de su actual fortuna, lograda en su
totalidad por medio de la especulación financiera.
Soros establece, en su paradigma, dos tipos de función: la cognitiva que se
relaciona con el conocimiento de una situación en específico; y la
manipulativa, que tiene que ver con la intención de desviar los acontecimientos
por medio de decisiones que favorezcan las expectativas de los participantes.
Si no mal interpretamos sus ideas, el mercado financiero está a merced de
quienes conocen como manipularlo; los inocentes (ignorantes) tarde o temprano
serán estafados y perderán los ahorros de toda su vida de trabajo. Mario
Benedetti decía que la sinceridad siempre nos llevará a odiarnos un poco.
Es una mentira, según Soros, que los mercados tiendan al equilibrio, pues
si son dejados a su libre albedrio tienden a extremos de euforia y
desesperación. En los períodos de euforia los mercados tienden a crear burbujas
– procesos de auge y crisis – que estallan en los períodos de desesperación. En
el caso de la crisis del 2008 se pusieron de manifiesto, según Soros, dos
burbujas: la superburbuja de largo plazo y la inmobiliaria. La primera era el
producto de las imperfecciones acumuladas por el sistema económico mundial
desde la depresión de los años treinta del siglo pasado. La segunda-cuyo
estallido sitúa en agosto de 2008- provocó el estallido de la superburbuja; la
crisis económica mundial fue consecuencia de ambos estallidos.
En solo unos pocos días, en septiembre de 2008, Lehman Brothers dejó de
existir, la Reserva Federal se hizo cargo de American International Group (AIG)
para evitar un colapso más amplio, y los bancos comerciales y los prestamistas
hipotecarios de todo el país fracasaron. La velocidad y la escala de
destrucción fueron tan impresionantes que solo las analogías más duras parecían
adecuadas: el colapso bursátil de 1929 o un 11 de septiembre económico. Dentro
de los nueve meses posteriores al pico previo a la crisis, en abril de 2008,
las exportaciones mundiales disminuyeron en un 22 por ciento. Durante la Gran
Depresión, el comercio tardó casi dos años en desplomarse en una cantidad
similar.
La crisis fue causada por prácticas crediticias imprudentes, la codicia de
Wall Street, el fraude total, la negligencia del gobierno en los años de George
W. Bush y la desregulación del sector financiero en los años de Bill Clinton.
La fuente más profunda, que se remonta a décadas atrás, fue el aumento de la
desigualdad. En los buenos y malos momentos, sin importar qué partido tuviera
poder, la clase media exprimida se endeudó cada vez más.
Las repercusiones de la crisis hipotecaria comenzaron a manifestarse de
manera extremadamente grave desde inicios de 2008, contagiándose primero al
sistema financiero estadounidense, y después al internacional, teniendo como
consecuencia una profunda crisis de liquidez, y causando, indirectamente, otros
fenómenos económicos, como una crisis alimentaria global (subida precios),
diferentes derrumbes bursátiles (como la crisis bursátil de enero de 2008 y la
crisis bursátil mundial de octubre de 2008) y, en conjunto, una crisis
económica a escala internacional.
Cuando llegó el colapso, aniquiló nueve millones de empleos, se llevó nueve
millones de hogares, borró cuentas de jubilación y expulsó a un gran número de
estadounidenses de la clase media. Cada calamidad económica crea su propia
imagen. La Gran Recesión que acompañó a la crisis financiera no trajo colas de
hambre o huelgas industriales. Esta vez, la desesperación era tranquila y
solitaria. En Europa, mientras tanto, los bancos en quiebra y las frágiles
finanzas públicas crearon una crisis que casi dividió a la zona del euro.
Diez años después, hay poco
consenso sobre el significado de 2008 y sus consecuencias. Han surgido
narrativas parciales para resaltar este o aquel aspecto de la crisis, incluso
cuando elementos cruciales de la historia han sido olvidados. En los Estados
Unidos, los recuerdos se han centrado en la imprudencia del gobierno y la
criminalidad privada que llevaron al crack; en Europa, los líderes se han
contentado con culpar de todo a los estadounidenses.
Al principio, las instituciones estadounidenses respondieron con signos de
salud: la Reserva Federal detuvo la caída libre de los bancos más grandes; la
prensa descubrió corrupción y fraude; y un Congreso bipartidista aprobó
legislación para que fluya el crédito y rescate al sector financiero. Entonces
el electorado resultó ser el partido en el poder. La crisis financiera decidió
la elección de 2008. Los estadounidenses que tal vez nunca se hubiesen
imaginado elegir un presidente negro votaron por Barack Obama porque parecía
entender el alcance del desastre y ofreció la esperanza de un remedio.
El juego fue manipulado, eso se convirtió en el consenso de los alienados.
La izquierda volvió su ira contra las corporaciones y los bancos; la derecha
culpó a burócratas, grupos minoritarios e inmigrantes. El extremismo en
ascenso, especialmente entre los republicanos, hizo imposible que hechos
importantes descubiertos por la prensa o afirmados por los políticos tuvieran impacto.
La confianza pública en casi todas las instituciones estadounidenses disminuyó.
La presidencia inspiradora de Obama parecía flotar muy por encima de un paisaje
donde las bandas de ciudadanos estaban a la deriva y discutiendo.
Las ideas de Soros iluminan un poco la percepción generalizada de que nadie
sabía cómo solucionar la crisis económica del 2008: los gobiernos, incluidos el
de los EE. UU., actuaron como quien le da palos a una piñata, si se le acierta
bien, y si no, se hace otro intento. El expresidente Obama, por ejemplo, se rodeó
de un grupo de expertos a quienes la primera idea que se les ocurrió fue la aprobación
de un rescate de 800.000 millones de dólares tan solo 30 días después de asumir
el Poder Ejecutivo, junto con el Plan de Estabilidad Financiera (bancos, viviendas,
inversionistas y capital privado), llevado a cabo a los cuatro meses del inicio
de su gestión. Nadie conoció las bases teóricas que respaldaron tal idea; en
realidad, para proponer una medida como la del rescate anterior no se necesita
ni conocimiento teórico ni experiencia en el area económica.
Sin querer entrar a analizar y juzgar los resultados de dichas medidas,
pareciera haber consenso en que sus políticas ayudaron a terminar la recesión
en unos meses, pero la recuperación fue insoportablemente lenta. El mayor error de Obama fue salvar a los
banqueros junto con los bancos. Después de una crisis financiera causada en
parte por fraude, ni un solo alto ejecutivo de Wall Street fue llevado a
juicio. El público quería castigar a los malhechores, pero nunca se hizo
justicia.
Phil Angelides, nombrado el 15 de septiembre 2009 presidente de la Comisión
de Investigación de Crisis Financiera creada por una ley aprobada por el
Congreso y firmada por el presidente Obama en mayo de 2009, apuntó con el dedo
a muchos de los hombres más poderosos del mundo. Señaló a ejecutivos que
hicieron colapsar a la economía mundial, dejaron desesperados a millones de
personas y generaron traumas que aún pesan en la política de Estados Unidos. La
ira de Angelides se dirigió a Robert Rubín, ex secretario del Tesoro de Estados
Unidos, al principal directivo de Citigroup, a ejecutivos de la centenaria
firma de inversiones Merril Lynch y a los del gigante mundial de seguros AIG.
Todos ellos, según la comisión que indagó a fondo la crisis de 2008
debieron haber sido investigados. Hubo evidencias que sugieren que engañaron a
inversores al exponerlos a inversiones tóxicas que estuvieron en el centro del
desastre de Wall Street. "Nadie que incurrió en esa conducta, que condonó
esa conducta, que supervisó esa conducta, fue perseguido penal o
civilmente", dijo Angelides a la AFP. Después de 10 años y cientos de
miles de millones en multas a bancos, quizás el mayor legado de la crisis es
que nadie fue juzgado o enviado a la cárcel. Fué como si los bancos
"hubieran incurrido en masivas fechorías, pero sin que aparentemente
ningún banquero estuviera involucrado", dijo Angelides. "Creo que no
hay dudas de que la falta de responsabilidades por la crisis financiera ha
corroído la política del país", afirmó.
Las agencias de calificación de crédito son las compañías que emiten
famosas calificaciones crediticias o rating (grado de solvencia) tan
influyentes en los mercados. Los inversores se fijan en sus calificaciones
cuando quieren invertir para evaluar si es interesante la relación
rentabilidad-riesgo. Durante la crisis de 2008, las agencias que se dedicaron a
esta función fueron tres: Moody’s, Standard&Poor’s y Fitch. Estas tres
empresas constituyen un oligopolio que copa mas del 96% del mercado del rating.
Durante la crisis clasificaron con muy buenas notas activos financieros que
posteriormente quedarían expuestos como productos de elevado riesgo y muchos
inversionistas confiaron en estas calificaciones, porque se suponía que las
agencias estaban realizando bien su labor. Tras el estallido de la burbuja,
quedó patente que existía una relación insana entre Wall Street y estas
agencias, ya que se les pagaba para que evaluasen empresas y sus derivados
financieros. Era una especie de “matrimonio de conveniencia”.
El Congreso de los EE. UU. produjo un informe que entre los años 2000 y
2007, Moody’s concedió la mejor nota (AAA) a más de 40.000 valores relacionados
con hipotecas. Cuando se les demostró que tales calificaciones estaban
totalmente injustificadas, la agencia argumentó que su calificación estaba en
consonancia con las opiniones de otras agencias y de instituciones como el
Tesoro y la Reserva Federal. Si esto fuera tan simple cabría preguntarse ¿Por
qué fueron tan caraduras de cobrar tantos millones por decir solamente lo mismo
que la FED o el Tesoro? Otro argumento que esgrimieron fue que sus
calificaciones son susceptibles de ser erróneas, ya que no es una ciencia
exacta y que emiten poco más que una opinión. Eso sin considerar los evidentes
conflictos de intereses, ya que quien era calificado era quien pagaba a la
agencia calificadora. Si no son más que opiniones, ¿Por qué tienen tanto peso y
son tan influyentes? ¿Por qué calificaron A2 a Lehman Brothers días antes de
que quebrara? Freddie Mac y Fannie Mae tenían una alta calificación semanas
antes de ser intervenidas por el Gobierno y Bear Stearns también un mes antes
de ser rescatado asimismo vía préstamos y posteriormente adquirido por JP
Morgan Chase. Igual con AIG. Deberían dejar de ser una fuente fiable de
información, porque han perdido toda su credibilidad.
Uno de los temas más comunes que surgió desde 2008 es que nadie predijo la
crisis. Esta es una construcción después del hecho. En verdad, hubo muchas
predicciones de una crisis, pero no de la crisis que finalmente llegó. Macroeconomistas
de todo el mundo advirtieron durante mucho tiempo sobre los desequilibrios
globales derivados del déficit comercial y presupuestario de Estados Unidos y
la acumulación de deuda de Estados Unidos por parte de China, que temían podría
desencadenar una ola global de dólares. Pero los mejores y más brillantes
estaban leyendo los signos equivocados. En
lugar de caer como se predijo, el dólar en realidad subió en el otoño de 2008.
Lo que las autoridades estadounidenses enfrentaban no era un colapso estadounidense sino una implosión del sistema bancario transatlántico, una
crisis del capitalismo financiero. Y la crisis fue general, no solo
estadounidense, aunque los europeos tuvieron dificultades para creerlo. Para
los europeos, la crisis fue la venganza de los Estados Unidos.
En septiembre de 2008, mientras la crisis se volvía global, el ministro de
Finanzas alemán, Peer Steinbrück, declaró que era "un problema
estadounidense" lo que causaría que Estados Unidos "perdiera su
condición de superpotencia del sistema financiero mundial". El presidente
Nicolas Sarkozy anunció que el "laissez faire" estilo estadounidense
estaba "terminado". Incluso hoy en día, los estadounidenses y los
europeos tienen recuerdos muy diferentes de la crisis financiera.
La crisis marcó el comienzo de una nueva era de antagonismo partidista
absoluto que ha sacudido la democracia estadounidense hasta sus cimientos. Mientras
tanto, los europeos se contentan con dejar que los Estados Unidos carguen con
la culpa. Los alemanes no pueden ignorar que el Deutsche Bank fue un jugador
importante en esos eventos, pero pueden explicarlo fácilmente alegando que el
banco abandonó su alma alemana. Y así como los europeos han elegido olvidar sus
propios errores, también han olvidado lo que la crisis reveló sobre la
dependencia de Europa de Estados Unidos, una verdad incómoda para las élites
europeas en un momento en que Bruselas y Washington se están separando.
Económicamente, el país ha cambiado sorprendentemente poco desde 2008. Los
grandes bancos han regresado a las prácticas riesgosas, y los republicanos
están tratando de deshacer la ley de reforma Dodd-Frank, que fue promulgada
para evitar otro colapso. La distribución del ingreso y la riqueza en los
Estados Unidos es tan desequilibrada como siempre. A pesar de casi diez años de
crecimiento económico, los salarios reales están estancados en su nivel previo
a la crisis, mientras que las ganancias corporativas se disparan y los precios
de las acciones han alcanzado niveles récord. Todas las tendencias económicas
deformes de la década anterior todavía están con nosotros.
Los indicadores económicos son
sólidos en este momento, pero dentro de poco habrá otra crisis financiera.
Vienen cada siete o diez años, cada uno con las características de su tiempo.
Si el anterior fue el resultado del exceso de confianza en los mercados libres,
el siguiente podría desencadenarse por el comportamiento de un líder
autoritario. Cuando llegue, estaremos menos preparados para enfrentarlo que en
2008. El mundo se enfrenta a una paradoja muy grave: o estamos en manos de
sabios que piensan y actúan como ignorantes, o de ignorantes que simulan pensar
y actuar como sabios.
¿Qué tan seguro es el sistema
financiero global una década después de la crisis del 2008?
La economía mundial ha vuelto
recientemente a un crecimiento robusto. Pero algunos riesgos familiares están
retrocediendo y han surgido otros nuevos. Recordemos que todo comenzó con
deudas. Se han logrado grandes avances desde 2008 para evitar una recurrencia
de la crisis financiera y la recesión que siguió. Sin embargo, hay más deuda
que nunca en el sistema financiero global.
El camino hacia la recuperación
ha sido largo desde aquellos días de septiembre de 2008. Históricamente, ha
tomado un promedio de ocho años recuperarse de las crisis de deuda, un patrón
que se mantuvo en este caso. La economía mundial ha vuelto recientemente a un
crecimiento robusto, aunque la última década de crecimiento anémico e irregular
habla de la magnitud de las consecuencias.
La deuda global continúa
creciendo, impulsada por nuevos prestatarios. Entre 2008 y mediados de 2017, la
deuda pública global se duplicó con creces, alcanzando los 60 billones de
dólares. La deuda pública en todas las economías emergentes es más modesta, con
un promedio del 46 por ciento del PIB en comparación con el 105 por ciento en
las economías avanzadas.
La deuda corporativa global no
financiera, incluidos bonos y préstamos, se ha más que duplicado en la última
década para alcanzar los 66 billones de dólares a mediados de 2017. Esto casi
iguala el aumento en la deuda del gobierno en el mismo período. Los hogares han
reducido la deuda, pero muchos están lejos de ser financieramente sanos. Si
bien los hogares de los países más afectados se han desapalancado, la deuda de
los hogares ha seguido creciendo en otras economías avanzadas. Mirando más allá
de la deuda hipotecaria, las medidas más amplias de bienestar financiero de los
hogares siguen siendo preocupantes. En los Estados Unidos, el 40 por ciento de
los adultos encuestados por el Sistema de la Reserva Federal dijeron que
tendrían dificultades para cubrir un gasto inesperado de $ 400.
Los bancos son más seguros, pero
menos rentables. Los bancos han publicado un desempeño financiero más débil
desde la crisis. Antes de la crisis, la relación precio-valor contable de los
bancos en las economías avanzadas era de 2,0 o menos, lo que refleja las
expectativas de un fuerte crecimiento. Pero en todos los años desde 2008, la
mayoría de los bancos de la economía avanzada tienen una relación precio /
valor promedio de menos de uno (incluido el 75 por ciento de los bancos de la
UE, el 62 por ciento de los bancos japoneses y el 86 por ciento de los bancos
del Reino Unido).
El sistema financiero mundial
está menos interconectado y es menos vulnerable al contagio. Los flujos
mundiales de capital transfronterizo han disminuido un 53 por ciento desde el pico
de 2007. Los desequilibrios mundiales entre las naciones han disminuido. y con
ella, el riesgo de que los países sufran crisis si el capital extranjero se
retira repentinamente. Muchos de los cambios en el sistema financiero global
han sido positivos. Sin embargo, han surgido algunos riesgos nuevos.
El crecimiento de la deuda
corporativa en los países en desarrollo representa un riesgo, particularmente
cuando las tasas de interés suben y cuando esa deuda está denominada en monedas
extranjeras. Si la moneda local se deprecia, las empresas podrían verse
atrapadas en un círculo vicioso que dificulta el pago o la refinanciación de su
deuda.
Una de las lecciones de 2008 es
lo difícil que es reconocer una burbuja mientras se infla. Desde la crisis, los
precios de los bienes raíces se han disparado a nuevas alturas en los mercados
inmobiliarios codiciados, pero los precios altos de las viviendas urbanas están
contribuyendo a otros problemas, como la escasez de opciones de vivienda
asequible, las tensiones en los presupuestos familiares, la movilidad reducida
y la creciente desigualdad de la riqueza.
En los Estados Unidos, otra nueva
forma de riesgo proviene de los prestamistas no bancarios. Una nueva
investigación muestra que estos prestamistas representaron más de la mitad de
las nuevas hipotecas en 2016. Si bien los bancos han ajustado sus estándares de
suscripción, estos prestamistas atienden de manera desproporcionada a los
prestatarios de bajos ingresos con puntajes de crédito más débiles, y sus
préstamos representan más de la mitad del total.
El mundo está lleno de otras
incógnitas. El comercio de alta velocidad con algoritmos puede causar
"fallas repentinas". Durante la última década, los inversionistas han
aportado casi $ 3 billones en productos intercambiados en bolsa. Pero su
popularidad desmesurada puede crear volatilidad y hacer que los mercados de
capitales sean menos eficientes, ya que hay menos inversores que examinan los
fundamentos de las empresas y las industrias. Las criptomonedas están creciendo
en popularidad, alcanzando condiciones de burbuja en el caso de Bitcoin, y sus
implicaciones para la política monetaria y la estabilidad financiera no están
claras. Y se ciernen sobre todo las tensiones geopolíticas intensificadas, con
posibles puntos de destello que abarcan todo el mundo y los movimientos
nacionalistas cuestionan las instituciones, las relaciones de larga data y el
concepto de libre comercio.
La buena noticia es que es poco
probable que la mayoría de los deudores del mundo presenten un riesgo
sistémico. Si estalla cualquiera de estas posibles burbujas, causaría dolor a
un conjunto de inversores y prestamistas, pero ninguna parece preparada para
producir un colapso al estilo de 2008.
Pero una cosa que sabemos de la
historia es que la próxima crisis no se verá como la última. Si 2008 nos enseñó
algo, es la importancia de estar atentos cuando los tiempos todavía son buenos.
Estimado Don Gustavo
ReplyDeleteSu articulo es extraordinariamente bueno y extraordinariamente preocupante, aparte de su erudicion y facundia.
Cuando lo comparo con los futuros que plantea la IA, la Robotica y tantos otros sueños tecnologicos que pintan futuros supuestamente promisorios, me pregunto si la Humanidad esta en el camino correcto. Hay tanta distancia entre los avances tecnologicos y la realidad social y pareciera que tal distancia aumenta cada dia mas.
Cual deben ser las prioridades que debe seguir el desarrollo ?
Y quienes deben establecer las mismas ?
Recientemente Ricardo Rivas mando una foto de un ser humano tomando agua de un charco y la leyenda de la foto decia: hay dinero para buscar agua en Marte pero no para buscarla en las zonas aridas del planeta. Y se preguntaba el anonimo autor si habia inteligencia en la Tierra.
Me parecio tan agudo, tan lleno de significado.
Y al leer su articulo que en el fondo cuestiona la condicion humana y los sistemas imperantes, me pregunto nuevamente si estamos en el camino correcto.
Lo felicito por su brillante articulo y me permitire mandarlo a mis relacionados que sabran apreciarlo.
Estimado Don Mario,
ReplyDeleteMuy agradecido por sus siempre interesantes y pertinentes comentarios además de sus palabras de estímulo para continuar intercambiando reflexiones que nos ayuden a entender mejor el mundo actual. Razon tienen los jóvenes cuando se preocupan por la superpoblación en un mundo lleno de necesidades y carencias con una desigualdad económica-social cada vez mayor, como bien dices.
Una de las dificultades para predecir las crisis financieras es la irracionalidad con que actúa el ser humano en momentos de incertidumbre y no existen modelos que reflejen con precisión los aspectos predecibles de la naturaleza humana. El modelo basado en el homo economicus ya no refleja su comportamiento ante el mercado. Tampoco creo que exista aun la capacidad teórica y tecnológica para manejar la cantidad de variables que confluyen en el manejo de las finanzas mundiales. Por otra parte, ningún sistema regulatorio puede controlar la verdadera causa de los desequilibrios globales: la avaricia humana.
La respuesta no está ni en las leyes, ni en la teoría y menos en la tecnología. Es un problema moral; podemos trasladar el asunto al campo de la filosofía, pero solo hallaremos consuelo y desahogo a nuestras frustraciones. Las crisis financieras mundiales seguirán estando presentes solo que con mayor frecuencia: mientras mayor sea el nivel del intercambio global, menos será el lapso entre crisis.
Comparto tus inquietudes sobre las prioridades de desarrollo y quienes deben definirlas y requieren cierta atención. Volveremos sobre ellas, pero pienso que la Educación es o esta entre las primeras.