Entusiasmo y Desconfianza:Dos caras de la misma moneda // Gustavo Gonzalez Urdaneta
Entusiasmo y
Desconfianza: Dos caras de la misma moneda
Gustavo Gonzalez
Urdaneta
Miami, 20 enero
2020
Los griegos
creían que el entusiasmo era un don divino proveniente del cielo, una fuerza
guiada por Dios para hacer que ocurran sucesos. El entusiasmo era la exaltación
del ánimo de las sibilas al profetizar en los oráculos (adivinas de la antigua
Grecia que predecían el futuro). Es decir que se entendía el entusiasmo como
producto de la intervención de Dios en el interior de la persona, capaz de
motorizar al ser humano y encender su fuego interno.
El entusiasmo es
un fervor interno, una exaltación del estado de ánimo, una fuerza interior
superior a la nuestra. Es estar poseído por una alegría excesiva y poderosa,
misteriosa y sobrenatural. Entusiasmo es una actitud de júbilo por la vida de
manera genérica. La palabra proviene del latín enthusiasmus y a su vez del
griego enthousiasmos, que se traduce como «éxtasis». «arrebato», «inspiración
divina». El entusiasmo puede entenderse como el motor del
comportamiento.
Cuando hablamos
de entusiasmo, estamos dando a entender sobre una emoción que se apodera de
nuestro estado general por uno o más minutos. En el presente. Este estado
emocional puede producirse de forma externa, es decir, cuando una situación en
específico genera esa emoción, o interna, cuando una persona se plantea nuevas
metas y objetivos a cumplir y se siente motivado, se trata del estímulo que se
esté recibiendo.
Cuando Galileo
miró por el telescopio, no sólo se encontró con que las teorías de Copérnico
eran ciertas y demostró que la Tierra se movía alrededor del sol sino que
también demostró que no se puede confiar en nuestros sentidos. En ese momento
nació una nueva manera de desconfiar. De hecho, muy poco tiempo después del
descubrimiento de Galileo (siempre en la primera mitad del siglo XVII),
Descartes propuso que sólo dudando y desconfiando de lo que nos muestran los
sentidos se puede conocer la verdad. Si uno es serio, lo primero que tiene que
poner en duda es la propia experiencia del mundo. Los torpes e inexactos
sentidos, nuestra burda experiencia no pueden ser fuente de verdad sino de
mentira e ilusión: la verdad hay que buscarla en otro lugar.
La filosofía,
reputada como la hermana más inútil de las disciplinas, es la única que nos
puede liberar de los encantos de chamanes, discursos mesiánicos e ideologías, y
devolvernos la humilde y necesaria capacidad de experimentar el mundo de manera
crítica y confiar en el discernimiento propio. Fundación para la Confianza.
Puede decirse que la desconfianza es una previsión o
una anticipación de una conducta o de un hecho futuro. La persona que desconfía
intuye que algo sucederá de una determinada forma: por eso, de acuerdo con esa
creencia, no le otorga su confianza. La desconfianza también puede surgir a
partir de una cierta interpretación de nuestras experiencias (sucesos pasados o
del presente).
El concepto de desconfianza es bastante particular:
para que una persona llegue a sentirse de este modo es necesario que le haya
ocurrido algo antes, que haya vivido una gran decepción o una situación que la
haya vuelto más consciente de los potenciales errores, defectos o acciones
negativas que puede encontrar en el mundo exterior.
Ambas, entusiasmo y desconfianza, son dos caras de la
misma moneda: nuestra actuación. El entusiasmo, es interno y basado en la
motivación, nos guía en el presente mientras que la desconfianza, basada en las
experiencias, orienta nuestra conducta en el futuro. Aristóteles decía: «la
virtud está en el término medio» la clave es el equilibrio, confiando en uno
mismo sin creer a ciegas en alguien que acabamos de conocer, pero tampoco
alimentando la desconfianza a punto tal que nos impida conocer a otras personas
y ser felices.
La vida moderna que
nos sumerge, casi desde nuestro nacimiento, en una sociedad consumista, suele
conducirnos a una espiral de inconformismo y decepción ante la idea de no poder
alcanzar nuestros objetivos, tanto a nivel personal en lo emocional y profesional,
o como parte de la sociedad civil. Todo comienza cuando permitimos que otros
decidan cuáles son nuestras necesidades, qué nos hace felices, con quiénes
queremos compartir nuestra existencia. En la mayoría de los casos, dado que dichas
elecciones no son propias, llega un punto en el cual perdemos el entusiasmo y
se desmorona toda la estructura a nuestro alrededor; la solución, por lo tanto,
es tan simple como desgastante: cuestionar cada aspecto de nuestra vida, para
dar con la combinación de objetivos y necesidades que verdaderamente nos
corresponde.
Algo que evidentemente los venezolanos no practicamos.
Para muestra, sobran botones. Desde el 2000, los venezolanos hemos vivido un
tipo de ansiedad social por la crisis continua y creciente desatada por el
régimen de gobierno desde su inicio. Se me ocurre que la causa propia de este
sentimiento de ansiedad, en el último quinquenio, ha sido, además de tanta incertidumbre,
la secuencia cíclica del binomio entusiasmo-desconfianza a que nos han sometido
el régimen y los políticos que tenemos. El primero suele
ser positivo, expectante, quise decir excitante. La segunda implica, no solo
falta de certeza sino, más bien, miedo a ser engañado, estafado o decepcionado,
de nuevo, por personas pero también existe la desconfianza social por ejemplo
hacia los políticos, funcionarios o partidos políticos, sindicalistas que han
tenido un comportamiento negativo hacia la ciudadanía y entonces gran parte de
la sociedad ya no cree en ellos. Razón tenía Mahatma Gandhi cuando decía que la
vulnerabilidad engendra miedo y el miedo engendra la desconfianza. Los
acontecimientos políticos del último año lo confirman.
La realidad es
que en el 2012, tras una curva de trece años de ansiedad, se nos acercó un
deslumbre, con la muerte certificada del intergaláctico, donde soñábamos un
tobogán al mar se abrió un puerto de montaña. Desde entonces, se nos han roto
las brújulas o se nos ha movido el norte. Buscamos un amarre contra el vértigo
y, desde entonces, nos preguntamos, quién nos protege. Cuando se agita el curso
de la historia, cuando recelamos de las normas y de la honestidad de otras
personas, ¿Qué nos entusiasma y en qué y en quién podemos confiar?
La primera
brújula estropeada fue la elección presidencial para el periodo 2013-2019 posterior
a la muerte del presidente anteriormente electo Hugo Chávez. Los resultados se
dieron a conocer la noche de las elecciones, y revelaron una ínfima mayoría
para Nicolás Maduro, que obtuvo el 50.61 % de los sufragios contra el 49.12% de
Henrique Capriles Radonski. Fue la segunda elección presidencial más ajustada
en la historia democrática de Venezuela, desde el triunfo de Rafael Caldera por
0.89 décimas en 1968, y la elección con más polarización entre los dos
candidatos más votados (el 99.73% de los votantes votó por Maduro o por
Capriles, mientras que el restante 0.27 % se distribuyó entre otros cuatro
candidatos).
A pesar del desconocimiento de los resultados por la
oposición, llamados a recuento de votos, apoyo por los gobiernos de España,
Francia, Estados Unidos, Paraguay y las 18 auditorías que se realizaron durante
todo el proceso, los resultados confirmaron la victoria de Maduro, puesto que
se presentó un 0,02 por ciento de error, que el CNE justificó con las
aclaraciones colocadas en las actas. Se acabó de perder la confianza en el
sistema.
El segundo
desconcierto fue la sensación de que nos tomaran por estúpidos con las
elecciones parlamentarias de Venezuela de 2015 para renovar todos los escaños
de la Asamblea Nacional (AN), mediante votación universal, directa,
personalizada y secreta con representación proporcional. Las elecciones
resultaron en la victoria de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), principal
movimiento de oposición al gobierno del presidente Nicolás Maduro, con 112 de
los 167 diputados de la Asamblea Nacional (56,2% de los votos), y la primera
victoria electoral de peso para la oposición en 17 años. ¿Qué ganamos? Nada, fueron dos años continuos
de promesas incumplidas por parte de las presidencias y los miembros de la AN.
La tercera
pérdida del norte nos ocurrió con la consulta nacional de Venezuela de 2017,
también llamado como plebiscito nacional, fue una consulta popular convocada
por la AN la cual se celebró el 16 de julio de 2017. Los venezolanos debían
responder a tres preguntas con «Si» o «No», con la intención de que los
resultados fuesen el primer paso para un cambio de sistema político en
Venezuela.
Las tres
opciones del SI recibieron más del 98% de los votos donde participaron más de 7
millones de venezolanos con 6.5millones de los votos dentro del país (95%) y cerca
de 700,000 votos fueron electores en el exterior (5%). Hasta la fecha no se han
realizado ningunas de las promesas que entusiasmaron al elector a participar y,
mucho menos el cambio del sistema político en el país. Al país le sobran asambleas
nacionales y políticos que todo lo prometen y nada cumplen.
Por último, el
pueblo venezolano se reunió en la plaza Juan Pablo II, en el municipio de
Chacao, en Caracas, y entonaron el himno nacional. Ante ellos, Juan Guaidó
declaró: “Hoy, 23 de enero de 2019, juro formalmente como presidente encargado
de Venezuela”. Luego les dijo a los venezolanos que levantaran la mano derecha
para decir: “Juremos todos juntos como hermanos que no descansaremos hasta
lograr la libertad”. También les indicó a sus partidarios que se alisten y preparen
para la lucha. “Sabemos que esto no es algo de una persona”, dijo. “Sabemos que
esto va a tener consecuencias”.
A un año de esa proclama, el pueblo ha seguido
respondiendo en forma entusiasta al llamado del engaño de la "calle sin
retorno" a la cual salieron convencidos que no volverían a casa sin haber
logrado el "cese de la usurpación", y al mediodía los enviaron de
regreso con su frustración a cuestas. En mi caso, a pesar de mi continuo apoyo
a Guaidó y su equipo, aun no veo luz al final del túnel y temo que nos estemos acostumbrando,
ni me convencen las estrategias planteadas hasta la fecha. No hay forma
electoral, ni consensuada, que este régimen entregue lo que queda de la
República. Resta una sola salida constitucional y esa es el Art 350 de la Constitución.
Creer lo contrario es pecar de ingénuo. El riesgo que se corre es que declaren
al país como una República Socialista, como recién leí, “bajo la mirada atónita
e idiotizada de todos nosotros que todavía seguimos creyendo que aquí va a
pasar algo”. La realidad es que los tramposos no cambian, ellos solo descansan.
Es de esperar que el viaje de Guaidó a Colombia y Europa aporte una estrategia
favorable a sus objetivos planteados en enero 2019.
Un artículo de
Alejandro Grisanti nos revela que “las cifras demuestran inequívocamente que el
venezolano promedio continuó reduciendo su consumo de alimentos y medicinas en
2019, en comparación con 2018… El Gobierno al hacerse la vista gorda con los
controles de precios y de cambio reduce la inflación a cambio de un fuerte
incremento en la inequidad y una fuerte contracción en la capacidad de compra… El
año 2019 cierra con los mayores niveles de desigualdad entre ricos y pobres,
aspecto que está muy marcado geográficamente entre Caracas y el resto del país”.
El índice de seguridad alimentaria está en 24 y se establece que al superar 30
la inseguridad es severa.
Estamos claros
que los tiempos que se viven en Venezuela, son complejos con los
acontecimientos de carácter económico, político y social que en el día a día
van apareciendo y que mantienen en vilo la vida de sus ciudadanos. En
consecuencia, los niveles de confianza de la gente para con otros y su entorno
han tenido que cambiar drásticamente. Es evidente, que no se puede esperar que
las conductas y costumbres de confianza manifestadas por nuestra gente en el
pasado, ahora, se mantengan inmutables ante tantos eventos sospechosos, de mala
imagen o sorprendentes que ocurren con cierta frecuencia en el país, sin dar
respuesta clara al cese de la usurpación de Nicolás Maduro Moros.
El problema es
que ante la visión explosiva que actualmente ha irradiado la desconfianza,
muchos la han internalizado con profundidad y la han disfrazado con el engaño
lo que conlleva ahora, a otros, a apreciar y manifestar opiniones muy
diferentes sobre la conducta individual y colectiva positiva en cuanto a
honestidad, confianza y ética que se daba en la interacción de personas
desarrolladas en el pasado. Lo que afecta una cara de la moneda, la
desconfianza, se refleja negativamente en la otra, el entusiasmo.
Veinte años
después, el país está en llamas y no sabemos si reformarlo o construir uno
nuevo. La presente crisis ha aflorado tres males de un golpe: las ínfimas
condiciones de vida de la gente, el objetivo de permanencia del régimen en el
poder y la desconfianza del pueblo venezolano en la oposición. Nos sentimos
vulnerables porque hemos perdido un anclaje de varias generaciones –la fe en la
Santísima Trinidad de la democracia, el crecimiento económico del país y la
seguridad en todos los estamentos; estamos a merced del oleaje de un Estado
Fallido. Tenemos miedo a lo imprevisible. Buscamos refugio.
La diáspora
venezolana prosigue imparable su huida, superando récords y barreras. La
última, según la Agencia de la ONU para Refugiados (ACNUR) y la Organización
Internacional para las Migraciones (OIM), es la de cuatro millones de migrantes
y refugiados, una cifra conservadora para otros analistas e investigadores. La
última oleada provocada por el colapso de la electricidad y los servicios ha
añadido medio millón de personas hasta convertir a los venezolanos en los
protagonistas de la "mayor crisis de la Historia en el continente y la
segunda actualmente en el mundo (tras Siria)", confirma David Smolansky,
coordinador de la OEA para la emigración venezolana. La alerta es para la
comunidad internacional de la catástrofe que se avecina si no le ponemos freno
a la crisis venezolana.
La generación
que se ha hecho adulta con la crisis ha perdido otras coordenadas: las de unas
expectativas de vida –estudios, trabajo, vivienda, pareja, familia– que han
chocado con una realidad precaria y acelerada. No todos deseaban seguir ese
modelo, ni han sufrido su quiebra de igual modo, pero era el que nos habían
enseñado. Para andar por el margen también hay que saber dónde está el centro.
La precariedad, derivada, entre otras, de la recesión económica, la escasez de
productos básicos y medicinas, el aumento del desempleo, la migración masiva,
la hiperinflación, la corrupción política, el deterioro de la productividad y competitividad,
la caída del precio del petróleo y la crisis política mina la autoestima y
dispara la ansiedad. Ya poco nos entusiasma y cada día es más difícil confiar
hasta en uno mismo.
Las normas
tienen sentido en la medida en que someten/protegen a todos los ciudadanos por
igual para lograr un bien común. Nuestro comportamiento depende de las
expectativas que tengamos sobre el resto de los actores sociales (familiares,
políticos, empresas, jueces, fuerzas de seguridad…). Si sospechamos que otros
jugarán sucio buscando su propio beneficio y que respetar las reglas nos
perjudicará, será más fácil que también las incumplamos alegando que todo el
mundo lo hace. ¿Qué ocurre cuando los que obran mal quedan impunes, o reciben
un correctivo menor o demasiado tarde? Que perdemos la confianza en las normas,
en la autoridad que debe aplicarlas, en el cuento del bien colectivo y, en
definitiva, en la integridad de otras personas. Y sálvese quien pueda.
En un país cada
vez más encendido por el odio, la hipocresía, el desengaño y por ende más
fragmentado e injusto, la ciudadanía tiene el deber cívico de reflexionar
unida. La solución es el pueblo unido en contra del régimen tiránico actual. Es
una lástima que muchos de los que ejercen hoy la política no ejemplaricen sus
acciones en términos de universalidad y, en cambio, movilicen los
enfrentamientos en lugar de propiciar lo armónico. Sin duda, hacen falta otros
vientos más esperanzadores y auténticos, de menos desarraigos y más ilusión y
entusiasmo por un país más hermanado que, hoy por hoy, está en notoria
decadencia espiritual y hasta en riesgo de extinción, donde reina la
desconfianza. Es nuestro deber ciudadano comprometernos a no renunciar a esa
Libertad que depende de cada uno de nosotros.
Por eso, es
fundamental avivar el deber del buen ciudadano para el proyecto de rescate de
una Venezuela más equitativa, desde identidades diversas, pero convergente y
reintegrador, donde nadie se sienta extraño, sino arropado tras aumentar la
confianza y construir el llamado capital humano como entusiasta preferente y
así, poder desarrollar con mejor tino y tono, la capacidad de adaptación
positiva ante situaciones adversas, mejorando el sentido de responsabilidad social
y eliminando cualquier barrera social y cultural que dificulte la cohesión
entre compatriotas. Que Dios nos ayude y proteja a todos.
Excelente descripcion de un proceso amargo y descorazonador. Ojala la esperanza manifiesta en los parrafos finales cristalice y consigamos todos los venezolanos, unidos en un destino comun, a construir una nueva y mejor Venezuela, donde la tragica diaspora regrese a la tierra que la vio nacer.
ReplyDeleteMi querido Don Mario,
ReplyDeleteSísifo, dentro de la mitología griega, como Prometeo, hizo enfadar a los dioses por su extraordinaria astucia. Como castigo, fue condenado a perder la vista y a empujar perpetuamente un peñasco gigante montaña arriba hasta la cima, sólo para que volviese a caer rodando hasta el valle, desde donde debía recogerlo y empujarlo nuevamente hasta la cumbre y así indefinidamente.
Los venezolanos nos estamos convirtiendo en una versión moderna del Sísifo de la mitología griega, la variedad está en que, sin enfadar a nadie, aparte de nosotros mismos, ni tener mucha astucia, aunque si hemos perdido algo de visión propia, estamos condenados, tras cada nuevo entusiasmo, a apoyarlo hasta que al final nos desengañan y volvemos a esperar el próximo. Esa es nuestra falta de astucia y pérdida de visión, no somos capaces como sociedad civil unida de tomar una iniciativa propia.
Personalmente, continúo colaborando a través de la ONG VenAmerica con Juan Guaido y su equipo y considero que la actual gira, que le ha subido muchísimo el puntaje a favor, es la primera fase de un nuevo ciclo de entusiasmo que espero no termine en otro desengaño (desconfianza) sino lo contrario y, recuperada la unidad, todos juntos pongamos nuestro granito de arena para la recuperación final del país.
No sé qué acuerdo habrá habido en Colombia sobre el terrorismo, pero ese uno de los grupos que hay que sacar del país, no sé que hablo con Boris Johnson en Londres ni que andaba buscando en España, pero ya el Kathire Trump nos avisó que esperemos a ver cuál es el próximo plan para Venezuela. Ahí está nuestro actual entusiasmo….