El poder de hablar: Quién es escuchado y por qué
El
poder de hablar: Quién es escuchado y por qué
Gustavo Gonzalez Urdaneta
Miami 20 junio 2021
Octavio Paz
decía de forma magistral que la vulgarización de la política se inicia
precisamente con la vulgarización del lenguaje. Por ello, una cualidad del
político es el bien hablar. De otra forma, no se pasa de ser un charlatán. Como
decía Samuel Johnson ‘El lenguaje es el vestido del pensamiento. En el idioma
está el árbol genealógico de una nación.’
La comunicación
no es tan simple como decir lo que quieres decir. La forma en que dice lo que
quiere decir es crucial y difiere de una persona a otra, porque el uso del
lenguaje es un comportamiento social aprendido: la forma en que hablamos y
escuchamos está profundamente influenciada por la experiencia cultural. Aunque
podríamos pensar que nuestra forma de decir lo que queremos decir es natural,
podemos tener problemas si interpretamos y evaluamos a los demás como si
necesariamente sintieran lo mismo que nosotros sentiríamos si habláramos como
ellos.
Quienes han
estudiado la influencia del estilo lingüístico en las conversaciones y
las relaciones humanas y extendido esa investigación al lugar de trabajo y a la
política, han observado cómo las formas de hablar aprendidas en la infancia
afectan los juicios de competencia y confianza, así como a quién se escucha,
quién recibe crédito y qué se hace.
Según recoge el
Barómetro de Opinión de la Infancia y la Adolescencia 2019 de UNICEF, los niños
opinan que los políticos no son de fiar (lo cree más del 80 %), no escuchan a
la ciudadanía, ni se preocupan de los asuntos que les afecta y solo se
interesan por el dinero (el 81,2%).El barómetro muestra las preocupaciones y
opiniones de más de 8.500 niños de entre 11 y 18 años de 133 centros educativos
de toda España y "un interés elevado" de los menores por la mayoría
de las problemáticas sociales junto a una desconfianza en las instituciones y
en los representantes políticos, sobre todo a nivel estatal, que aumenta a medida
que crecen. En general, los niños y adolescentes se sienten poco motivados a
implicarse en futuro en su comunidad y mucho menos en política.
Todo lo que se
dice debe decirse de cierta manera, con un cierto tono de voz, con una cierta
velocidad y con un cierto grado de sonoridad. El estilo lingüístico se
refiere al patrón de hablar característico de una persona.
Incluye características tales como franqueza o indirecta, ritmo y pausas,
elección de palabras y el uso de elementos tales como bromas, figuras
retóricas, historias, preguntas y disculpas. En otras palabras, el estilo
lingüístico es un conjunto de señales aprendidas culturalmente mediante las
cuales no solo comunicamos lo que queremos decir, sino que también
interpretamos el significado de los demás y nos evaluamos unos a otros como
personas.
Lenguaje
político es una expresión de la ciencia política usada
habitualmente en los medios de comunicación. En el sentido científico del
término no designa solamente a la forma específica de utilizar el lenguaje por
los políticos; lo que más estrictamente se denomina «jerga política» y
que se pone como ejemplo de mal uso del lenguaje (cuando es muestra del
apresuramiento o la abundancia de tópicos) o como ejemplo del buen uso (la
oratoria política de quienes destacan en sus parlamentos). Como decía Pericles
“El que sabe pensar pero no sabe expresar lo que piensa está al mismo nivel del
que no sabe pensar”. Según Ralph Emerson “Todo gran orador fue un mal orador en
sus inicios”, etapa que creo no han superado nuestros políticos actuales. Nada
personal contra nuestros políticos, es natural con esa clase. Y al final, según
Platón los que cuentan historias gobiernan la sociedad.
Más propiamente
designa al lenguaje que es usado en política como la herramienta principal, la
que permite dar contenido a la terminología política. La identificación
de las palabras utilizadas por los ideólogos o los intelectuales que acuñan los
términos que luego se extienden en su uso social es muy problemática, dado que
las palabras se cargan de ideología tanto para atacar las posiciones del contrario
como para enaltecer las propias. Para mayor confusión, la evolución histórica
de los conceptos políticos (izquierda, derecha, democracia, liberalismo,
progresismo, conservadurismo, nación, tolerancia) se produce mediante los
desplazamientos del sentido necesarios para acomodarlos a la realidad
cambiante, con lo que terminan significando a veces lo opuesto de lo que
inicialmente significaban.
Un político debe
hablar apegándose a las reglas fundamentales que se exigían en la Grecia
antigua: quien es responsable públicamente debe emitir siempre ideas con
claridad, precisión y exactitud. En su lenguaje no debe sobrar ni faltar nada,
porque todo lo que dice está bajo el escrutinio e interpretación de la
ciudadanía; y por ello, a fin de evitar malentendidos, su lenguaje debe
apegarse a lo que estrictamente quiere decir. Al respecto, es pertinente citar
un pasaje atribuido al filósofo Wittgenstein -uno de los más grandes pensadores
del lenguaje-, quien al concluir una conferencia fue interrogado: “¿Qué fue lo
que Usted quiso decir con aquella idea?” a lo que el filósofo respondió: “no
quise decir ni más ni menos de lo que dije”.
En un análisis
hecho en la Universidad del Zulia en 2011 de algunos discursos políticos
latinoamericanos (Juan Domingo Perón y Rómulo Betancourt) se analizaron los
siguientes aspectos: el léxico, los recursos retóricos y las estrategias y
funciones discursivas, mediante los cuales los líderes se autolegitiman, al
mismo tiempo que deslegitiman a sus oponentes. A continuación se señalan
algunos resultados.
La proliferación
léxica permitió identificar cuatro campos léxico-semánticos que señalan la
actitud del líder hacia determinados referentes: "pueblo",
"oligarquía", "régimen dictatorial" y "régimen
democrático"; también se observó la utilización frecuente de algunos recursos
retóricos como la metáfora y metonimia; que las estrategias y funciones
discursivas que se manifiestan son la polifonía, la victimización, la
solidaridad y la exclusión del "otro", las cuales están al servicio
de la triple función estratégica del discurso político: legitimar al YO
-líder político-, deslegitimar al oponente -oponentes al líder- y propiciar la
polarización de los grupos. Como dijo Henry Adams “El maestro deja una huella
para la eternidad; nunca puede decir cuando se detiene su influencia”.
En política se
pretende, a veces de forma muy activa, la imposición de los conceptos
terminológicos propios sobre los del adversario; o la denuncia de la imposición
del lenguaje de los «dominantes» sobre los «dominados», lo que deriva en la
utilización del denominado lenguaje políticamente correcto.
El adjetivo políticamente
correcto se utiliza para describir el lenguaje, las políticas o las medidas
destinadas a evitar ofender o poner en desventaja a personas de grupos
particulares de la sociedad. Desde finales de la década de 1980, el término se
ha referido a evitar el lenguaje o el comportamiento que puede verse como
excluyente, marginador o insultante de grupos considerados desfavorecidos o
discriminados, especialmente grupos definidos por género o etnia. En el
discurso público y en los medios de comunicación, el término se utiliza generalmente
de forma peyorativa, con la implicación de que estas políticas son excesivas o
injustificadas.
El uso
peyorativo contemporáneo del término surgió de la crítica conservadora de la
Nueva Izquierda a fines del siglo XX. Este uso fue popularizado por una serie
de artículos en The New York Times y otros medios a lo largo de la década de
1990 y fue ampliamente utilizado en el debate sobre el libro de Allan Bloom, The
Closing of the American Mind, y ganó más vigencia en respuesta al libro Tenured
Radicals (1990) de Roger Kimball y el libro del teórico de la conspiración
Dinesh D'Souza, Illiberal Education, en 1991, en el que condenaba lo que
él vio como esfuerzos liberales para avanzar en la auto-victimización y el
multiculturalismo a través del lenguaje, la acción afirmativa y los cambios en
el contenido de los planes de estudio de las escuelas y universidades.
Los
comentaristas de la izquierda política sostienen que los conservadores usan el
concepto de corrección política para restar importancia y desviar la
atención de un comportamiento sustancialmente discriminatorio contra los grupos
desfavorecidos. También argumentan que la derecha política impone sus propias
formas de corrección política para suprimir la crítica de sus electores e
ideologías preferidas. El término en Venezuela pasó, de tener una connotación
apacible y de respetuoso uso del lenguaje en el campo de la política, a
convertirse en un escenario de enfrentamientos adonde lo que se perdió en
seriedad se ganó en el humor.
Si en Venezuela
antes. lo importante en política era ser políticamente correcto, ahora, lo
importante en política es ser políticamente corrupto y lo demuestra que
en ciertos ambientes no se puede hablar de los “dineros eléctricos”,
entre tantos otros casos de corrupción durante el presente régimen con
empresarios corruptos en complicidad con el Estado. Al hacerlo se pueden llegar
a desencadenar acciones de rechazo y ataques para quien diga
cualquier cosa que no les agrade. Aunque sea dicha sin intención de ofender.
Nos estamos convirtiendo en cómplices por omisión.
Alguien sugirió
que este es uno de los rasgos fundamentales de este nuevo caballo de Troya
introducido en las sociedades “democráticas”, para terminar con algunas
orientaciones que permitan trabajar a favor de la libertad. Una evidencia de
ello es lo que en algunos medios llaman “manuales de estilo”, cuyo fin
es fijar una correcta visión en los modos de escribir de los periodistas que
difunden opinión. Una respuesta a esta alevosa pretensión la señala Rocío
Fernández-Ballesteros, catedrática de la Universidad Autónoma de Madrid, quien
considera lo políticamente correcto como la moderna Inquisición.
Temas fuera del alcance del presente artículo.
Importa, y
mucho, la forma en cómo hablan las personas dedicadas profesionalmente a la
política. Las razones de esto son varias, pero quizá una de las más relevantes
es que los políticos hablan de las cosas públicas, es decir, de aquellas que
tienen relevancia para todos, no sólo en el momento actual, sino para las
generaciones por venir
El político
es una entidad sui generis pues en su hablar despliega lo que podría pensarse
como una doble personalidad: habla a nombre propio, en tanto portador de
una idea de nación, pueblo o comunidad; pero también habla en nombre de otros,
quienes se asume que le han otorgado la confianza de representarles en la
discusión de los asuntos del Estado. De todo el material consultado podríamos
sinterizar cinco principios que deberían regir la actuación pública
del político y, en particular, en el poder de sus mensajes para ser
escuchado y por qué.
Primero, el político debe, en ese sentido, tener el más amplio
sentido de la responsabilidad. Nada de lo que dice puede ser emitido a
la ligera; por el contrario, su lenguaje debe ser siempre meditado; la
prudencia debe ser su norma, y la temperancia su código lingüístico de
cabecera. Debe evitar no sólo ambigüedades, sino ante todo, las mentiras: sus
palabras deben siempre estar apegadas a la verdad o, al menos, a la
autenticidad respecto de lo que se piensa y de las intenciones que se tienen al
tomar una u otra medida. Debe evitar a toda costa decir cosas que no son
ciertas, o que no le constan.
Segundo, un político debe evitar las amenazas; nunca
intimidar, nunca hace alarde de su poder ni usarlo para otorgar perdones
ultra-institucionales. Su lenguaje, por el contrario, debe buscar la concordia,
ser amable y busca tender puentes con base en la inteligencia y la aceptación
sin cortapisas de la lógica del mejor argumento.
Tercero, el lenguaje del político debe articularse para
plantear preguntas pertinentes y para ofrecer respuestas honestas. La
necedad no debe ser una de sus cualidades, y el tono de sus palabras debe ser
siempre reflexivo. Sus respuestas en ese sentido nunca son concluyentes, y
siempre dejan abierta la posibilidad de la rectificación.
Cuarto, el político al hablar debe guardar siempre un equilibrio
preciso entre lo moral y lo legal; y jamás debe confundir o llevar a la
confusión de ambos planos: su visión ética es la base para la construcción de
explicaciones respecto de lo que busca y propone; pero es la Ley la que debe
regir su actuación. Esto significa: ideales en su propuesta, y respeto a la ley
y al mundo institucional al momento de instruir la acción pública.
Y por último, el político está obligado a un actuar ejemplar,
quizá hasta pedagógico frente a la ciudadanía. Por ello la ignorancia y la
vulgaridad son sus peores enemigos: no puede darse el lujo de la frivolidad
lingüística, ni ceder a la tentación populachera de hablar para caer bien, y no
hablar para gobernar conforme lo establece la Constitución.
El magro
desempeño de los dirigentes políticos venezolanos en las dos últimas
dos décadas nos demuestra que ni son líderes, ni son políticos ni
saben negociar. No todos los dirigentes son líderes, es decir, paladines de
una causa; no todos los gobernantes son políticos, o lo que es lo mismo, no
dominan el arte de lo posible; no todos los mandatarios saben negociar, que
equivale a saber llegar a soluciones sin que ninguna de las partes aplaste a
sus oponentes. Nuestros políticos de fines del siglo XX y comienzos del XXI no
tienen nada que ver con aquellos de mediados del siglo XX, que sabían que
negociar no es un juego de pícaros en el que quien mejor finge más gana, ni que
el objetivo es mentir sin que se note.
Creo que, en
general, nuestros políticos no satisfacen la mayoría o la totalidad de
los cinco principios antes establecidos de cómo debe actuar un político.
La primera responsabilidad de un líder es definir la realidad. La última
es dar las gracias. Entre ambas circunstancias, el líder es un sirviente y por
ello, un buen líder es aquella persona que acepte más de lo que le toca de
culpa y menos de lo que le corresponde de crédito.
El gran Gurú,
Warren Bennis, afirmaba en su “Teoría revisionista de liderazgo” que el liderazgo
es la capacidad de transformar la visión en realidad y el profesor de
negocios Peter Drucker lo complementó diciendo que gestión es hacer las
cosas bien y liderazgo es hacer las cosas correctas.
Parafraseando a
Winston Churchill, la falla de nuestra época consiste enteramente en que sus
hombres no quieren ser útiles sino importantes y como mantenía
Henri Kissinger, la tarea de un líder es llevar a su gente de donde está hasta
dónde no haya llegado jamás (el límite superior). En este siglo, los
líderes serán aquellos que impulsen a otros y el ejemplo no es lo
que más influencia a las personas, es lo único. Algunas personas quieren
que algo ocurra, otras sueñan con que pasara, otras hacen que suceda. Eso hace
el líder. El desafío histórico para los
líderes es gestionar la crisis mientras construyen el futuro. Si fallan, pasa
lo que vivimos en Venezuela, caos y crisis general.
En la Escuela de
Negocios se explica que negociar es el intento de lograr acuerdos de
modo que todos queden beneficiados o perjudicados por igual, que negociar es
como crear puentes, porque se negocia con seres humanos, sus emociones,
sus culturas; con la responsabilidad que se deriva de la toma de decisiones e
incluso de no haberlas tomado. Los negociólogos sostienen que el buen
negociador tiene que salir al balcón, ganar perspectiva, ponerse en el
lugar del otro; que es vital ocultar las emociones, clarificar las alternativas,
ganar tiempo. Y sobre todo, que decidir en la mesa es una locura. La oposición
venezolana ya ha demostrado que no es capaz de negociar ni siquiera consigo
misma.
«La sorprendente
verdad sobre la lengua humana: lleva tres años aprender a usarla, pero lleva
toda una vida aprender cuándo y dónde usarla». Anónimo.
ReplyDeleteEl tema que se propone ofrece dos objetivos: ofrecer un conjunto coherente de análisis lingüísticos y describir características discursivas de locutores políticos en situación electoral. No pretendemos descubrir al "locutor ideal", lo que supondría una abstracción, sino analizar empíricamente producciones efectivas del lenguaje, de ahí que hayamos escogido una situación real con protagonistas que subrayan os enunciados que emiten a fin de conseguir sus propósitos; en efecto, en una campaña electoral las palabras adquieren un valor destacado por cuanto son ellas las que traducen la batalla política por el poder, constituyendo un discurso específico con la característica primera de ser un discurso a voces.
El lenguaje político es una forma específica de comunicación cuya característica principal es estar dotado de un carácter performativo. El concepto se refiere a una forma particular de lenguaje que no describe ni registra nada, un lenguaje cuyas afirmaciones no son ni verdaderas ni falsas.