Comentario al Evangelio (Lc 2, 16-21) correspondiente a la festividad de Santa María Madre de Dios: Agustín Coll
A continuación podrán leer nuestro comentario al Evangelio (Lc 2, 16-21) correspondiente a la festividad de Santa María Madre de Dios:
𝗘𝗹 𝗱𝗶́𝗮 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝗣𝗮𝘇
Fue la idea del papa San Pablo VI que a partir del 1º de enero de 1968 se conmemorase en esa fecha el Día de la Paz en todo el mundo. Expresaba el santo padre que “es nuestro deseo que esta celebración se repita como presagio y como promesa, al principio del calendario que mide y describe el camino de la vida en el tiempo, de que sea la Paz con su justo y benéfico equilibrio la que domine el desarrollo de la historia futura. Nosotros pensamos que esta propuesta interprete las aspiraciones de los pueblos, de sus gobernantes, de las entidades internacionales que intentan conservar la Paz en el mundo, de las Instituciones religiosas tan interesadas en promover la Paz, de los Movimientos culturales, políticos y sociales que hacen de la Paz su ideal, de la Juventud, de los hombres sabios que ven cuán necesaria es hoy la Paz y al mismo tiempo cuán amenazada”.
Recalcaba San Pablo VI que “Es necesario siempre hablar de Paz. Es necesario educar al mundo para que ame la Paz, la construya y la defienda; contra las premisas de las guerras que renacen (emulaciones nacionalistas, armamentos, provocaciones revolucionarias, odio de razas, espíritu de venganza, etc.) y contra las insidias de una táctica de pacifismo que adormece al adversario o debilita en los espíritus el sentido de la justicia, del deber y del sacrificio. Es preciso suscitar en los hombres de nuestro tiempo y de las generaciones futuras el sentido y el amor de la Paz fundada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre la libertad, sobre el amor”.
A propósito de la festividad de Santa María Madre de Dios, que también celebramos en esta ocasión, es oportuno recordar una frase de la Constitución dogmática Lumen Gentium, del Concilio Vaticano II: “La Virgen María, que al anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es reconocida y honrada como verdadera Madre de Dios y del Redentor. Redimida del modo más sublime en vista de los méritos de su Hijo y unida a Él con un vínculo estrecho e indisoluble, está enriquecida con este supremo favor y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu Santo; aventajando de lejos con este don de gracia tan eximia a todas las otras criaturas, celestiales y terrenas”.
Investigación: Agustín Coll
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