La Suerte es parte insoslayable de la condición humana (Gustavo González Urdaneta)

 La Suerte es parte insoslayable de la condición humana

Gustavo González Urdaneta

Miami 18 mayo 2023

 

La palabra suerte en castellano, viene del latín sortis y se refería a una división de tierra de trabajo. No todas las tierras son iguales. Unas tierras son más productivas que otras y de ahí su sentido de fortuna y la palabra sorteo. De ahí también la palabra latina sortes (dados, varitas, huesecillos para “echar la suerte”) y sus derivados sortilegio y sortija (sorticula pequeño objeto “para echar la suerte”).

 

La palabra inglesa luck («suerte») es hija del siglo quince y deriva del alto alemán medieval gelücke (Glück en alemán moderno), que lamentablemente designa tanto la felicidad como la buena fortuna, condiciones que no necesariamente son idénticas. Desde sus orígenes, el término se ha aplicado a la buena o mala fortuna en el juego, en las competencias de destreza o en los acontecimientos azarosos en general. Para hablar sobre la suerte necesitamos algo que no está disponible en todos los idiomas: una palabra que signifique «buena o mala fortuna adquirida inadvertidamente, por accidente o azar» (em zufälliges Glück oder Unglück). La palabra inglesa luck cumple esta función, al igual que la palabra castellana suerte.

 

La suerte es lo que sucede más allá del control de una persona. La suerte es responsable de los eventos que no podemos controlar, eventos que son "por suerte", aleatorios o estocásticos. De otro lado, los eventos que sí podemos controlar, es decir, que podemos hacer que sucedan o no, se denominan como determinísticos. Es decir, desde el punto de vista racional, de las matemáticas, o de la ciencia, la suerte no existe, ya sea buena, mala o peor. Si consideramos que “tener suerte” es que todo nos salga como deseamos, deberíamos aceptar que habrá veces que eso ocurra, y otras que no.

 

Hay un libro La suerte: aventuras y desventuras de la vida cotidiana escrito por Nicolas Rescher en 1997 que es un magnífico libro sobre la suerte algo tan en boca de todos nosotros los humanos y me parece otro de esos libros que podemos decir sobresalientes sobre la suerte en todas sus vertientes. De acuerdo a Rescher nuestras expectativas pueden defraudarnos de dos maneras: Bien sea porque esperamos algo malo, pero lo que sucede es bueno (sorpresas felices) o esperamos algo bueno, pero lo que sucede es malo (decepciones). Aquí la suerte opera en ambos extremos de la balanza. Cabe presumir que el curso de la selección natural y racional -que ha producido una comunidad viable de criaturas racionales- será tal que habrá más sorpresas felices que decepciones. Pues, como las decepciones son física y psicológicamente peligrosas, los procesos selectivos de la evolución obrarán de un modo que favorezca una prudencia que produzca más errores de juicio favorables (sorpresas felices) que desfavorables (decepciones). Sobre esta base, la buena suerte parece destinada a tener más peso que la mala suerte.

 

Pero la buena suerte no siempre triunfa. La mala suerte también existe, e incluso tiene sus usos para el ser humano. Cuando las cosas salen mal, es mucho más reconfortante para el ego evitar el reconocimiento del fallo personal y echar la culpa a la mala suerte. La suerte es un utilísimo instrumento de autoexculpación. Salvaguardamos nuestra autoimagen y nuestra imagen pública cuando podemos soslayar la culpa personal achacando nuestros fracasos al hostil azar. Desde luego, esta actitud nos impide sacar partido de las lecciones útiles que nos brinda la experiencia. 

 

Hay otro libro publicado en 2003, hace un par de décadas, por James H. Austin. En Chase, Chance and Creativity, que podría traducirse como “Captura, suerte y creatividad”, este neurólogo y estudioso del zen afirma que en la vida podemos encontrar cuatro clases de suerte:

 

Suerte ciega, que es la única que no está bajo nuestro control, porque es 100% accidental. Algunos ejemplos de este tipo de fortuna: nacer o no en una familia rica, sufrir o no un cierto tipo de enfermedades congénitas, que te toque la lotería, que haga buen o mal tiempo durante un viaje y un largo etcétera. La suerte es la salvación de unos pocos, pero un demonio para la mayoría.

 

Suerte por perseverancia y movimiento que es la suerte que sonríe a quienes pican piedra y no paran de moverse. Woody Allen decía sobre eso que “el 80% del éxito es estar ahí”. La fortuna no vendrá a buscarte al sofá de casa. Si eres constante y tienes mentalidad de explorador, tus posibilidades se multiplican. La buena suerte es la hermana gemela del trabajo duro. De esto va el tercer tipo de suerte.

 

Suerte a través de la caza de oportunidades, al igual que un don esencial de un escritor es “saber mirar”, hay personas que detectan un tesoro allí donde otras no ven absolutamente nada. Sacan petróleo incluso de los “accidentes felices”, como el empleado de 3M que encontró un uso inesperado a una partida de pegamento defectuoso, que empezó a usar para fijar papelitos de quita y pon en su Biblia. Su compañía se forró gracias a eso. El cambio favorece a los que están en movimiento.

 

Suerte por invitación que es la fortuna que llama a nuestra puerta cuando alguien nos abre la puerta a una oportunidad única. Visto desde fuera, puede parecer un golpe de suerte, y muchos se preguntan con rabia: “¿Por qué él/ella y yo no?”. En realidad, la pregunta que deberíamos hacernos es: “¿Qué ha hecho él o ella para conseguir esta oportunidad que no me ha llegado a mí?” Los hombres de acción son favorecidos por la Diosa de la Suerte.

 

El primer tipo de suerte depende del azar, por eso es absurdo y deprimente basar nuestro destino en ella. Los otros tres tipos de suerte, en cambio, dependen en gran parte de nosotros y podemos provocarla…¿Cómo? …insistiendo en aquello que deseamos y que nos apasiona; moviéndonos continuamente para conocer a otras personas y hacer nuevos descubrimientos; estando atentos a las oportunidades que surgen en el día a día; cultivando nuestro talento y networking para, cuando llegue el momento, ser invitados a oportunidades que pueden cambiar nuestra vida. ¿Quién dijo que la fortuna es cuestión de suerte? La suerte es el sentido de reconocer una oportunidad y la capacidad de aprovecharla. Nadie es más afortunado que el que cree en su suerte,

 

En el caso de la suerte ciega, uno de cuyos ejemplos es ganar la lotería…. hay quienes dicen que ganar la lotería no es cuestión de suerte, que hay un truco, además de jugar a ella. Tres personas lo conocen, dos de ellas lo han contado; una pareja de jubilados de Michigan logró 27 millones de dólares y una universitaria en Texas logró 20 millones. Y no fue suerte. Saben el truco para ganar la lotería. Y lo han contado...optaron por la segunda clase de suerte.

 

Marge y Gerald  Selbee son un anciano matrimonio que vende tabaco, alcohol y boletos de lotería en su tienda de Evart (Michigan). Además, son millonarios. Tras observar a miles de clientes jugar a la lotería, Gerald Selbee llegó a la conclusión de que ganar no era sólo cuestión de suerte. Y en 2003, cuando arribó a su tienda un nuevo juego llamado WinFall, decidió demostrarlo. El funcionamiento era sencillo: por un dólar, se elegían seis números del 1 al 49. Si esas cifras salían en el bombo de la lotería de Michigan, se ganaba al menos dos millones. Menos aciertos, menor premio. Pero si no había ganador del pleno, se guardaba el dinero para el próximo sorteo, hasta alcanzar cinco millones, momento en el que se repartía entre el resto de los ganadores con cinco, cuatro, tres, dos o un aciertos.

 

Según la lotería de Michigan, había una posibilidad entre 54 de lograr tres de los seis números, ganando cinco dólares; y una entre 500 para acertar cuatro, ganando 500 dólares. Esos premios se multiplicaban por 10 en los días en los que el premio gordo se repartía entre el resto de los agraciados. De esta manera, Gerald Selbee, que estudió Matemáticas y Negocios en la universidad, empezó a jugar a la lotería. El primer día gastó 2.400 dólares para lograr dos boletos de cuatro aciertos. Sólo logró uno. “Perdí 50 dólares”, explica.

 

A partir de ahí, la cosa mejoró: logró 6.300 dólares invirtiendo sólo 3.600, y 15.700 dólares invirtiendo sólo 8.000. Así que, junto a amigos y conocidos, formó una empresa y durante nueve años se dedicó a jugar a la lotería. O, mejor dicho, a ganar a la lotería. Cuando Michigan acabó con este sorteo, Gerald Selbee y sus socios empezaron a jugar en Massachusetts (durante 55 semanas, hasta que también este estado canceló el sorteo), En total, ganaron 27 millones de dólares; una vez descontados los gastos, calcula que obtuvieron casi ocho millones limpios. No son los únicos en derrotar al sistema.

 

Joan Ginther, una doctora en estadística en la Universidad de Stanford que vive en Las Vegas ha ganado la lotería de Texas cuatro veces en 10 años, comprando miles si no millones de boletos. La primera vez, fue casualidad: logró 5,4 millones en 1993, pagables en cuotas anuales durante 20 años. A partir de ahí, se puso a investigar y descubrió que una mujer había logrado 23 premios de entre 1.000 y 10.000 dólares entre 2009 y 2012. Ginther descubrió un método, gastó 3,3 millones en boletos, y ganó otros 20 millones. Pero nunca ha explicado cómo.

 

En cierto modo resulta irónico que la suerte (Fortuna) y la necesidad (Ananké) se considerasen aliadas y compañeras desde la antigüedad. La Fortuna es a lo que se atribuyen los sucesos buenos o malos. El término Ananké puede referirse al personaje mitológico Ananké, madre de las Moiras y de Adrastea; encarna el destino, es la diosa de la necesidad. Suerte y necesidad, de hecho, son opuestas: una, entregada al azar ciego e imprevisible, la otra, al hado predeterminado e inexorable. La relación se arraiga en la tendencia humana a ver la Razón trabajando por doquier, en el afán de atribuir a la mera casualidad cosas que tienen un peso fatídico para nosotros. Esta tendencia, a ver la planificación divina en los productos del azar, se manifiesta claramente en el uso de sortilegios para tomar decisiones, desde la antigüedad clásica en adelante.

 

De acuerdo a Rescher, la suerte es una fuerza díscola que impide que la vida humana se someta por completo a la gestión racional. Su presencia en el escenario del mundo está confirmada por el poder del azar, el caos y la elección. La suerte y sus primas, el destino y la fortuna, vuelven difícil o imposible dirigir nuestra vida mediante la planificación y el designio. Las cosas de este mundo siempre adoptan un giro inesperado, como sugiere la ocurrente frase de John Lennon “La vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”. Era lugar común entre los griegos que ningún hombre se debía considerar afortunado hasta su muerte. En cualquier etapa el desastre puede trastocarlo todo, a pesar de nuestros esfuerzos y precauciones. La tesis principal de Rescher es que, nos guste o no, la suerte es una parte insoslayable de la condición humana. No podríamos existir como las criaturas que somos -y que en nuestros momentos más exultantes nos enorgullecemos de ser- si la mera y ciega suerte no fuera, para bien o para mal, un factor decisivo en nuestra vida.

 

Por lo tanto, la suerte significa que sucede algo bueno o malo que está fuera del horizonte de nuestra previsión. Hay una significativa diferencia entre la suerte y la fortuna. Somos afortunados si nos sucede algo bueno en el curso natural de las cosas, pero tenemos suerte si dicho beneficio nos llega a pesar de su carácter aleatorio, y sobre todo si ocurre contra las probabilidades y expectativas razonables. Una persona que por herencia posee dinero suficiente para viajar en primera clase es afortunada, pero no tiene suerte en el sentido más estricto. En cambio, el pasajero a quien trasladan de la clase económica a la primera clase por conveniencia de la línea aérea tiene suerte. El destino y la fortuna se relacionan con las condiciones y circunstancias de nuestra vida en general; la suerte, con los bienes y males fortuitos que recibimos.

 

La suerte, pues, implica tres cosas: 1) alguien que recibe un bien o un mal, 2) un acontecimiento que es benigno o maligno desde la perspectiva de los intereses del individuo afectado y que, más aún, 3) es fortuito (inesperado, azaroso, imprevisible). La suerte siempre incorpora un elemento normativo de bien o de mal: alguien debe verse afectado positiva o negativamente por un acontecimiento para que su realización se pueda atribuir a la suerte. La suerte sólo entra en escena porque tenemos intereses, porque las cosas pueden afectarnos para mejor o para peor.

 

El azar abre las puertas de la suerte. Cuando el éxito llega contra todas las probabilidades, tenemos suerte. A la inversa, si fracasamos cuando las probabilidades favorecen el éxito, tenemos mala suerte.

El azar es uno de los factores que más limitan nuestra capacidad de predicción. Es una cuestión de resistencia por parte de los fenómenos; su operación tiene arraigo en la constitución objetiva, ontológica de las cosas. Los procesos de un mundo impregnado de azar y de caos -por no mencionar los caprichos de los agentes humanos- son en gran medida genuinamente aleatorios (o estocásticos) porque no se acomodan a ninguna regla definida que determine los resultados. Como la predicción no es sólo impracticable sino inviable, el mundo puede, teóricamente, pasar de un pasado fijo a futuros diferentes pero totalmente viables.

 

Rescher nos dice que la gente toma muchas medidas para controlar y manipular la suerte. Veamos la difundida creencia de que la suerte (sea buena o mala) viene en rachas de tres y que el recurso a una cantidad de objetos o prácticas presuntamente trae buena o mala suerte. La superstición es rampante en este dominio. Supuestamente obtenemos buena suerte si llevamos una pata de conejo, usamos un amuleto, vemos nuestra estrella, encontramos un trébol de cuatro hojas, una herradura o un alfiler, nos cruzamos con números de la suerte, tropezamos al subir, tocamos a una persona famosa, comemos arenque el día de Año Nuevo y todo lo demás. Y también hay un sinfín de cosas que traen mala suerte: pasar debajo de una escalera, toparse con un gato negro, pisar las grietas de la acera, romper un espejo, toparse con el número 13 y otros números de mala suerte, desear éxito a un artista, mencionarle Macbeth a un actor anglosajón y así. Y para desviar la mala suerte cruzamos los dedos, tocamos madera, desarmamos el árbol de Navidad en Noche de Reyes. Esta presunta manipulación de la suerte es un absurdo lugar común.

 

La suerte es pues, para bien y para mal, un factor con el cual debemos conciliarnos en este mundo. Y en última instancia no querríamos que fuera de otra manera. El punto central es que la eliminación de la suerte no es viable (mientras los humanos seamos agentes libres) ni deseable (mientras seamos criaturas que no pueden medrar en un mundo sin azar). Una criatura en cuya vida la suerte no desempeñara ningún papel sería algo muy diferente de nosotros, condenada a una existencia que nosotros -constituidos tal como estamos- encontraríamos espantosa

 

“Lo único seguro acerca de la suerte es que cambiará” Bret Harte

“La vida es una lotería que ya hemos ganado. Pero la mayoría de la gente no ha cobrado sus boletos” Louise L. Hay

 

 


 


 


 

 

 

 

 

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