Emociones, virtudes y valores (II): Virtudes (Gustavo González Urdaneta)
Emociones, virtudes y valores (II): Virtudes
Gustavo González Urdaneta
Miami 11 agosto 2025
Las virtudes son aquellas disposiciones que hacen que las personas obren a partir del bien, la justicia y la verdad. Por eso, conllevan a la rectitud de la voluntad y alejan a las personas de los vicios. Para filósofos como Aristóteles y Platón, las virtudes determinan las buenas acciones, conductas y hábitos en las personas. Desde la concepción teologal, en cambio, las virtudes son los valores que permiten que el ser humano se acerque a Dios actuando desde el bien. La virtud es un valor esencial que influye en nuestra manera de pensar, actuar y relacionarnos con el mundo que nos rodea. Es importante conocer la importancia de cultivar y practicar la virtud en nuestras vidas, y cómo esto puede ayudarnos a alcanzar una vida plena y satisfactoria, es primordial descubrir y conocer la importancia de la virtud en nuestras vidas!
En primer lugar las virtudes nos permiten ser personas más íntegras y coherentes. Cuando vivimos de acuerdo a nuestros valores y principios, nos sentimos más seguros y confiados en nuestras decisiones. Además, actuamos con más consistencia y autenticidad, lo que nos permite ser más fieles a nosotros mismos y a nuestro propósito en la vida. En segundo lugar, las virtudes nos permiten relacionarnos mejor con los demás. Cuando cultivamos la humildad, la paciencia, la generosidad y el amor, nos convertimos en personas más empáticas y compasivas. Esto nos permite entender mejor las necesidades y los sentimientos de los demás, y actuar de manera más responsable y solidaria. En tercer lugar, las virtudes nos permiten desarrollar nuestra capacidad para superar los desafíos y las dificultades. Cuando cultivamos la fortaleza, la perseverancia y la determinación, nos convertimos en personas más resistentes y capaces de afrontar los retos de la vida con coraje y optimismo. Esto nos permite crecer y desarrollarnos como personas, y alcanzar nuestros objetivos y metas con mayor facilidad.
En resumen, nos permiten ser personas más íntegras y coherentes, relacionarnos mejor con los demás y desarrollar nuestra capacidad para superar los desafíos y las dificultades. Por eso, es importante cultivar las virtudes en nuestra vida diaria, y hacer de ellas un estilo de vida que nos permita vivir con sabiduría, justicia y prudencia en todas las situaciones que se nos presenten. Revisemos algunas de ellas.
La Justicia es una virtud que pone en práctica el respeto hacia\ las personas y busca el bien común, porque procura que cada quien reciba lo que le corresponde o se merece. Además, se contrapone al egoísmo, la mentira y la maldad de ciertos actos. Quien es justo, obra correctamente y respeta los derechos del otro en busca de una relación armoniosa. La justicia es considerada una virtud cardinal. La Prudencia consiste en reflexionar y distinguir lo bueno de lo malo, a fin de actuar o dar nuestra opinión de la manera más correcta y moderada en diferentes circunstancias. Por tanto, nos conduce a la felicidad. La persona prudente actúa tomando en cuenta las consecuencias de sus acciones. La prudencia es considerada una virtud cardinal. La Fortaleza consiste en tener valor y la fuerza interna para superar las debilidades y el temor que, como individuos, tenemos y nos limitan a lograr metas o alcanzar sueños. Es considerada una virtud cardinal. La fortaleza nos invita a hacer frente y luchar con valentía por aquellas cosas que queremos superar o alcanzar, pero actuando desde el bien y la conciencia. Si se cultiva la fortaleza seremos capaces de lograr cosas importantes para nuestro bienestar.
La Templanza tiene que ver con la moderación de los deseos que se tienen por los placeres. La persona que obra desde la templanza es capaz de dominar su voluntad, tentaciones y deseos desordenados por medio de la razón. Este control procura hacernos responsables de la manera en que actuamos y hacemos uso de los bienes que poseemos o queremos. La templanza forma parte de las virtudes cardinales. Como virtud, la Fe consiste en creer en Dios, en sus revelaciones y en la Iglesia, por eso forma parte de las virtudes teologales católicas. La fe nos permite creer en la palabra de Dios y obrar en nuestra vida cotidiana según sus enseñanzas, es decir, a partir de bien y de sus principios espirituales. Las dudas que se nos pueden presentar sobre la fe, nos pueden ayudar a acercarnos a Dios y alejarnos de los falsos profetas. La Esperanza surge de la fe. Se trata de una virtud que nos permite esperar, con la certeza divina, aquello que deseamos de forma confiada y optimista. Por ejemplo, la persona que obra desde la esperanza confía en que sus buenas acciones le serán retribuidas a lo largo de la vida. En el cristianismo, como virtud teologal, la esperanza se refiere al cumplimiento de las promesas de Cristo, de alcanzar el Reino de los cielos y la vida eterna.
La Caridad es una virtud que contiene en sí misma la fe y la esperanza. La caridad nos permite actuar a partir del amor, de manera desinteresada y haciendo siempre el bien. Por eso, los actos de caridad generan alegría, gozo y paz. La caridad se puede apreciar en aquel que ayuda y ama al prójimo como así mismo. La caridad guarda relación con el amor que se siente por Dios por sobre todas las cosas, lo que lleva a amar al prójimo como a nosotros mismos. Es considerada una virtud teologal. La Generosidad se refiere a saber compartir bienes materiales o dar alguna ayuda en general, de manera desinteresada, sin esperar nada a cambio. Esta virtud es bien vista en la sociedad, ya que se relaciona con la caridad y la bondad. Quien ofrece sus conocimientos a fin de ayudar a otro, está actuando de forma generosa. La Paciencia es la virtud que nos ayuda a sobrepasar aquellos momentos difíciles, con fortaleza y sin perder la calma. La persona paciente sabe esperar porque es consciente de que hay cosas que no dependen directamente de nuestros actos, sino de elementos ajenos a nosotros.
La Bondad es la virtud que invita a las personas a actuar desde la amabilidad, la confianza y el bien, haciendo que se alejen de la maldad. Por ello, las personas bondadosas son consideradas como buenas o benignas. Un acto bondadoso podría ser ayudar en las tareas del hogar sin que nuestros padres nos lo pidan. La Humildad es una virtud que nos permite reconocer y aceptar nuestras habilidades, así como, nuestros límites y debilidades, razón por la cual en ocasiones se cometen errores. La persona humilde genera confianza y no actúa desde la soberbia porque sabe que hay cosas que desconoce y que debe aprender a solventar. La Sabiduría tiene que ver con el conocimiento, por eso nos permite distinguir lo bueno de lo malo, y lo correcto de lo incorrecto. En este sentido, también se relaciona con la moral y con la forma en que actuamos. Por ejemplo, la persona sabia se caracteriza por ser prudente, amable y por evitar incomodar a otros. El Perdón hacia nosotros o los demás nos permite aceptar los errores u ofensas sufridas, así como estar en paz con nosotros mismos y con los demás. La persona que aplica la virtud del perdón evita el rencor y el deseo de venganza, por lo que puede llevar una vida más plena.
La Gratitud nos permite valorar y reconocer el lado positivo de lo que vivimos, tenemos o recibimos. A través de la gratitud podemos expresar nuestro agradecimiento hacia los demás. Abrazar a un ser querido puede ser una demostración de gratitud por todas las atenciones que se reciben de esa persona. La Abnegación es una virtud que tiene que ver con la actitud de sacrificio que algunas personas toman, de forma voluntaria, a favor de los demás. Es decir, la persona abnegada renuncia a sus deseos o intereses a fin de conseguir el bien ajeno sobre el propio, por eso se relaciona con el altruismo. La Magnanimidad es una virtud que se relaciona con la grandeza o una gran generosidad. Se trata de la capacidad de establecerse metas grandes y complejas, partiendo de la razón de nuestros actos, más allá de las dificultades que estas pueden generar. Por consiguiente, la magnanimidad conlleva el perfeccionamiento de otras virtudes y a mantener una buena disposición de ánimo a lo largo de la vida.
La Perseverancia es una virtud que nos permite ser constantes en el seguimiento de nuestras metas, opiniones o actitudes. La perseverancia nos acerca a nuestros objetivos y a seguir adelante, más allá de las dificultades. La persona perseverante mantiene su mejor esfuerzo, voluntad y certeza de querer alcanzar algo. La vergüenza, aunque se opone a la templanza, es una virtud que promueve la honestidad. Quien ha experimentado la vergüenza evita volver a hacer cosas torpes o que conlleven vicios que se opongan a las virtudes y cualidades del ser humano. Por tanto, invita a reflexionar y a actuar según lo que se considera moralmente correcto. La Valentía es una virtud que se relaciona con la fuerza de voluntad para decidir y enfrentar con valor las circunstancias difíciles. La persona que aplica la valentía actúa desde la autodeterminación de que es capaz de superar el miedo y las dificultades que se le antepongan. La Castidad es la virtud que aleja o modera la búsqueda de placer. Se relaciona con la templanza y la capacidad de abstenerse a cometer este tipo de actos, logrando que el individuo anteponga la razón y la sobriedad. Es una postura que las personas toman de manera libre. Ayuda a evitar el libertinaje.
Para el cierre del tema toca abordar el actuar virtuoso, ya que la felicidad se alcanza mediante él. La mayoría de las personas piensan que la felicidad es algo trascendental y utópico, que es un estado duradero e incompatible con sentir tristeza, enfado, etc. Por lo tanto, se llega a la conclusión de que es muy difícil de conseguir y alcanzar la felicidad personal en nuestro día a día. Por lo tanto, estas personas ven la felicidad como una meta inalcanzable lo cual es un error. Ahora, el bien supremo, es decir la felicidad, no debe ser buscado solamente por un individuo particular, sino algo que tenemos que compartir todos los seres humanos es la búsqueda de la felicidad y el bienestar. Independientemente del país donde vivimos, de la religión, de la edad, del género y del nivel social, todas las personas deseamos estar bien y ser felices. Esto es el motor de nuestra vida.
¿Cómo actuar virtuoso? El estoicismo es una escuela filosófica fundada en Atenas por Zenón de Citio en el siglo III a.C. Su enseñanza central es simple pero poderosa: no podemos controlar lo que sucede a nuestro alrededor, pero sí podemos controlar cómo reaccionamos. Los estoicos creen que la clave para una vida plena no está en las circunstancias externas, sino en nuestra actitud y percepción de los eventos. Para ellos, la verdadera felicidad proviene del dominio de uno mismo, la virtud y la aceptación de la naturaleza de la vida
El concepto de virtud en el estoicismo tiene un significado profundo: no se refiere solo a la bondad moral, sino a la excelencia en el carácter y las acciones. El estoico creía que todas las personas, sin importar su estatus social o género, tenían la capacidad de alcanzar la virtud, y que esta era el requisito indispensable para la eudaimonía, o felicidad plena. La virtud no era algo reservado para filósofos teóricos o la élite intelectual; cualquier persona, en cualquier situación, podía vivir conforme a los principios de la virtud.
Uno de los aspectos más interesantes de la enseñanza de la filosofía estoica es que veía la virtud como algo accesible y práctico. No se trataba de grandes actos heroicos, sino de pequeñas decisiones diarias: cómo tratamos a los demás, cómo controlamos nuestras pasiones y cómo enfrentamos las dificultades. La felicidad, por tanto, no dependía de factores externos como la riqueza, la salud o el estatus, sino de cómo uno reaccionaba y respondía a las circunstancias de la vida. El autocontrol era una de las virtudes más importantes. Solo controlando los deseos y las emociones era posible vivir en armonía con la razón, un principio fundamental del estoicismo. Esta capacidad de autodominio era esencial para evitar el sufrimiento causado por la búsqueda incesante de placeres efímeros o la desesperación ante los infortunios. De esta manera, quien ejercía el autocontrol era más libre, ya que no estaba esclavizado por sus pasiones.
También destaca la importancia de moderar el comportamiento en aspectos básicos de la vida, como la comida, el sueño y el trabajo. Una vida sencilla, regida por la templanza y el equilibrio, permitía al individuo enfocar su energía en la práctica de la virtud, lo cual llevaba a una mayor paz interior y, en consecuencia, a la felicidad. No se conformaba con que la gente simplemente pensara en la virtud, sino que insistía en que esta debía ser vivida. Para él, la virtud era un proceso activo, algo que se demostraba en cada decisión y acción. Es aquí donde su enseñanza es especialmente relevante hoy: en un mundo saturado de distracciones y donde a menudo buscamos la gratificación inmediata, la lección de Musonio nos invita a reconsiderar qué tipo de vida lleva a la felicidad duradera.
El estoicismo nos deja una enseñanza que trasciende el tiempo: la verdadera felicidad no se encuentra en las cosas externas, sino en el cultivo de la virtud y la armonía con la razón. Al vivir con moderación, practicar el autocontrol y tomar decisiones conscientes que reflejan los principios morales, podemos encontrar una felicidad profunda y resistente a los vaivenes del destino. Así, la virtud, no solo es el camino hacia una vida buena, sino el único camino hacia una vida verdaderamente feliz.
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