Excursiones de la Banda de Guerra a Uricao y La Morita Crónicas San Ignacio 1961 (VI)
Excursiones de la Banda de Guerra a Uricao y La Morita
Crónicas San Ignacio 1961 (VI)
Jose Pedro Barnola Quintero
Gustavo Gonzalez Urdaneta (Editor)
Miami, 14 mayo 2020
Conversando con
el gran amigo y compañero ignaciano Pablito Hernandez, me contaba que leyendo
las crónicas previas del grupo sobre excursiones en que participamos, se
recordó de dos excursiones que había hecho con la Banda del colegio a Uricao y
a Colombia. Posteriormente se lo comenté a Jose Pedro, quien ha sido el
contribuyente mayor en esta saga de excursiones, quien me anunció que iba a
retomar el tema pero que antes de seguir con las que había ofrecido de Ño
Trigrito y la cascada de Sebucán, primero desplegaría sus velas hacia las playas
de Uricao y la hacienda La Morita, advirtiendo que él no había ido a la de
Colombia que citara Pablito. Hacia allá vamos.
Cuando a
nuestras playas llegaron los primeros españoles, los naturales de Tarmas
utilizaban las playas de Uricao. La palabra originaria es Uricaro que es un
vocablo de la Gran Confederación de Los Taramaquas de la Civilización Kari´ña
Tupic Guaraní (Katugua) y quienes poblaron todas las comarcas concernientes a
la región centro norte costera del litoral central venezolano. Específicamente,
al oeste del actual Edo. Vargas.
Desde la época
colonial había un Camino Real que venía desde el pueblo de San Joseph de
Carayaca y pasando por el pueblo de Tarmas iba rumbo a la antigua Hacienda
"Tarma Abajo"; y desde allí se desprendía un atajo que conducía a los
indígenas, comerciantes y arrieros al puerto de Uricaro. Cabe destacar, que
allí los esclavizados vivían de la pesca y de la explotación de la copra o
coco, y en muchos casos tenían sus conucos y estaban vinculados con otras
familias que se establecieron en las haciendas "La Florida",
"Chichiriviche", "El Guire", "Cagua o Puerto
Cruz", "Guariquimare o Guaricuay", "Guare",
"Guasca" y "Curiana" entre otras.
Uricao siempre
fue un asiento para meter contrabando desde las islas holandesas de Aruba,
Curazao y Bonaire, y el escondite era en la Hacienda "La Florida".
Así lo referían los viejos ancianos tarmeños, cuando contaban que para la
década de los años 30 del siglo pasado, un mayordomo de apellido Bentancourt
fue el encargado de recibir esos contrabandos y luego sacarlos para Caracas.
Más luego las
tierras de Uricao y de la Hacienda "La Florida" fueron compradas por
las familias Boccardo, Zuloaga, y finalmente por Rómulo Guardia quien
desarrollo el club Oricao cuyas instalaciones tuve la oportunidad de visitar en
los ’90. El Club Oricao estuvo en manos del Banco Unión y creo que ahora está
bajo el control de BANESCO. Y todos los gobernantes de turno en el Edo. Vargas
son socios de este. Aquellos interesados en conocer el desarrollo de Uricao les
dejo este enlace: https://www.monografias.com/trabajos99/uricao-o-uricaro/uricao-o-uricaro.shtml
Nos cuenta Jose
Pedro que en diciembre 1955, Uricao (hoy Urbanización Oricao, Estado Vargas)
era una hacienda de cacao, con caney y playa incluida, propiedad de la familia
Boccardo. Separados ambos de la casa de la hacienda, que quedaba retirada de la
playa y en alto. El Hermano Ignacio Tobía H. a la sazón Director de la Banda de
Guerra del Colegio, organizó una excursión campamento para los miembros de la
Banda, lo que implicó una semana completa acampando a la orilla de la playa.
Para control de
los excursionistas fueron divididos en patrullas, con un jefe, según la edad,
otras afinidades como el tamaño y los cursos. En el caso de José Pedro la
patrulla estaba integrada por su hermano José Rosendo (qepd), Anfiloquio Level,
Alfonso Zavarce, y alguien más quién no recuerda y él fue designado jefe. De
Anfiloquio, quien era muy amigo suyo para la época, sabia hasta hace unos 30
años o más, mediante su hermana Argelia, casada con Carlos Ignacio Mendoza
Götz, hijo del Dr. Carlos Mendoza Goiticoa en cuyo Escritorio entonces
trabajaba. De Alfonso tenía noticias por su hermano Reinaldo, en las reuniones
de los llamados “Aquelarres”, reunión de antiguos alumnos que organizaban hace
unos años Rafael Cubillán Betancourt y Manuel López Contreras. Alfonso había
empezado con él en primer. grado en Jesuitas, con la señorita María Esther
Campos de maestra.
El equipo que
llevaba cada uno era el siguiente: uniforme de campaña de la Banda, camisa
manga larga y pantalón caqui, incluidas botas, cristina y corbata, traje de
baño y toalla. Jabón, cepillo de dientes y pasta dental, peine. Lona para dormir en el suelo, pijama y manta
para arroparse. Plato y pocillo de aluminio, cubiertos, cantimplora y papel
toilette, todo dentro de un morral. Cuatro mudas de ropa casual incluida ropa
interior. Fueron equipados a carpa por patrulla. No se llevaron instrumentos afortunadamente.
Se fijó la fecha
de la partida al día siguiente de que terminaron las clases en diciembre con
regreso el 23 del mismo mes. Se les exigió una contribución en metálico cuyo
monto no recuerda. El día y hora fijados para la partida, se reunieron en el
Colegio temprano y en dos autobuses del mismo Colegio, se hizo el traslado.
Para disgusto de todos, tuvieron que tomar la carretera vieja porque estaba el
famoso derrumbe que ocurrió más o menos donde hoy está la estación del peaje de
subida de la autopista. Llegados a Maiquetía siguieron rumbo a Catia La Mar,
Carayaca y Tarma. De Tarma hasta su destino, caminaron una hora en formación
por patrullas, por una carreterita de tierra, pero en bajada.
Llegados al
destino, se procedió a fijar los lugares de cada una de las carpas en el
bosquecito de uvas de playa próximo a la playa, las cuales se armaron.
Separadas del campamento, se cavaron las letrinas.
El Hno. Tobía
estableció los horarios para cada cosa: levantarse, misa (no recuerda quien era
el capellán, cree que el P. Rodríguez Regalado), desayuno, hora de baño en la
playa, almuerzo, siesta, baño en la tarde, merienda, cena y fogata antes de
irse a dormir. Los mayores de la Banda, recuerda al que fuera buen amigo, el Capitán
de Navío Luis Enrique García Alzuru (qepd), nuestros queridos amigos Rafael
Cubillán, Antonio Suels (qepd) y algunos otros, fueron designados para montar
guardias por turnos en el campamento desde las 10 de la noche hasta la hora de
levantarse al día siguiente y los armaron de unos sables.
El Hno. Tobía
ajustó con una señora de allá mismo de la hacienda, para cocinar en el caney,
donde se guardaban los víveres, y que tenía equipada cocina de kerosene y de
leña, donde se preparaba la comida. Lo de refrigeración se guardaba en la casa
de la hacienda donde había nevera.
Para muchos del
grupo acampar era una experiencia nueva y les costó enormemente a algunos la
adaptación. Por ejemplo, no era suficiente el jabón que traían de casa para
quitarle la grasa a los platos después de comer porque cada uno debía lavar su
plato y su pocillo y tenerlo listo para la siguiente comida. La solución fue la
siguiente: se llenaba el plato de arena de mar húmeda, se dejaba secando al
sol, y con la misma agua de mar se enjuagaba, y era más efectivo que el jabón
Camay, el cual, de paso, había que administrarlo porque comenzó a escasear a
los tres días de llegados.
A José Pedro lo
que más le costó adaptarse fueron dos cosas: Una, la dormida en el suelo en una
lona y sin almohada. Sin embargo, el sueño pudo más. Tiempo después leyendo un
manual de acampar de los scouts, la sugerencia es que abras un hueco donde va
tu hombro y donde va tu cadera y encima la lona o el saco de dormir. Esto le
fue muy útil luego en otra excursión unos tres años después, porque acamparon a
la intemperie en la playa de El Guaraco, próxima a Higuerote, lo que será
objeto de un relato posterior. Esa no debió ser de la Banda pues creo recordar
haber ido. Y la otra, no lo van a creer, cagar agachados en la letrina de hoyo
preparada al efecto. No se acostumbró. Alguno incluso vio que mientras estaba
en eso, próximo se acercaba un caracol ladrón, al parecer con apetito…
En su caso, la
solución fue la siguiente: muy discretamente mientras se bañaba en la playa, se
retiraba un poco de donde estaba la gente, con suma discreción, se bajaba el
traje de baño y procedía, con el cuidado de adelantarse un poquito porque las
deposiciones flotan, no fuera a llenarse de ellas en la espalda… y de paso, te
lavabas y quedabas con tu culito limpio. El sistema fue inmediatamente copiado…
Comentándole a su
papá esto, él le decía que si hubiera insistido con lo del agachado, se hubiera
acostumbrado, porque agregaba que él como médico, “anatómicamente” el intestino
está diseñado para hacerlo agachado, lo que ocurre es que hay una mutación en
el ser humano que comienza de pequeño con el “vaso de noche” y que sigue hasta
“el trono”.
Recuerda a
Gustavo Pérez Olivares (qepd), como excelente tocador de cuatro y cantante. En
esa época quien no tocaba cuatro y no se sabía la letra de alguna melodía
venezolana, especialmente las de los Torrealberos, se le calificaba como un
inmensurable pela bola.
A los dos o tres
días de estar en Uricao, les llegó la trágica noticia de la muerte de Pancho Pepe
Cróquer en accidente de carrera de autos en Colombia. Fue motivo de tristeza.
Para nuestra generación era lo que JP llama hoy el narrador-película, y eso
para todo evento deportivo, pero especialmente en boxeo y en beisbol. Cuenta que se ha hecho el ensayo de poner una
película de boxeo y simultáneamente el audio con la narración de Pancho Pepe, y
la precisión es total.
Alguien sugirió
hacer una excursión al poblado de Chichiriviche de la Costa distante unos 10
kms. del campamento. Se trataba de caminar por una carretera de tierra por la
que cabía un jeep, de una sola vía, que comenzaba con una cuesta de unos 100
mts en zigzag y seguía luego por la orilla del mar pero en alto, porque se
trataba de acantilados, con vistas preciosas para abajo y como era temprano se
adivinaba enfrente, en la bruma a la ida, la punta del otro Chichiriviche y
Boca de Aroa, lo que llamó Colón el Golfo Triste. Llegaron al poblado, la playa
de aguas cristalinas y arena blanca casi sin olas y gran baño largo después de
esa caminata con sol, pues llevaban el traje de baño como calzoncillo, debajo
del pantalón del uniforme. Al finalizar el baño, con el traje de baño un poco
seco se volvieron a vestir de uniforme.
Le llamó la
atención un caney a la orilla de la playa, de donde salía un aroma
“hipnotizante” a pescado frito. Luego del baño, se acercaron y vieron un
letrero dentro del caney que no se le ha olvidado en una pizarra negra en
letras blancas: “San Miguer Alcanger, ruega pol nojotro”. Por un bolívar, vendían una rueda de carite
frito con un pedazo gordo de yuca blanquita salcochada y un vaso de agua de
coco. Él no lo peló, porque el baño le abrió el apetito. Hoy día no hubiera
perdonado a un ajicero que estaba sobre el mostrador, pero de muchacho, como
que el picante pica mucho más…
Al regreso al
rato de caminar, sintió un dolor fortísimo en el pie derecho arriba del talón y
empezó a quedarse atrás por la cojera lo que preocupó a su compañero de
andanzas que era Alfonso Zavarce, y, al quitarse la bota y la media, tenía una
llaga del tamaño de una moneda de dos bolívares. Con su corbata, porque andaban
de uniforme, improvisaron un vendaje que le alivió algo. Ya en el campamento le
desinfectaron y le dijo quién lo curó, que cree fue el mismo Hno. Tobía, que no
se bañara en el mar, pero ni caso le hizo, muchacho al fin, porque creía que la
misma agua de mar al menos le alivió y le empezó a cicatrizar.
Al regreso para
Caracas, a patica hasta Tarma en subida con todo el perolero a cuestas, donde
los autobuses los estaban esperando. Ya habían arreglado el derrumbe de la
autopista en tiempo récord, tres turnos de ocho horas diarias…, cuenta que así
se atacaban las emergencias esas en aquellos tiempos, como ocurrió en agosto,
uno dos años más tarde, cuando el derrumbe de Puente Sucre entonces en
construcción. Tic tac… inauguración el 2 de diciembre siguiente…Concluye
diciendo que les ha quedado el buen recuerdo de aquella aventura. Anunció
crónica del campamento de la Banda en la Hacienda La Morita (La Victoria Edo.
Aragua), en el mes de agosto de 1956.
JP pide a los
lectores dos cosas: indulgencia con respecto a la fidelidad del relato, porque
son remembranzas de mucho tiempo atrás, y, agradecería el aporte de asistentes
de otros acontecimientos que no recuerda, ocurridos durante la estadía en
Uricao. Hubo otra excursión a Uricao en 1958, carnavales cree, que también comentará
pero está rebobinando…
Continúa Jose
Pedro….Terminadas las clases en junio con el Hno. Tobía, 5° grado B, éste
organizó en agosto 1956 un nuevo campamento de la Banda y se escogió como sitio
del mismo, la parte norte plana, casi al borde del cerro que se ve desde la
Autopista Regional del Centro, inconfundible, de los terrenos de la Hacienda La
Morita, La Victoria propiedad de la sucesión del Dr. Enrique Urdaneta Maya,
(uno de los bisabuelos de los hermanos Reyna Parés) cedidos gentilmente por
intermedio de su representante el Dr. José Vicente Urdaneta, papá de José
Vicente y de Nelson Urdaneta Lafée, (también bisnietos del Dr. Urdaneta Maya), a la sazón alumnos del Colegio.
La Morita,
estaba situada en los aledaños de la ciudad de La Victoria, Edo. Aragua, justo
antes de llegar a la población, antes de su entrada, viniendo de Caracas, parte
de cuyas tierras fueron luego expropiadas por el Ejecutivo de la época, para
dar lugar a la construcción del Distribuidor La Victoria de la Autopista
Regional del Centro. Hoy en día está la Urbanización La Morita.
Quien esto nos
cuenta, José Pedro Barnola Quintero, no pudo llegar a la primera semana de
haberse instalado el campamento, porque como se dice por ahí, el hombre propone
pero Dios dispone. En efecto, ese primer o segundo fin de semana de julio, no
recuerda bien, su papá fue invitado con toda la familia, a una “ternera” que
ofrecía el Dr. Rafael Caldera en su residencia campestre en “Corralito”, en las
proximidades de la Panamericana cercana al conocido Cerro de la Bandera, por la promoción de abogados de la UCV de 1956,
cuyos integrantes, valientemente, y, en forma unánime, le pusieron su nombre.
La relación de
amistad entre su padre y el Dr. Caldera, siempre fue aparte de todo asunto
político y data de la fundación del Colegio en 1923. Sólo que durante su
primera Presidencia fue su médico y de la familia, como lo había sido antes, y,
durante la segunda, le tocó a su hermano José Rosendo (qepd).
Sea que comió
demasiada carne, otras delicias propias de la parrilla, los pasapalos y los
postres, que al regreso en la noche comenzó a sentir dolores fuertes del
vientre preferiblemente del lado derecho que no pararon en toda la noche. Al
amanecer su padre consultó con el cirujano, su tío “postizo” el Dr. Fernando
Rubén Coronil, su hermano de afecto y amigo íntimo, y, sin pensarlo mucho lo
hospitalizaron en la Policlínica Caracas y le hicieron la apendicetomía el día
siguiente temprano en la mañana. Esto retrasó su asistencia al campamento una
semana y algunos días más.
Retirados los
puntos de la herida de la intervención, con el permiso del médico tratante y de
sus padres, llevado por el chofer de su abuela, se presentó en el campamento
con un equipaje no tan prolijo como el de Uricao, salvo que llevaba su catre,
aseo personal, toalla, ropa de cama, pijama y almohada como le habían
instruido. Ya el Hermano Tobía había sido advertido que llegaba y con la
advertencia de su mamá de que no le dejara cometer “ninguna locura” porque
estaba “recién operado”.
Se encontró en
el Campamento, con unas cuatro carpas grandes prestadas por nuestro Ejército,
con capacidad cada una de ocho o diez personas, armadas en círculo y con
espacio entre ellas como una suerte de plazoleta con un diámetro de unos 25
metros. Relativamente cerca de la casa de la hacienda. De sus compañeros de
carpa, a quien recuerda es a un personaje muy querido de todos nosotros, quien
aún no estaba en el Colegio, pero ya estaba inscrito para entrar en él en el
próximo curso. Se trata del recordado Rafael Ernesto Matos Sorondo, (qepd)
mejor conocido en aquella época como “el gordo Matos”, a quien acababa de
conocer. Al final nos contará una anécdota con Rafael Matos en otras
circunstancias.
Inmediatamente
hubo sintonía entre ellos, porque Rafael Ernesto fue de los primeros bebés
tratados en Venezuela con el problema de la incompatibilidad por el RH y dentro
del equipo de médicos tratantes estaba su papá, y, además, su mamá y sus tías
Sorondo habían sido amigas de su papá en la época de adolescentes por asuntos
de vecindad. Él exhibía con gran orgullo una cicatriz casi como un machetazo a
la altura del hígado, que le rodeaba medio torso, producto del referido
tratamiento que tuvo en su primera infancia y nos daba con toda seriedad una
prolija explicación del tratamiento al cual fue sometido.
En otra carpa
estaba Manuel López Contreras, de enorme protagonismo en el campamento como luego
nos relatará. En otra carpa estaba Luis Alberto Terife Pérez, quien a los pocos
días de haber llegado él les dió un susto con unas fiebres y un desarreglo
estomacal severo el cual afortunadamente superó. Luis Alberto había empezado
con el grupo de primer grado de San Ignacio de Caracas 1950-51 junto con sus
primos Santiago y Félix Terife Riera (qepd). En la carpa de Luis Alberto
acampaba un carricito super tremendo que era Javier Paredes, hermano de Tomás
(qepd), Iñigo y Gloria, a quien en su casa llamaban “Guayabita” y que el Hno.
Tobía rebautizó como “Guayabito”. Y en la otra el Hno. Tobía, y cree que el
Hno. Petit, y algunos más a quienes no recuerda.
Nos comenta que
la vida de campamento no fue tan rígida como la de Uricao, no obstante, había
un horario de levantarse, el desayuno, baño, comidas y pasarlo bien. Había
juegos de mesa. Como gran novedad, fumaban…Mostró curiosidad por escalar el
cerro cercano al Campamento, empero, ya el grupo lo había hecho y además, él
con el bendito post operatorio no se lo hubieran permitido. Quienes subieron
cuentan de una vista preciosa, que llegaba hasta el Lago de Valencia, al oeste
y el embalse de Zuata, cerquita y además los llanos y al fondo algo lejos San
Juan de Los Morros. Se quedó con las ganas.
Disponían de la
camioneta Ford que era del Hno. Pedro, cuyo chofer era Manuel López Contreras y
otro vehículo más, que no recuerda quien lo conducía, le parece que pudiera ser
el Hno. Petit. Un día el Hermano Tobía les dijo que tuvieran
a mano traje de baño puesto debajo de la ropa y toalla porque salían tempranito
para Cata. Para sus adentros era uno de sus anhelos conocer la famosa Bahía,
que tanto le habían ponderado los morochos León Ponte, quienes invariablemente
pasaban sus vacaciones allí porque el dueño de la Hacienda, el Sr. Carnevali
era tío político de ellos.
Los Barnola,
quienes pasaban sus vacaciones en Ocumare de la Costa, no habían ido nunca a
Cata, porque a su papá le daba terror meter su carro por la antigua carretera
que iba por el cerro, bien distinta, por cierto, de la actual que va por la
costa entre el Playón de Ocumare y la Bahía. Sin embargo, esa carretera de
tierra tiene unas vistas magníficas. Preferían Turiamo, de playa mansa y
todavía no era Base Naval, que las olotas de Ocumare.
El día fijado
enfilaron temprano para Cata, todavía por la carretera gomera de La
Victoria-San Mateo-Turmero-Maracay-El Limón- Rancho Grande, el pueblo de
Ocumare y antes de llegar al Playón, el desvío a mano derecha directo a Cata.
La Autopista Regional del Centro estaba en construcción. La carretera de
Maracay-Ocumare, fue construida por un equipo al mando del abuelo de Elizabeth,
papá de su suegro, Don Antonio Díaz González, por encargo del Gral. Gómez,
tanto como acceso a la casa que le construyó en la Playa de Ocumare (hoy
propiedad de los PP. Jesuitas), como vía de escape al mar en caso de una
revolución que lo derrocara y eso explica las instalaciones portuarias que
existieron o existen allí, también fabricadas por el abuelo de su señora, luego
puesto de la GN. También su abuelo político y su equipo, construyó la
de Maracay-Choroní, que era la otra vía de escape o de movimiento de
estrategia. Esto se lo refirió años más tarde Don Antonio, su suegro.
Él quedó
encantado con el paisaje de la Bahía, con sus, tres playas, sus cerros, su
cocotal, se olvidó de su operación de apendicitis, y disfrutó enormemente del
baño y del oleaje en un agua super cristalina, luego de pasar las rompientes. Les
dijo el Hno. Tobía, que el P. José María Velaz, que era un buen nadador, había
ido y regresado “na dan do”, hasta Catica, la playa de enfrente donde había un
ranchito de palma, y que también había ido en la misma forma, en otra
oportunidad a la otra playa de la Bahía que estaba a la derecha y cuyo nombre
no recuerda (según JP ese tipo de ejercicio, sólo se le ocurre a un habitante
del país vasco). Para JP fue lo mejor del Campamento esa excursión a la bahía
de Cata.
El regreso fue
tarde y por ello, tuvieron que entrar en el Colegio y Residencia que en las
proximidades de El Limón, tenía o tienen los Padres Benedictinos, en la antigua
casona que había sido del Marqués de Casa-León. Allí los estaba esperando un
hermano del Hno. Tobía que era sacerdote y les dieron cena, alojamiento y
desayuno. Como Manuel López Contreras, no tenía ni edad ni licencia para
conducir, pero era un excelente conductor, cada vez que se reducía la velocidad
en una alcabala, Manuel se ponía serio y se escondía en línea con el varal de la
puerta del conductor, derechito, para que no lo vieran mucho y,
afortunadamente, no tuvieron ningún incidente con las autoridades por eso.
Nos cuenta JP,
que en el Campamento, tenían, lógicamente, agua corriente para aseo, y las
comidas era el mismo sistema de Uricao: se contrató a una persona del lugar
para que les cocinara. A poca distancia del campamento, unas cuatro o cinco
cuadras a orillas de una carretera de tierra, dentro de la Hacienda, había una
cascada, muy resbalosa y de un agua muy muy fría que venía del Cerro, cuyo baño
diario disfrutó muchísimo.
Los domingos
había misa en el oratorio de la casa de la hacienda y venía a decirla un
sacerdote pelirrojo, lo sabía dominico, porque lo había visto muchas veces en
la Iglesia de Campo Alegre, y a quien siguió viendo al correr de los años,
porque él iba a misa los domingos allí pues era la misma donde iba su entonces
novia, hoy su esposa Elizabeth.
Llegó la hora
del regreso y a él le esperaba otra aventura inolvidable, debido a los
privilegios de recién operado y que para que cogiera sol porque estaba muy
pálido, la cual aventura, no pertenece a este grupo y resultó que un tío
político suyo y su familia, cargadoras gallegas incluidas y su abuela habían
alquilado una casita en la Ciudad Vacacional de Los Caracas, de las más
cercanas al cerro retirada de todo bullicio, y de un riachuelo o quebrada donde
con un colador se cansó de pescar lo que creía que eran unos “como cangrejos”
riquísimos que freía su abuela, y que ahora se enteró que se llaman camacutos,
propios de todas esas torrenteras del litoral central oriental y muy apreciados
en la culinaria caraqueña.
Como nos anunció
al inicio, JP cierra con una anécdota con Rafael Ernesto Matos. En una
excursión a El Edén, al gordo Matos, que ya no era tan gordo, se le ocurrió
bañarse como Dios lo trajo al mundo, porque no tenía traje de baño, en la
quebrada próxima al campamento a distancia de unos setenta metros por un
senderito. Alguien, que no se supo nunca quien fue, le escondió la ropa. Rafael
Ernesto, con su cara muy seria se presentó en el campamento así: en la mano
izquierda agarrando un tallo y hoja grande que le hacía de paraguas y con la
otra sosteniendo una hoja grande cubriéndole salva sea la parte… como el propio
Adán, hasta que luego de un rato apareció la ropa… comenta que hubiera querido
tener una cámara fotográfica o de video… genio y figura del apreciado amigo
Matos. Finalmente, como siempre, ruega la indulgencia de los lectores y el
aporte de las vivencias de los asistentes a este campamento y a quienes no
menciono, no con o por intención, sino por falta de memoria.
Cerramos esta
crónica de los dos aportes de José Pedro y quedamos a la espera de los
comentarios que nos puedan llegar para incluirlos en la continuación de las
excursiones de la Banda de Guerra.
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