Excursiones de la Banda de Guerra a Uricao y La Morita Crónicas San Ignacio 1961 (VI)


Excursiones de la Banda de Guerra a Uricao y La Morita
Crónicas San Ignacio 1961 (VI)
Jose Pedro Barnola Quintero
Gustavo Gonzalez Urdaneta (Editor)
Miami, 14 mayo 2020

Conversando con el gran amigo y compañero ignaciano Pablito Hernandez, me contaba que leyendo las crónicas previas del grupo sobre excursiones en que participamos, se recordó de dos excursiones que había hecho con la Banda del colegio a Uricao y a Colombia. Posteriormente se lo comenté a Jose Pedro, quien ha sido el contribuyente mayor en esta saga de excursiones, quien me anunció que iba a retomar el tema pero que antes de seguir con las que había ofrecido de Ño Trigrito y la cascada de Sebucán, primero desplegaría sus velas hacia las playas de Uricao y la hacienda La Morita, advirtiendo que él no había ido a la de Colombia que citara Pablito. Hacia allá vamos.

Cuando a nuestras playas llegaron los primeros españoles, los naturales de Tarmas utilizaban las playas de Uricao. La palabra originaria es Uricaro que es un vocablo de la Gran Confederación de Los Taramaquas de la Civilización Kari´ña Tupic Guaraní (Katugua) y quienes poblaron todas las comarcas concernientes a la región centro norte costera del litoral central venezolano. Específicamente, al oeste del actual Edo. Vargas.

Desde la época colonial había un Camino Real que venía desde el pueblo de San Joseph de Carayaca y pasando por el pueblo de Tarmas iba rumbo a la antigua Hacienda "Tarma Abajo"; y desde allí se desprendía un atajo que conducía a los indígenas, comerciantes y arrieros al puerto de Uricaro. Cabe destacar, que allí los esclavizados vivían de la pesca y de la explotación de la copra o coco, y en muchos casos tenían sus conucos y estaban vinculados con otras familias que se establecieron en las haciendas "La Florida", "Chichiriviche", "El Guire", "Cagua o Puerto Cruz", "Guariquimare o Guaricuay", "Guare", "Guasca" y "Curiana" entre otras.

Uricao siempre fue un asiento para meter contrabando desde las islas holandesas de Aruba, Curazao y Bonaire, y el escondite era en la Hacienda "La Florida". Así lo referían los viejos ancianos tarmeños, cuando contaban que para la década de los años 30 del siglo pasado, un mayordomo de apellido Bentancourt fue el encargado de recibir esos contrabandos y luego sacarlos para Caracas.

Más luego las tierras de Uricao y de la Hacienda "La Florida" fueron compradas por las familias Boccardo, Zuloaga, y finalmente por Rómulo Guardia quien desarrollo el club Oricao cuyas instalaciones tuve la oportunidad de visitar en los ’90. El Club Oricao estuvo en manos del Banco Unión y creo que ahora está bajo el control de BANESCO. Y todos los gobernantes de turno en el Edo. Vargas son socios de este. Aquellos interesados en conocer el desarrollo de Uricao les dejo este enlace: https://www.monografias.com/trabajos99/uricao-o-uricaro/uricao-o-uricaro.shtml

Nos cuenta Jose Pedro que en diciembre 1955, Uricao (hoy Urbanización Oricao, Estado Vargas) era una hacienda de cacao, con caney y playa incluida, propiedad de la familia Boccardo. Separados ambos de la casa de la hacienda, que quedaba retirada de la playa y en alto. El Hermano Ignacio Tobía H. a la sazón Director de la Banda de Guerra del Colegio, organizó una excursión campamento para los miembros de la Banda, lo que implicó una semana completa acampando a la orilla de la playa.

Para control de los excursionistas fueron divididos en patrullas, con un jefe, según la edad, otras afinidades como el tamaño y los cursos. En el caso de José Pedro la patrulla estaba integrada por su hermano José Rosendo (qepd), Anfiloquio Level, Alfonso Zavarce, y alguien más quién no recuerda y él fue designado jefe. De Anfiloquio, quien era muy amigo suyo para la época, sabia hasta hace unos 30 años o más, mediante su hermana Argelia, casada con Carlos Ignacio Mendoza Götz, hijo del Dr. Carlos Mendoza Goiticoa en cuyo Escritorio entonces trabajaba. De Alfonso tenía noticias por su hermano Reinaldo, en las reuniones de los llamados “Aquelarres”, reunión de antiguos alumnos que organizaban hace unos años Rafael Cubillán Betancourt y Manuel López Contreras. Alfonso había empezado con él en primer. grado en Jesuitas, con la señorita María Esther Campos de maestra.

El equipo que llevaba cada uno era el siguiente: uniforme de campaña de la Banda, camisa manga larga y pantalón caqui, incluidas botas, cristina y corbata, traje de baño y toalla. Jabón, cepillo de dientes y pasta dental, peine.  Lona para dormir en el suelo, pijama y manta para arroparse. Plato y pocillo de aluminio, cubiertos, cantimplora y papel toilette, todo dentro de un morral. Cuatro mudas de ropa casual incluida ropa interior. Fueron equipados a carpa por patrulla. No se llevaron instrumentos afortunadamente.

Se fijó la fecha de la partida al día siguiente de que terminaron las clases en diciembre con regreso el 23 del mismo mes. Se les exigió una contribución en metálico cuyo monto no recuerda. El día y hora fijados para la partida, se reunieron en el Colegio temprano y en dos autobuses del mismo Colegio, se hizo el traslado. Para disgusto de todos, tuvieron que tomar la carretera vieja porque estaba el famoso derrumbe que ocurrió más o menos donde hoy está la estación del peaje de subida de la autopista. Llegados a Maiquetía siguieron rumbo a Catia La Mar, Carayaca y Tarma. De Tarma hasta su destino, caminaron una hora en formación por patrullas, por una carreterita de tierra, pero en bajada.

Llegados al destino, se procedió a fijar los lugares de cada una de las carpas en el bosquecito de uvas de playa próximo a la playa, las cuales se armaron. Separadas del campamento, se cavaron las letrinas.

El Hno. Tobía estableció los horarios para cada cosa: levantarse, misa (no recuerda quien era el capellán, cree que el P. Rodríguez Regalado), desayuno, hora de baño en la playa, almuerzo, siesta, baño en la tarde, merienda, cena y fogata antes de irse a dormir. Los mayores de la Banda, recuerda al que fuera buen amigo, el Capitán de Navío Luis Enrique García Alzuru (qepd), nuestros queridos amigos Rafael Cubillán, Antonio Suels (qepd) y algunos otros, fueron designados para montar guardias por turnos en el campamento desde las 10 de la noche hasta la hora de levantarse al día siguiente y los armaron de unos sables.

El Hno. Tobía ajustó con una señora de allá mismo de la hacienda, para cocinar en el caney, donde se guardaban los víveres, y que tenía equipada cocina de kerosene y de leña, donde se preparaba la comida. Lo de refrigeración se guardaba en la casa de la hacienda donde había nevera.

Para muchos del grupo acampar era una experiencia nueva y les costó enormemente a algunos la adaptación. Por ejemplo, no era suficiente el jabón que traían de casa para quitarle la grasa a los platos después de comer porque cada uno debía lavar su plato y su pocillo y tenerlo listo para la siguiente comida. La solución fue la siguiente: se llenaba el plato de arena de mar húmeda, se dejaba secando al sol, y con la misma agua de mar se enjuagaba, y era más efectivo que el jabón Camay, el cual, de paso, había que administrarlo porque comenzó a escasear a los tres días de llegados.

A José Pedro lo que más le costó adaptarse fueron dos cosas: Una, la dormida en el suelo en una lona y sin almohada. Sin embargo, el sueño pudo más. Tiempo después leyendo un manual de acampar de los scouts, la sugerencia es que abras un hueco donde va tu hombro y donde va tu cadera y encima la lona o el saco de dormir. Esto le fue muy útil luego en otra excursión unos tres años después, porque acamparon a la intemperie en la playa de El Guaraco, próxima a Higuerote, lo que será objeto de un relato posterior. Esa no debió ser de la Banda pues creo recordar haber ido. Y la otra, no lo van a creer, cagar agachados en la letrina de hoyo preparada al efecto. No se acostumbró. Alguno incluso vio que mientras estaba en eso, próximo se acercaba un caracol ladrón, al parecer con apetito…

En su caso, la solución fue la siguiente: muy discretamente mientras se bañaba en la playa, se retiraba un poco de donde estaba la gente, con suma discreción, se bajaba el traje de baño y procedía, con el cuidado de adelantarse un poquito porque las deposiciones flotan, no fuera a llenarse de ellas en la espalda… y de paso, te lavabas y quedabas con tu culito limpio. El sistema fue inmediatamente copiado…

Comentándole a su papá esto, él le decía que si hubiera insistido con lo del agachado, se hubiera acostumbrado, porque agregaba que él como médico, “anatómicamente” el intestino está diseñado para hacerlo agachado, lo que ocurre es que hay una mutación en el ser humano que comienza de pequeño con el “vaso de noche” y que sigue hasta “el trono”.

Recuerda a Gustavo Pérez Olivares (qepd), como excelente tocador de cuatro y cantante. En esa época quien no tocaba cuatro y no se sabía la letra de alguna melodía venezolana, especialmente las de los Torrealberos, se le calificaba como un inmensurable pela bola.

A los dos o tres días de estar en Uricao, les llegó la trágica noticia de la muerte de Pancho Pepe Cróquer en accidente de carrera de autos en Colombia. Fue motivo de tristeza. Para nuestra generación era lo que JP llama hoy el narrador-película, y eso para todo evento deportivo, pero especialmente en boxeo y en beisbol.  Cuenta que se ha hecho el ensayo de poner una película de boxeo y simultáneamente el audio con la narración de Pancho Pepe, y la precisión es total.

Alguien sugirió hacer una excursión al poblado de Chichiriviche de la Costa distante unos 10 kms. del campamento. Se trataba de caminar por una carretera de tierra por la que cabía un jeep, de una sola vía, que comenzaba con una cuesta de unos 100 mts en zigzag y seguía luego por la orilla del mar pero en alto, porque se trataba de acantilados, con vistas preciosas para abajo y como era temprano se adivinaba enfrente, en la bruma a la ida, la punta del otro Chichiriviche y Boca de Aroa, lo que llamó Colón el Golfo Triste. Llegaron al poblado, la playa de aguas cristalinas y arena blanca casi sin olas y gran baño largo después de esa caminata con sol, pues llevaban el traje de baño como calzoncillo, debajo del pantalón del uniforme. Al finalizar el baño, con el traje de baño un poco seco se volvieron a vestir de uniforme.

Le llamó la atención un caney a la orilla de la playa, de donde salía un aroma “hipnotizante” a pescado frito. Luego del baño, se acercaron y vieron un letrero dentro del caney que no se le ha olvidado en una pizarra negra en letras blancas: “San Miguer Alcanger, ruega pol nojotro”.  Por un bolívar, vendían una rueda de carite frito con un pedazo gordo de yuca blanquita salcochada y un vaso de agua de coco. Él no lo peló, porque el baño le abrió el apetito. Hoy día no hubiera perdonado a un ajicero que estaba sobre el mostrador, pero de muchacho, como que el picante pica mucho más…

Al regreso al rato de caminar, sintió un dolor fortísimo en el pie derecho arriba del talón y empezó a quedarse atrás por la cojera lo que preocupó a su compañero de andanzas que era Alfonso Zavarce, y, al quitarse la bota y la media, tenía una llaga del tamaño de una moneda de dos bolívares. Con su corbata, porque andaban de uniforme, improvisaron un vendaje que le alivió algo. Ya en el campamento le desinfectaron y le dijo quién lo curó, que cree fue el mismo Hno. Tobía, que no se bañara en el mar, pero ni caso le hizo, muchacho al fin, porque creía que la misma agua de mar al menos le alivió y le empezó a cicatrizar.

Al regreso para Caracas, a patica hasta Tarma en subida con todo el perolero a cuestas, donde los autobuses los estaban esperando. Ya habían arreglado el derrumbe de la autopista en tiempo récord, tres turnos de ocho horas diarias…, cuenta que así se atacaban las emergencias esas en aquellos tiempos, como ocurrió en agosto, uno dos años más tarde, cuando el derrumbe de Puente Sucre entonces en construcción. Tic tac… inauguración el 2 de diciembre siguiente…Concluye diciendo que les ha quedado el buen recuerdo de aquella aventura. Anunció crónica del campamento de la Banda en la Hacienda La Morita (La Victoria Edo. Aragua), en el mes de agosto de 1956.

JP pide a los lectores dos cosas: indulgencia con respecto a la fidelidad del relato, porque son remembranzas de mucho tiempo atrás, y, agradecería el aporte de asistentes de otros acontecimientos que no recuerda, ocurridos durante la estadía en Uricao. Hubo otra excursión a Uricao en 1958, carnavales cree, que también comentará pero está rebobinando…

Continúa Jose Pedro….Terminadas las clases en junio con el Hno. Tobía, 5° grado B, éste organizó en agosto 1956 un nuevo campamento de la Banda y se escogió como sitio del mismo, la parte norte plana, casi al borde del cerro que se ve desde la Autopista Regional del Centro, inconfundible, de los terrenos de la Hacienda La Morita, La Victoria propiedad de la sucesión del Dr. Enrique Urdaneta Maya, (uno de los bisabuelos de los hermanos Reyna Parés) cedidos gentilmente por intermedio de su representante el Dr. José Vicente Urdaneta, papá de José Vicente y de Nelson Urdaneta Lafée, (también bisnietos del Dr. Urdaneta Maya),  a la sazón alumnos del Colegio.

La Morita, estaba situada en los aledaños de la ciudad de La Victoria, Edo. Aragua, justo antes de llegar a la población, antes de su entrada, viniendo de Caracas, parte de cuyas tierras fueron luego expropiadas por el Ejecutivo de la época, para dar lugar a la construcción del Distribuidor La Victoria de la Autopista Regional del Centro. Hoy en día está la Urbanización La Morita.

Quien esto nos cuenta, José Pedro Barnola Quintero, no pudo llegar a la primera semana de haberse instalado el campamento, porque como se dice por ahí, el hombre propone pero Dios dispone. En efecto, ese primer o segundo fin de semana de julio, no recuerda bien, su papá fue invitado con toda la familia, a una “ternera” que ofrecía el Dr. Rafael Caldera en su residencia campestre en “Corralito”, en las proximidades de la Panamericana cercana al conocido Cerro de la Bandera, por  la promoción de abogados de la UCV de 1956, cuyos integrantes, valientemente, y, en forma unánime, le pusieron su nombre.

La relación de amistad entre su padre y el Dr. Caldera, siempre fue aparte de todo asunto político y data de la fundación del Colegio en 1923. Sólo que durante su primera Presidencia fue su médico y de la familia, como lo había sido antes, y, durante la segunda, le tocó a su hermano José Rosendo (qepd).

Sea que comió demasiada carne, otras delicias propias de la parrilla, los pasapalos y los postres, que al regreso en la noche comenzó a sentir dolores fuertes del vientre preferiblemente del lado derecho que no pararon en toda la noche. Al amanecer su padre consultó con el cirujano, su tío “postizo” el Dr. Fernando Rubén Coronil, su hermano de afecto y amigo íntimo, y, sin pensarlo mucho lo hospitalizaron en la Policlínica Caracas y le hicieron la apendicetomía el día siguiente temprano en la mañana. Esto retrasó su asistencia al campamento una semana y algunos días más.
Retirados los puntos de la herida de la intervención, con el permiso del médico tratante y de sus padres, llevado por el chofer de su abuela, se presentó en el campamento con un equipaje no tan prolijo como el de Uricao, salvo que llevaba su catre, aseo personal, toalla, ropa de cama, pijama y almohada como le habían instruido. Ya el Hermano Tobía había sido advertido que llegaba y con la advertencia de su mamá de que no le dejara cometer “ninguna locura” porque estaba “recién operado”.

Se encontró en el Campamento, con unas cuatro carpas grandes prestadas por nuestro Ejército, con capacidad cada una de ocho o diez personas, armadas en círculo y con espacio entre ellas como una suerte de plazoleta con un diámetro de unos 25 metros. Relativamente cerca de la casa de la hacienda. De sus compañeros de carpa, a quien recuerda es a un personaje muy querido de todos nosotros, quien aún no estaba en el Colegio, pero ya estaba inscrito para entrar en él en el próximo curso. Se trata del recordado Rafael Ernesto Matos Sorondo, (qepd) mejor conocido en aquella época como “el gordo Matos”, a quien acababa de conocer. Al final nos contará una anécdota con Rafael Matos en otras circunstancias.

Inmediatamente hubo sintonía entre ellos, porque Rafael Ernesto fue de los primeros bebés tratados en Venezuela con el problema de la incompatibilidad por el RH y dentro del equipo de médicos tratantes estaba su papá, y, además, su mamá y sus tías Sorondo habían sido amigas de su papá en la época de adolescentes por asuntos de vecindad. Él exhibía con gran orgullo una cicatriz casi como un machetazo a la altura del hígado, que le rodeaba medio torso, producto del referido tratamiento que tuvo en su primera infancia y nos daba con toda seriedad una prolija explicación del tratamiento al cual fue sometido.

En otra carpa estaba Manuel López Contreras, de enorme protagonismo en el campamento como luego nos relatará. En otra carpa estaba Luis Alberto Terife Pérez, quien a los pocos días de haber llegado él les dió un susto con unas fiebres y un desarreglo estomacal severo el cual afortunadamente superó. Luis Alberto había empezado con el grupo de primer grado de San Ignacio de Caracas 1950-51 junto con sus primos Santiago y Félix Terife Riera (qepd). En la carpa de Luis Alberto acampaba un carricito super tremendo que era Javier Paredes, hermano de Tomás (qepd), Iñigo y Gloria, a quien en su casa llamaban “Guayabita” y que el Hno. Tobía rebautizó como “Guayabito”. Y en la otra el Hno. Tobía, y cree que el Hno. Petit, y algunos más a quienes no recuerda.

Nos comenta que la vida de campamento no fue tan rígida como la de Uricao, no obstante, había un horario de levantarse, el desayuno, baño, comidas y pasarlo bien. Había juegos de mesa. Como gran novedad, fumaban…Mostró curiosidad por escalar el cerro cercano al Campamento, empero, ya el grupo lo había hecho y además, él con el bendito post operatorio no se lo hubieran permitido. Quienes subieron cuentan de una vista preciosa, que llegaba hasta el Lago de Valencia, al oeste y el embalse de Zuata, cerquita y además los llanos y al fondo algo lejos San Juan de Los Morros. Se quedó con las ganas.

Disponían de la camioneta Ford que era del Hno. Pedro, cuyo chofer era Manuel López Contreras y otro vehículo más, que no recuerda quien lo conducía, le parece que pudiera ser el Hno. Petit.   Un día el Hermano Tobía les dijo que tuvieran a mano traje de baño puesto debajo de la ropa y toalla porque salían tempranito para Cata. Para sus adentros era uno de sus anhelos conocer la famosa Bahía, que tanto le habían ponderado los morochos León Ponte, quienes invariablemente pasaban sus vacaciones allí porque el dueño de la Hacienda, el Sr. Carnevali era tío político de ellos.

Los Barnola, quienes pasaban sus vacaciones en Ocumare de la Costa, no habían ido nunca a Cata, porque a su papá le daba terror meter su carro por la antigua carretera que iba por el cerro, bien distinta, por cierto, de la actual que va por la costa entre el Playón de Ocumare y la Bahía. Sin embargo, esa carretera de tierra tiene unas vistas magníficas. Preferían Turiamo, de playa mansa y todavía no era Base Naval, que las olotas de Ocumare.

El día fijado enfilaron temprano para Cata, todavía por la carretera gomera de La Victoria-San Mateo-Turmero-Maracay-El Limón- Rancho Grande, el pueblo de Ocumare y antes de llegar al Playón, el desvío a mano derecha directo a Cata. La Autopista Regional del Centro estaba en construcción. La carretera de Maracay-Ocumare, fue construida por un equipo al mando del abuelo de Elizabeth, papá de su suegro, Don Antonio Díaz González, por encargo del Gral. Gómez, tanto como acceso a la casa que le construyó en la Playa de Ocumare (hoy propiedad de los PP. Jesuitas), como vía de escape al mar en caso de una revolución que lo derrocara y eso explica las instalaciones portuarias que existieron o existen allí, también fabricadas por el abuelo de su señora, luego puesto de la GN. También su abuelo político y su equipo, construyó la de Maracay-Choroní, que era la otra vía de escape o de movimiento de estrategia. Esto se lo refirió años más tarde Don Antonio, su suegro.

Él quedó encantado con el paisaje de la Bahía, con sus, tres playas, sus cerros, su cocotal, se olvidó de su operación de apendicitis, y disfrutó enormemente del baño y del oleaje en un agua super cristalina, luego de pasar las rompientes. Les dijo el Hno. Tobía, que el P. José María Velaz, que era un buen nadador, había ido y regresado “na dan do”, hasta Catica, la playa de enfrente donde había un ranchito de palma, y que también había ido en la misma forma, en otra oportunidad a la otra playa de la Bahía que estaba a la derecha y cuyo nombre no recuerda (según JP ese tipo de ejercicio, sólo se le ocurre a un habitante del país vasco). Para JP fue lo mejor del Campamento esa excursión a la bahía de Cata.

El regreso fue tarde y por ello, tuvieron que entrar en el Colegio y Residencia que en las proximidades de El Limón, tenía o tienen los Padres Benedictinos, en la antigua casona que había sido del Marqués de Casa-León. Allí los estaba esperando un hermano del Hno. Tobía que era sacerdote y les dieron cena, alojamiento y desayuno. Como Manuel López Contreras, no tenía ni edad ni licencia para conducir, pero era un excelente conductor, cada vez que se reducía la velocidad en una alcabala, Manuel se ponía serio y se escondía en línea con el varal de la puerta del conductor, derechito, para que no lo vieran mucho y, afortunadamente, no tuvieron ningún incidente con las autoridades por eso.

Nos cuenta JP, que en el Campamento, tenían, lógicamente, agua corriente para aseo, y las comidas era el mismo sistema de Uricao: se contrató a una persona del lugar para que les cocinara. A poca distancia del campamento, unas cuatro o cinco cuadras a orillas de una carretera de tierra, dentro de la Hacienda, había una cascada, muy resbalosa y de un agua muy muy fría que venía del Cerro, cuyo baño diario disfrutó muchísimo.

Los domingos había misa en el oratorio de la casa de la hacienda y venía a decirla un sacerdote pelirrojo, lo sabía dominico, porque lo había visto muchas veces en la Iglesia de Campo Alegre, y a quien siguió viendo al correr de los años, porque él iba a misa los domingos allí pues era la misma donde iba su entonces novia, hoy su esposa Elizabeth.

Llegó la hora del regreso y a él le esperaba otra aventura inolvidable, debido a los privilegios de recién operado y que para que cogiera sol porque estaba muy pálido, la cual aventura, no pertenece a este grupo y resultó que un tío político suyo y su familia, cargadoras gallegas incluidas y su abuela habían alquilado una casita en la Ciudad Vacacional de Los Caracas, de las más cercanas al cerro retirada de todo bullicio, y de un riachuelo o quebrada donde con un colador se cansó de pescar lo que creía que eran unos “como cangrejos” riquísimos que freía su abuela, y que ahora se enteró que se llaman camacutos, propios de todas esas torrenteras del litoral central oriental y muy apreciados en la culinaria caraqueña.

Como nos anunció al inicio, JP cierra con una anécdota con Rafael Ernesto Matos. En una excursión a El Edén, al gordo Matos, que ya no era tan gordo, se le ocurrió bañarse como Dios lo trajo al mundo, porque no tenía traje de baño, en la quebrada próxima al campamento a distancia de unos setenta metros por un senderito. Alguien, que no se supo nunca quien fue, le escondió la ropa. Rafael Ernesto, con su cara muy seria se presentó en el campamento así: en la mano izquierda agarrando un tallo y hoja grande que le hacía de paraguas y con la otra sosteniendo una hoja grande cubriéndole salva sea la parte… como el propio Adán, hasta que luego de un rato apareció la ropa… comenta que hubiera querido tener una cámara fotográfica o de video… genio y figura del apreciado amigo Matos. Finalmente, como siempre, ruega la indulgencia de los lectores y el aporte de las vivencias de los asistentes a este campamento y a quienes no menciono, no con o por intención, sino por falta de memoria.

Cerramos esta crónica de los dos aportes de José Pedro y quedamos a la espera de los comentarios que nos puedan llegar para incluirlos en la continuación de las excursiones de la Banda de Guerra.  



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