Popurrí de anécdotas Ignacianas Cronicas San Ignacio 1961 (VII)
Popurrí de anécdotas Ignacianas
Cronicas San Ignacio 1961 (VII)
Gustavo Gonzalez
Urdaneta (Editor)
Miami, 15 mayo
2020
Lo que escribo aquí no es un reflejo exacto de las anécdotas
recibidas, es, si acaso, una edición algo minuciosa de alguna de ellas y un
poco vaga o difusa en otras por razones diferentes. En algunos casos se esconde
la identidad real de sus protagonistas pues algunos han fallecido y debemos
honrar y conservar su anonimato. Otras, son difusas, porque hay algo de la infancia,
en esas emociones de las primeras experiencias, que se destiñe con el tiempo.
En relacion al título dado a la crónica, suele
admitirse que el nombre “Popurrí” procede de “olla poderida: «poderida»” en el
sentido de olla de los poderosos, sólo los pudientes podían acercarse a este
plato, cuando el pueblo debía conformarse con hierbas del campo y verduras; o
bien refiriéndose a los ingredientes «poderosos», que daban mucho poder o
fuerza. La e habría desaparecido por procesos de evolución de la lengua,
quedando la palabra como podrida, confundiéndose con el tiempo con la acepción
de pudrir. Hay autores que denominan a este cocido la comunión de las carnes,
las hortalizas y legumbres. El escritor del Siglo de Oro Calderón de la Barca
describe la olla podrida como la «princesa de los cocidos», siendo el más
emblemático de la época.
En el siglo XIX la palabra adquirió -incluso en
Francia- la acepción de 'composición musical formada de fragmentos o temas de
obras diversas’. Y fue precisamente con esa acepción musical como Francia
devolvió a España la olla podrida ya afrancesada, con la palabra popurrí. Se
dice «la orquesta interpretó un popurrí de...» porque suena mejor que decir que
«interpretó una olla podrida de...». Tal es el uso más frecuente de popurrí,
que sin embargo puede emplearse para aludir a cualquier mezcla de cosas
diversas, significado que de hecho es su primera acepción en el Diccionario de
la Real Academia Española.
Es esta última acepción la usada en nuestro artículo….
una mezcolanza de cosas diversas, un cajón de sastre con varios retazos de
anecdotas vividas por algunos en los años compartidos en el colegio en Chacao. Ahí
van estas letras que son las que recibí, aunque editadas, pero transmiten la
realidad contada.
Para iniciar cronológicamente esta crónica, edito
primero una anécdota de José Pedro Barnola sobre un paseo a Los Teques entre
mayo y diciembre de 1955. Empieza JP diciéndonos que, aun cuando por falta de
memoria no puede precisar exactamente la fecha de este paseo, conserva un
gratísimo recuerdo de este, el cual tuvo como destino un fin de semana largo en
la residencia campestre de los señores Riera, abuelos maternos de nuestros
compañeros Santiago y Félix (qepd) Terife Riera, situada en las proximidades de
la ciudad de Los Teques. Seguramente Santiago, a quien espera llegue esta
crónica, abundará en mayores detalles.
En tres camionetas, dos de ellas manejadas por
choferes de los autobuses del Colegio y una tercera manejada por el Hno. Samuel
Petit (qepd), un nutrido grupo de 5º grado B, no se atreve de nombrar a nadie
para no dejar a nadie fuera, en compañía de nuestro maestro, el Hno. Ignacio
Tobía Hueto, en un fin de semana largo, de cuya fecha precisa no puede
acordarse, pero sí que ocurrió después de la primera ida a San Diego, porque
ésta si la precisa como el 19 de marzo de 1955, que era entonces día de
precepto y viernes, fin de semana largo.
Así, se instaló ese nutrido grupo de muchachos en una
casa que tenía un tanque friísimo, lo que los inhibió de bañarse en él y un
conjunto de árboles de frutos cítricos muy dulces como las limas, las naranjas
y las mandarinas. Las limas especialmente tenían un dulzor que no ha encontrado
luego en otras que luego ha probado.
El Hno. Petit, llevo un “picó” (reproductor de discos
portátil, no había ningún reproductor de la comodidad de los de ahora) y una
serie de discos muy interesantes. Recuerda que ponía a cada rato el primer
disco de Los Torrealberos, que estaba de absoluta moda, aquel que contenía a
“Desilusión”, “Rosa Angelina”, “Concierto en la llanura…” etc. Que la preferida
era la dichosa “Desilusión”, canción que casi nos la aprendimos:
“…Oye cariño
cuando me das un consuelo,
Ay un consuelo
que ya es mucho padecer,
Por ese amor que
me robaste un día,
Ese día que yo
nunca olvidaré…
También estaba
el famoso “Lerele” de Lola Flores, que desde entonces no ha dejado de escuchar:
Vengo del templo
de Salomón.
Traigo las leyes
del Faraón, me manda Undivé,
con palabras que
conservo en la memoria
sobre la
historia de la raza calé….
Félix Terife Riera, (qepd) tenía pegado el vals
“Sombra en los Médanos” que tarareaba de una manera muy singular y cómica…Dos
recuerdos más de aquel paseo. El uno, que él tenía un cuchillo de monte de
scout que para el momento era como más grande que él mismo, se lo puso con la
correa con su vaina, y mientras iban a pie a misa en Los Teques, a la puerta de
la iglesia, a unos policías como que les gustó el cuchillo, porque lo miraban
con mucha envidia… pero afortunadamente las cosas no pasaron de allí.
El otro, inolvidable, son los caramelos de la Señora
Mendiri, los cuales seguramente se recordarán… eran figuras de animalitos:
monos, pollitos, patos, perros, etc. de molde y de caramelo y vainilla, puro
color miel y tenían un palillo con lo que eran como una especie de chupetica.
La señora murió y luego hubo imitaciones, pero nunca como los originales. Para
complementar lo contado por José Pedro vale recordar que dichos caramelos en
palito fueron muy buscados en los Teques por más de 30 años. Esta golosina que
las hermanas Mendiri preparaban de forma tan especial iba a comprarlos gente
desde Valencia y Caracas. Dicen que fueron las creadoras de los famosos pasa
palos conocidos como “tequeños”
Nos cuenta JP que, como seguramente saben Uds., antes
de la construcción de la Panamericana (porque fueron por la carretera gomera de
Los Teques que era la única que existía) la ruta a occidente implicaba el pase
obligatorio por Los Teques y la chiquillería estaba pendiente de los nombrados
caramelos…, los cuales eran vendidos en cualquier bodega de la ciudad y a un
precio increíble, eran diez unidades por medio.
La tarde noche que pasaron, después de cenar, hubo un
histórico juego de “ladrón y policía” y realmente no se acuerda ni quien ganó y
ni quien perdió. Finalizado el fin de semana, regresaron a Caracas muy
contentos de los buenos ratos pasados y muy agradecidos de los magníficos y
cordiales anfitriones.
Así, como siempre, ruega la indulgencia de los
lectores, la precisión de fechas y el aporte de las vivencias de los asistentes
a este paseo y a quienes no menciona, no con o por intención, sino por falta de
memoria.
A continuación, nos cuenta el gran amigo y compañero
en el blog Factótum Ignacianos, Roberto Martin Montilla, quien lleva el hipismo
en la sangre, que haciendo un esfuerzo de memoria, la cual a todos se nos
destiñe con los años, recuerda que en las vacaciones de 1956 formó parte de un
grupo del colegio en paseo-excursión hasta Bogotá.
Salieron de Caracas hacia Mérida, como primera
instancia, para llegar al Colegio San José de Mérida en varios carros entre los
cuales estaba el Ford Galaxy de la época que prestó su mamá. En su carro iba el
padre Arruza adelante, el conductor era uno de los que manejaban uno de los
buses del colegio (lamentablemente no recuerda su nombre) y en al asiento
trasero iban Andrés Fernández Osuna, su hermano Julián Roberto y él.
En una de las tantas curvas del Páramo de Mucuchíes se
encontraron de frente con un carro que venía “esmachetao” y chocaron. Así que
llegaron al San José de Mérida en grúa. Tuvieron que dejar el carro en un
taller durante los días que estuvieron alojados en el colegio San José. En el
San José de Mérida disfrutaron mucho de su estadía, visitaron la universidad,
algunas Iglesias y distintos lugares turísticos; una bella ciudad en aquel
entonces no sabe cómo estará hoy en día después de las dos últimas décadas.
Para quienes les interese, hay un libro “El colegio
San José: Los Jesuitas en Mérida (1927-1962) de Carmen H. Carrasquel Jerez
producido por Publicaciones UCAB (ISBN 980-244-) en 1998, donde consta que “un
número importante de los hombres que gobernaron Mérida durante ese periodo
provenían del interior del estado u otras regiones, y llegaron para estudiar en
el Colegio San José, el Liceo Libertador o en la Universidad. Once de veintiún
de ellos son egresados del Colegio San José”.
Allí en el colegio de Mérida, estudiaban unos cuantos
de nuestros compañeros pero debieron estar igual de vacaciones, y Roberto nos
cuenta que estuvieron conversando con Charles Brewer Carías, quien les dió una
demostración de una inteligencia privilegiada así como de una memoria
fotográfica. Si mal no recuerda en dicho viaje estaban, además de los
inicialmente nombrados, José Hildebrando Riera Lozano “Poncherita” (qepd\,
Germán Mendoza Ferrer y el gordo Serrano “Pancita”, entre otros que no le
vienen a la memoria. Si alguno del chat estuvo en ese viaje se le agradecería
contarnos lo que recuerda del mismo.
Nos sigue contando Roberto Augusto que varios días
después, ya reparado el vehículo siguieron su aventura hacia Colombia y
llegaron a la Universidad Javeriana en Bogotá. Alli en Bogotá hicieron turismo,
visitaron lugares históricos y turísticos; recuerda que estuvieron en el
desaparecido hipódromo de techo, visitaros las minas de sal de Zipaquirá (en
las afueras de Bogotá a unos 30 a 40
kms) y, dentro de la mina de sal, una catedral de sal; la Catedral de Bogotá, en
fin, tantos lugares que ya no los recuerda todos.
Para quienes no hayan tenido la oportunidad de
conocerlas les cuento que la Catedral de Sal es un recinto construido en el
interior de las minas de sal de Zipaquirá, en el departamento de Cundinamarca,
Colombia. En su interior se encuentra una rica colección artística,
especialmente de esculturas de sal y mármol en un ambiente lleno de un profundo
sentido religioso que atrae a turistas. La catedral de Sal de Zipaquirá es
considerada como uno de los logros arquitectónicos y artísticos más notables de
la arquitectura colombiana, por lo que se le ha otorgado incluso el título de
joya arquitectónica de la modernidad. La
importancia de la Catedral radica en su valor como patrimonio cultural,
religioso y ambiental.
En 2007 mediante un concurso para elegir las 7
Maravillas de Colombia; la Catedral de Sal obtuvo la mayor votación;
convirtiéndola en la Maravilla No.1 de Colombia, aunque también fue propuesta
entre las Nuevas Siete maravillas del mundo moderno. La iglesia subterránea
hace parte del complejo cultural "Parque de la Sal", espacio cultural
temático dedicado a la minería, la geología y los recursos naturales.
Tal vez muchos de ustedes no lo saben/recuerdan pero
la mamá de mis dos únicos hijos, mi primera esposa, Claudia Hernandez Bermúdez
(qepd), era hermana de quien fuera ignaciano egresado en 1960, German Hernandez
“El Colombiano” como se le conocía, y de Mauricio, egresado ignaciano también
pero en nuestra siguiente generación. Eso, y muchas otras cosas más, me brindó
la oportunidad de querer a nuestros hermanos vecinos y conocer a ese
extraordinario país.
Recuerda Roberto que se disponían a salir para la
ciudad de Cali y estando en los preparativos para salir les llega la noticia de
una inmensa explosión en dicha ciudad que voló varias cuadras., Así que quedó
suspendido el viaje y regresaron a Caracas.
La Explosión de Cali fue un desastre ocurrido el 7 de
agosto de 1956 en el centro de Cali provocado por la explosión repentina de
siete camiones militares acompañados por el ejército que llevaban 1053 cajas de
dinamita provenientes de Buenaventura cargados con 42 toneladas de dinamita,
que se iban a emplear en la construcción de carreteras en el departamento de
Cundinamarca. En 1956, Cali contaba con 400 000 habitantes, de los cuales 4000
fallecieron a causa de la explosión, y otros 12 000 más quedaron heridos. Para
quienes estemos interesados en recordar la explosión de Cali, Roberto nos anexó
este enlace: https://es.m.wikipedia.org/wiki/Explosi%B3n_de_Cali
Esta tercera anécdota que les edito como cierre de la
crónica, duró unos tres años después de graduarnos de bachiller y antes del
destierro de Roberto Martin a EE. UU. por las razones que nos cuenta. Dentro
ese periodo, por gusto y para facilidad de sus las actividades en las que
participó en esa época, tuvo que inscribirse en economía en la UCAB, en
Filosofía y Letras y Biblioteconomía en la UCV en el año lectivo 63/64 aparte
de Medicina en la UCV en 1961. Para protección de los protagonistas que lo
acompañaron, varios de los cuales ya no nos acompañan, usaré nombres tales como
Estudiante, Maestro, guerrilleros urbanos, etc.
La razón por la cual Roberto Augusto se inscribió en
economía en la UCAB y allí hizo un año es porque le llamaba la atención la
carrera, sobre todo que había leído un libro del padre Pernaud s. j y le llamó
la atención. Al mismo tiempo le gustaba la filosofía (UCV), tuvo que asistir a
clases con irregularidad por razones que serán obvias más adelante y…algo le
quedó
En cuanto a su inscripción en Biblioteconomía fue para
complacer al Estudiante 1 quien era dirigente de la JRC (Juventud
Revolucionaria Copeyana) y le pidió que se inscribiera para que votara para el
centro de estudiantes de esa escuela. Él era simpatizante de la JRC e iban a la
parroquia La Vega varios Estudiantes ignacianos y otros copeyanos más a hacer
campaña.
Estudiante 1, copeyano, estaba dentro de la FCU
(Federación de Centros Universitario) y por supuesto tenía contactos para
inscribir estudiantes en distintas escuelas de manera de aumentar los votos y
anular en esa época los votos comunistas para los CE y FCU. En realidad Roberto
colaboró mucho con ese grupo paralelamente al del grupo del Maestro (alto
dirigente social cristiano) y otros Estudiantes en actividades subversivas
encubiertas.
Nos cuenta Roberto que al graduarnos de bachiller para
ingresar a medicina en la UCV tuvo que presentar examen de admisión. Cuando le
correspondió ir al examen había problemas con las hordas comunistas de la UCV,
la mayoría alojadas en la residencia masculina (el Kremlin) que por razones que
sólo ellos esgrimían no querían permitir por ningún concepto que se hiciesen
dichas pruebas.
Para esa época yo estudiaba ingeniería eléctrica en la
UCV y muchos de mis compañeros vivían en las residencias y solían invitarme a
sus reuniones de festejo por cumpleaños o cualquier otro motivo. Era conocido
que en ellas cohabitaban muchos de los guerrilleros urbanos de la década del
’60 quienes posteriormente se adhirieron a la política de pacificación que
mantuvieron varios presidentes. Supuestamente en las residencias estaba
escondido todo un arsenal de armas propias de las guerrillas urbanas.
A Roberto le tocó presentar el examen de admisión a
escondidas en un consultorio del clínico con un grupo de bachilleres aspirantes
a ingresar a la Facultad de Medicina, lo que les permitió presentar dichas
pruebas y entregarlas finalmente. Nos comenta que en aquel entonces habían
alrededor de 1200 aspirantes a ingresar. Sólo había cupo para 400 en la ciudad
universitaria (campus) y 100 para la Escuela de Medicina J.M. Vargas en la
Esquina de San Lorenzo (Parroquia San José).
Él quedó entre los 100 primeros e ingresó al Vargas,
prácticamente se estrenaba la edificación en aquella época 1961/62 si mal no
recuerda. Habiendo ya ingresado a la UCV y llevando siempre en sus venas y en
su mente sus principios cristianos y morales obviamente, pues era y sigue
siendo un acérrimo anticomunista fue que se inició la experiencia que nos
narra. Para ese entonces tenía 17 años.
Exactamente no recuerda el día, pero en una
oportunidad lo abordó otro compañero nuestro ignaciano, el Estudiante 2, que
era alumno de medicina y a sabiendas de su manera de pensar le preguntó si
quería formar parte en la clandestinidad de un grupo para combatir las
guerrillas comunistas urbanas de ese entonces. Ese grupo lo dirigía un honesto
dirigente político social-cristiano, El Maestro, teniendo como intermediario o
Lugarteniente-por llamarlo de esta manera- a un cura católico.
Les correspondió realizar acciones encubiertas,
preferiblemente nocturnas y, clandestinamente, sabotear a los ñángaras cuanto
armamento (un arsenal) o bastimento fuese destinado para las guerrillas los
cuales los tenían guardados en instalaciones de algunas escuelas primordialmente
en la UCV cuyos directores o decanos eran tontos útiles de los comunistas o
izquierdosos empedernidos admiradores y engolosinados con el sátrapa de Fidel.
Generalmente al desmantelar esas armas y mercancías
las entregaban a la Digepol a medianoche o de madrugada a funcionarios
previamente concertados. Recuerda que sus compañeros de ingeniería le
comentaban que la residencia masculina era un nido de subversivos y donde
guardaban armas. Eso es cierto, me lo confirmaban mis condiscípulos en la UCV. Aparte
de eso poco supo de lo que él llama el Kremlin. En realidad, les cuento que las
dos residencias masculinas tenían nombres propios: la #1 la llamaban
“Stalingrado” y la #2 “Guantánamo”, la primera era comunista y la segunda era
adeca. Para poder entrar en una de ellas había que tener poder en alguno de
esos partidos. Les prometo un próximo artículo en el blog sobre ese tema.
En fin, continua Roberto, todo funcionaba como había
sido planificado para ayudar a combatir al comunismo en nuestra tierra. Tenían
apoyo y refuerzo también de jóvenes cubanos anticastristas que habían logrado
salir de la isla huyendo del degenerado barbudo genocida. No recuerda la
cantidad de incursiones exitosas en las que participaron.
En una oportunidad cayó enfermo con una mononucleosis
con orden médica de estricto reposo y una llamada de uno de sus compañeros, por
error o equivocación involuntaria en la misma, en vista de su ausencia (él era
el Cte. Efrain Araujo) despertó sospechas en su mamá y ella se lo planteó a su papá,
lo que motivó que lo enviaran a estudiar a Oklahoma, EE. UU. A sus amigos,
nosotros entre ellos, que desconocíamos esas actividades nos hizo creer que se
iba por un problema con una novia. Vivan la intriga, pero no indaguen.
Para cerrar, ruego encarecidamente a los compañeros
que pudieran haber participado en las anécdotas relatadas, me hagan llegar sus
recuerdos de las vivencias que tuvieron para complementar las dos de Roberto
Augusto Martin y la de José Pedro Barnola, las cuales formarían parte de la
siguiente crónica o popurrí.
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