Costumbres que se han perdido (VI): El almuerzo familiar dominical (Gustavo González Urdaneta)

 Costumbres que se han perdido (VI): El almuerzo familiar dominical

Gustavo González Urdaneta

Miami 11abril 2023


En la vida tan apresurada que llevamos, pasamos por alto la importancia de tomar pasos simples para ayudar a que los niños y las familias sean fuertes y saludables. El comer juntos en familia ayuda a los niños aún mucho después de que la comida haya terminado. Hay muchos motivos positivos para motivar a que los niños tengan comidas en familia. Las familias son el pilar de la sociedad, en la mayoría de las culturas el domingo se utiliza para reforzar el vínculo que las une. Generalmente en este día, los miembros familiares se reúnen y comparten una comida sencilla, pero especial que permite a todos los seres queridos expresar sus sentimientos y, por supuesto, la alegría de formar parte de una alianza de amor y paz.

La llegada del domingo durante nuestra infancia y adolescencia - antes de la saturación posterior con la comida pedida telefónicamente y traída por domicilios, anunciada en las páginas amarillas, radio, prensa, televisión, internet y volantes - era esperada con fruición. La reunión familiar en casa de los abuelos o padres, a donde se asistía luciendo “el vestido dominguero” después de haber oído la misa, en la capilla del colegio o en la iglesia de El Rosal durante las vacaciones, fue en las décadas del ’50 y ’60 del siglo veinte “el programa del domingo”. En Maracaibo, antes de venirnos a Caracas, solíamos ir también a la retreta en la plaza Baralt cerca de nuestra casa. Desapareció en Caracas, primero la retreta, luego la asistencia a misa en grupo familiar pero el almuerzo juntos no desapareció casi por completo sino hasta el inicio de los setenta cuando, ya con familia propia en Londres, solíamos ir a misa con los amigos, familia que elegimos, y luego nos reuníamos en algún pub inglés todos con nuestros hijos aun pequeños.

 

Sin importar la clase social, el almuerzo del domingo es una gran tradición en diferentes partes del mundo, el compartir puede darse en la casa de los abuelos, de los hijos o incluso de uno de los nietos. La receta por preparar es importante porque forma parte de la historia familiar, pero lo más valioso es el tiempo de calidad con las personas que amamos y de las que no siempre podemos estar cerca, debido a las diferentes responsabilidades que nos toca cumplir día a día. Durante los años de primaria y parte de la secundaria el horario escolar nos permitía compartir el almuerzo diario con nuestros padres y hermanos y eso tuvo una influencia muy particular y especial en nuestro desarrollo hasta que llegamos a la universidad.

 

Las comidas en familia conllevan a tener una mejor nutrición. Las comidas en familia exponen a los niños a una mayor variedad de alimentos y menor consumo de refrescos y meriendas (tentempiés). Los niños que comen con sus familias terminan eligiendo opciones de meriendas más saludables cuando los padres no están con ellos. Las comidas en familia mejoran las relaciones y la salud emocional. Las familias son más unidas cuando comparten a diario el ritual de comer juntos. Los niños que vienen de familias en las que comparten las comidas tienen más probabilidad de estar emocionalmente contentos y tener buenas relaciones con sus compañeros. Con el tiempo, estos niños se esfuerzan más en el trabajo escolar, tienen mejor comunicación con sus padres y disfrutan de tener estrechos vínculos familiares.

 

La comida en familia mejora el aprendizaje. Los niños que comen con la familia han mejorado sus vocabularios y destrezas de lectura. El tiempo que comparten juntos en la mesa les da la oportunidad de tener conversaciones importantes. Es el momento de contar historias y compartir experiencias y también de aprender destrezas sociales tales como el comportamiento en la mesa y el saber tomar turnos. A medida que los niños crecen, los que comen con sus familias demuestran menos comportamientos arriesgados. Los adolescentes que comen con la familia cinco o más veces por semana tienen menos probabilidades de consumir drogas, deprimirse o meterse en problemas. Es más probable que los niños pequeños que aprenden el hábito de comer en familia compartan las comidas en familia cuando son adolescentes.

 

El almuerzo del domingo solía ser un ritual familiar. O se iba a almorzar donde los papás, o donde los suegros, pero normalmente los domingos son un día que se reserva a la familia, una especie de mini-navidad. "La familia que come junta prospera junta". Así la doctora y psicóloga Vanessa Lapointe afirma acerca de la importancia de la comida compartida como momento de recogimiento y de unión física y emocional con los varios miembros de nuestra familia. ¿Cuántas veces delante a una mesa llena de comida, en casa nuestra o de parientes, hemos puesto por un momento aparte nuestras preocupaciones diarias? La tradición del almuerzo de familia, a menudo domingo, es también un modo de reconectarse con parientes cercanos y quizás más lejanos.

 

La hora de la comida ha sido históricamente una época de unidad familiar. Además, si se reúnen varias generaciones, hay una gran diversidad en cuanto a edades e intereses, y esto es muy bueno para los niños. Estos momentos son especiales porque podemos conversar sobre la vida, contar anécdotas, noticias, etc., por lo tanto, son muy positivos para el desarrollo comunicacional de la familia, además proporcionan otros beneficios.

 

No es importante aquello que hay para el almuerzo o la cena sino el ambiente común que se crea lo que hace la diferencia. A subrayarlo es Anne Fishel, terapeuta familiar y cofundadora de The Family Dinner Project que elenca todos los beneficios psicofísicos del comer juntos a la propia familia: los beneficios van desde los cognitivos (mayor vocabulario en los niños más pequeños y mejor rendimiento en la escuela) hasta los físicos (mejor salud cardiovascular, menores tasas de obesidad y mayor consumo de fruta y verdura) y psicológicos (menores tasas de depresión, ansiedad, trastornos alimentarios, menos abuso de sustancias y menos problemas de comportamiento en la escuela).

 

Si la atmósfera en la mesa es calurosa y atractiva y los más pequeños pueden sentirse libres de expresarse también con los miembros más adultos, entonces todos estos beneficios podrían progresivamente verificarse. Lo importante no es el día que se elija, sino que realmente se lleven a cabo para no perder esa conexión de amor tan positiva. Tampoco es relevante si es un almuerzo o cena, estar con los seres queridos durante la semana es fundamental para que toda la familia pueda mantenerse en sintonía, fortaleciendo aún más el lazo afectivo. Estar cerca de nuestros padres, hermanos, nietos, sobrinos, tíos y otros seres queridos es una gran bendición, y por mucho que estemos cansados y solo queramos estar en nuestras camas unos pocos días, no podemos descuidar el tiempo con nuestros seres queridos porque nunca sabemos cuál será el último.

 

Por diferentes razones el almuerzo familiar fue perdiendo factibilidad a medida que nuestros hijos crecieron, durante sus años de formación universitaria y de postgrado, sus noviazgos y los domingos compartidos con sus probables y futuros padres políticos. El núcleo familiar dominical se fue reduciendo o distanciando sus encuentros. Luego con la llegada de los nietos algunos que permanecían en la misma ciudad los han renovado, pero luego con el Covid la socialización se ha visto reducida en las familias, pues los cuidados sanitarios son prioridad, por lo que se han evitado actividades no esenciales, limitándose así, la interacción física en lugares públicos y con las personas.

 

Se presentaron cambios en las dinámicas familiares, el hogar se convirtió en la oficina, en la escuela y hasta en un rin de pelea; desencadenando en sus miembros varias afectaciones emocionales entre las más comunes: ansiedad, depresión, síndrome de burnout, estrés, entre otros Las familias empezaron un nuevo recorrido; el cual implicaba lidiar con aquellas situaciones negativas, miedos, conflictos, exigencias y demás percepciones permeadas por la desinformación de los medios de comunicación. Durante los tres largos años transcurridos después del primer aislamiento las vulneraciones y amenazas al sistema familiar se incrementaron, algunas a causa del desequilibrio económico que develó las falencias personales, familiares, sociales y estatales para afrontar situaciones sin precedentes

 

Por otra parte, en el caso de la familia venezolana, la diáspora ha traído consigo una serie de fenómenos psicosociales y problemáticas como abandono, orfandad emocional, vacío existencial, carencias afectivas y divorcios. La persona que migra sufre por soledad, diferencias culturales, sentimiento de culpa por haber dejado atrás a su familia, estrés por conseguir pronto un trabajo y ansiedad por la separación de los suyos. Todos estos síntomas se engloban dentro de lo que los investigadores llaman "Síndrome de Ulises".

 

Por otra parte, la persona que se queda en el país de origen y ve migrar a su ser querido, también sufre ansiedad por separación, tristeza que puede devenir en depresión y la angustia de no saber por cuánto tiempo se prolongará la distancia. En los adultos puede explicarse desde la incertidumbre por el futuro y por el cumplimiento de las metas trazadas; pero en los niños este sentimiento se traduce en "miedo al abandono". Ellos no pueden entender la complejidad del proceso migratorio, simplemente, ven que papá o mamá ya no está y que no puede abrazar a esta persona cuando lo necesite. Simplemente, no está.

 

Y aunque parezca difícil de creer los niños más pequeños, nuestros nietos, son los que peor enfrentan las separaciones porque no tienen los elementos suficientes para entender lo que está sucediendo y porque están conectados emocionalmente con sus madres y éstas les transmiten su angustia y tristeza. Las familias estan cada día más dispersas con posibilidades muy limitadas de reunirse y compartir lo que nosotros disfrutamos en nuestra niñez.

 

Casi 7 millones de venezolanos viven fuera de su pais y en la mayoría de los casos han sido los hombres los que han migrado primero. De manera que sus esposas asumen el rol de padre y madre en la primera etapa de la migración, enfrentándose a todo lo que supone la estabilidad emocional propia y de sus hijos. Los niños necesitan tanto a papá y a mamá para su desarrollo, de manera que esta etapa de adaptación al nuevo modelo de familia les resulta especialmente estresante y pueden manifestar su rebeldía e inconformismo, de acuerdo con su edad. 

 

El mundo moderno se está enfocando cada vez más en la autosuficiencia, dicho enfoque no está mal porque las personas están siendo más independientes, sin embargo, vivir solo no significa que no puedas tener tiempo para las personas que amas, así que no permitas que la tradición de compartir muera en tu familia. Anímate y empieza desde hoy mismo a organizar la próxima reunión-comida familiar, será una gran oportunidad para conectar a personas de diferentes edades, en una hermosa mesa, sirviendo recetas tradicionales hechas con mucho amor.

 

¡Los almuerzos dominicales son una tradición familiar que debemos preservar!

 

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