Las teorías conspirativas y la distorsión cognitiva (Gustavo Gonzalez Urdaneta)

 

Las teorías conspirativas y la distorsión cognitiva

Gustavo Gonzalez Urdaneta

Miami 25 enero 2021

 

La expresión teoría conspirativa se usa para referirse a ciertas teorías alternativas a las oficiales que explican un acontecimiento o una cadena de acontecimientos, comúnmente, de importancia política, social, económica, religiosa o histórica, por medio de la acción secreta de grupos poderosos, extensos y de larga duración.

 

La hipótesis general de una Teoria Conspirativa (TC) es que ciertos sucesos importantes en la historia han sido causados por conspiraciones ocultas misteriosas. Las TC no deben ser confundidas con las verdaderas conspiraciones ─demostradas histórica y criminológicamente, castigadas por leyes penales y sentencias de tribunales─: aunque ambos conceptos están íntimamente ligados, en general cuando se utiliza la expresión «teoría conspirativa» se pretende significar que en ese caso puntual no ha existido ninguna conspiración y que la teoría que afirma su existencia carece de sustento racional y probatorio. En ciertos casos, las TC han demostrado ser ciertas o revelar aspectos reales que se habían mantenido ocultos.

 

Al igual que se extendió el virus del Covid-19 y la indignación por el Black Lives Matter, las TC se han viralizado por todo el mundo en sus diversas formas y ángulos y el problema es que a pesar de que son desmentidas, las personas igual las comparten e incluso las defienden, aparentemente, por simple terquedad o porque creen son conspiraciones internacionales por muy diversos motivos. Ni es tozudez ni se trata de otra teoría conspirativa, es más bien una trampa de nuestro cerebro llamada distorsión cognitiva.    

 

La distorsión cognitiva se basa en cómo nuestro cerebro procesa la información que recibimos de nuestro entorno, valiéndose de una serie de atajos o procesando solo ciertos estímulos para responder con eficacia en un contexto. Si bien esto le ha servido a la humanidad para sobrevivir en situaciones de peligro que requerían una rápida evaluación, lo cierto es que también generan percepciones erradas sobre un hecho.

 

Las malas pasadas de nuestro cerebro funcionan al igual que una ilusión óptica. Por ejemplo, la científica cognitiva de la Universidad de Quebec, Isabelle Blanchette, afirma que las personas crean arquetipos en el subconsciente y el cerebro es como una “máquina sensorial” que funciona con patrones. Es decir, si vemos una nube, tendemos a generar formas que nos son conocidas.

 

Gérald Bronner, sociólogo de la Universidad de Paris-Diderot señala que ante la inmensa cantidad de información que circula en internet compitiendo por conseguir atención, el proceso de la Distorsión Cognitiva (DC) genera que las personas prioricen algunos de estos contenidos sobre otros. Bronner, autor del libro “La democracia de los crédulos” que analiza el impacto que tiene la DC en internet, señala que si bien la duda es de utilidad para la vida en democracia y es un derecho, la duda irreflexiva es peligrosa. En el libro se precisa que sembrar la duda no es difícil y tampoco lo es corroborar la información, pero eso implica un esfuerzo adicional que pocos están dispuestos a realizar. Esto es, porque nuestros cerebros trabajan en modo creencia, dado que es más cómodo que buscar información.

 

Al respecto, Blanchette afirma que el ser humano tiene dos formas de procesar el pensamiento lógico. La primera es más intuitiva, rápida y automática, por lo que no precisa de esfuerzo cognitivo. Mientras que la segunda es más racional, reflexiva y requiere recursos del conocimiento.

 

Los especialistas agregan que en los contextos de dificultad o inestabilidad, las personas tendemos a caer más fácilmente en las convicciones, creencias o teorías conspiratorias con el fin de llenar los vacíos informativos que nos ayudarán a sobrellevar estas crisis. Así, entre el principio del menor esfuerzo, la necesidad de tener una respuesta rápida, la duda y la infodemia de contenidos falsos, la gente tiende a validar aquellas conspiraciones más afines a sus creencias.

 

Yves Gingras, historiador de la ciencia de la Universidad de Quebec señala que la tendencia de las personas a refugiarse en sus creencias y evangelizar sobre ellas, anteriormente formaban parte de entornos cerrados, como las conversaciones en un bar. No obstante, con el impacto tecnológico y el alcance de las redes sociales, las afirmaciones subjetivas de las personas son públicas, aunque no tengan fundamento.

 

Según Bronner, quienes promueven las teorías conspirativas suelen estar más motivados e impulsar activamente sus contenidos mucho más que los indecisos, alcanzando un mayor nivel de difusión que las narraciones reales o las propias aclaraciones. Algo que Gingras ejemplifica con la Ley de Alberto Brandolini, basado en que “la cantidad de energía que se necesita para refutar una estupidez es muy superior a la necesaria para producirla”. Hay una broma para explicarla: un tipo ataviado como Gandhi y sentado sobre sus posaderas con las piernas cruzadas le preguntan cuál es su secreto de la felicidad. "No discutir con idiotas", responde impertérrito. "No estoy de acuerdo", replica su interlocutor. "Tiene razón".

 

En rigor, no puede hablarse de teorías del complot hasta inicios del siglo XIX. Recién toman forma tras la Revolución Francesa, cuando los reaccionarios responsabilizan a las insidias de masones, illuminati y carbonarios las insurrecciones democráticas que sacuden el Antiguo Régimen. No cabe duda de que las sociedades secretas promovían el avance de las ideas ilustradas y la abolición del absolutismo, pero sus enemigos les suponían un poder exagerado y una unidad de propósitos infundada. La ruptura entre las logias británicas y americanas a raíz de la independencia de EE. UU. demuestra que la masonería distaba de ser una organización monolítica.

 

No tardaron otros rumores en darles la réplica, atribuyendo todos los males a tejemanejes del clero: los jesuitas fueron los primeros en portar ese sambenito; le siguieron las conjuras papistas que animaron la política anglosajona; y, en el siglo XX, las maquinaciones imputadas al Opus Dei. A principios del siglo XX, deja de situarse a los conjurados en los márgenes de la sociedad para descubrirlos en el corazón del Estado.

 

A mediados de 1903, se publicó en Rusia un documento que inspiraría la gran mayoría de las teorías de la conspiración modernas. Los Protocolos de los Sabios de Sión, que pretende ser un documento auténtico, describe un plan detallado de cómo los judíos y los masones buscan dominar el mundo a través de acciones estratégicamente pensadas en la economía, la religión, la cultura, los valores morales, los medios de comunicación, la ciencia, los movimientos sociales, entre otros aspectos. La publicación del texto en Rusia también marca el comienzo de los Pogromos, cuando miles de judíos fueron asesinados o huyeron del país.

 

La Ojrana, la policía secreta del Imperio ruso le cabe el dudoso mérito de haber infundido dimensión global a tales creencias al fabricar el primer plan oculto de dominación del mundo: Los Protocolos de los sabios de Sión. El documento apócrifo, que fue supuestamente ideado para desviar hacia los judíos el malestar contra la autocracia moscovita tuvo enorme repercusión y se convirtió en la ‘biblia’ de los antisemitas.

 

En su trabajo de dos volúmenes «Las sociedades abiertas y sus enemigos, 1938–1943», Karl Popper usa la expresión «teorías de conspiración». Argumenta que el totalitarismo del siglo XX estuvo fundado en tales teorías, que recurrían a complots imaginarios conducidos por escenarios paranoicos predicados en el tribalismo o el racismo. No argumenta contra la existencia de conspiraciones cotidianas, como se sugiere incorrectamente en mucha de la literatura posterior. Incluso, usa el término «conspiración» para describir la actividad política ordinaria en la Atenas clásica de Platón, quien es el principal objetivo de ataque en la obra. También escribe: «No deseo dar a entender que las conspiraciones nunca ocurren. Al contrario, son fenómenos sociales típicos».

 

En general, las TC son la creencia de que fuerzas poderosas y malintencionadas mueven secretamente los hilos para manipular determinados sucesos o situaciones. Suelen tener seis cosas en común: Una supuesta trama secreta; un grupo de conspiradores; «Pruebas» que parecen apoyar la teoría de la conspiración; sugieren falsamente que nada es accidental y que las coincidencias no existen; nada es lo que parece y todo está relacionado; dividen el mundo entre buenos y malos y utilizan a determinadas personas y grupos como chivos expiatorios.

           

A menudo surgen como la explicación lógica de acontecimientos o situaciones difíciles de entender y generan una falsa percepción de control e influencia. Esta necesidad de claridad se agudiza en tiempos de incertidumbre, como los de la pandemia de COVID-19. Las TC suelen empezar como sospecha. Sus creadores se preguntan quién sale beneficiado del suceso o la situación e identifican así a los conspiradores. A partir de entonces, hacen que las «pruebas» encajen en la teoría.

 

Las teorías poseen una prodigiosa capacidad de mutación: como ya se indicó, a mediados del siglo pasado, sus autores dejan de situar a los conjurados en los márgenes de la sociedad para descubrirlos con horror en el corazón del Estado. El macartismo centra la sospecha en la administración infiltrada por los rojos; tras el asesinato de John Kennedy, este se desplaza a los militares, los espías, el Gobierno...

 

Es un consenso en las ciencias humanas que estamos pasando por una profunda y amplia crisis epistemológica. La excesiva desregulación de los mercados financieros, el desmantelamiento del Estado de Bienestar, los frecuentes escándalos en los gobiernos e instituciones religiosas han generado una desconfianza en la población en relación con sus instituciones.

 

Las crisis institucionales, observables en la mayoría de los países, son sobre todo crisis de representatividad: desencantada con las instituciones democráticas, con los medios de comunicación y con los gobiernos, la gente tiende a refugiarse en nuevas narrativas. Incluso los hechos científicos y el consenso deben ser abandonados o considerados como un objeto de desconfianza. Esta nueva forma de irracionalismo posmoderno ha dejado un vacío, fácilmente llenado por las TC, marcando la renovación de viejos mitos así como la creación de otros nuevos. Es necesario recuperar el papel de la verdad del pensamiento científico y de las ciencias humanas en la formación de la opinión y las políticas pública.

 

Como menciona el tocayo Coronel, lo que comenzó hace décadas con aspecto inofensivo y hasta jocoso se ha ido convirtiendo en una de las grandes fuentes de embrutecimiento a nivel planetario y amenaza con crear una subespecie humana que ya no podría llamarse Homo sapiens, habría que darle otro nombre eliminando lo de sapiens, y él sugiere Homo insensatus.

  

Según Coronel, producía hilaridad eso de difundir especies acerca de Hitler, Carlos Gardel o Elvis Presley. Poco a poco estas creencias simplonas y absurdas, se fueron convirtiendo en teorías conspirativas de significativa complejidad pero en los últimos años la intensidad y la variedad de TC ha aumentado casi exponencialmente, ahora mezcladas, con efectos destructivos para la sociedad, con la actividad política y se refieren, por ejemplo, a: El Estado Profundo, la cual postula la existencia de un gobierno paralelo y misterioso, dentro del gobierno estadounidense, creado por gentes que desean destruir a la nación; el Gran Reseteo en los cuales menciona una tendencia orientada a beneficiar a todas las partes interesadas (los Stakeholders); el Nuevo Orden Mundial que está urdiendo asumir el control del poder mundial para eliminar el patriotismo y el nacionalismo; el Maga, denuncia un fraude que pone en duda todo el sistema electoral estadounidense.

 

Un punto de inflexión en ese tortuoso recorrido lo marca la implicación de los medios de comunicación masiva. Me explico: en el pasado, esos extremos circulaban de boca en boca o a través de opúsculos e impresos propagandísticos; a partir de la década de los 60, el sistema mediático, al hacerse eco, amplifica su alcance a una escala inédita y en cierto modo los legitima. La responsabilidad de los medios no acaba allí; pese al afán de los periodistas honestos por desmontar semejantes dislates, las primicias del periodismo de investigación inculcan la idea de que la realidad aparente es un fachada engañosa y que la verdad se esconde entre bastidores; una verdad secuestrada por unos pocos que los periodistas pugnan por sacar a la luz pública. Sin pretenderlo, sus revelaciones fomentan una visión próxima a la conspiranoica.

 

Para algunos expertos, esas teorías son el mapa cognitivo del pobre: versiones simplificadas y maniqueas de la realidad al gusto de individuos cuya escasa formación les impide captar los matices, ambigüedades e imprevistos de los fenómenos históricos. En contra, otros defienden con algo de razón que, pese a sus exageraciones, expresan críticas legítimas al poder; aunque suelen olvidar que por cada conspiranoico progresista hay otro adscrito a la ultraderecha más delirante. Otros estudiosos encuentran lógica la proliferación de esa mentalidad en la sociedad de la información. En entornos saturados de datos cuya comprensión supera nuestras posibilidades de análisis, proporcionan atajos mentales que nos ayudan a tomar decisiones sin esfuerzo.

 

Lo que está fuera de discusión es su utilidad para revelar temores sociales latentes. Ellas nos informan del recelo a las élites, del descrédito de la democracia liberal, de la desconfianza en las instituciones garantes de la verdad, incluidas el periodismo y la ciencia, sospechadas de confabularse con los poderosos. Hablan, además, de la desazón del individuo ante una globalización de abrumadora complejidad, imposible de cartografiar mentalmente. En una reacción defensiva a esa ansiedad corrosiva, la sobreinterpretación del pensamiento conspiranoico –cualquier cosa es un signo del complot–, al destapar los engranajes ocultos que presuntamente rigen nuestros destinos, ponen orden en un mundo caótico; un orden tenebroso pero al menos comprensible.

 

Desde luego, hay conspiraciones reales. Como dijo Kissinger, hasta los paranoicos tienen derecho a tener razón. Mientras escribo estas líneas, cien complots se ponen en marcha. Son de sobras conocidas las ‘cloacas de la democracia’, en donde agentes del Estado actúan al margen de la ley. Pero de ahí a afirmar que la historia se mueve por intrigas orquestadas en la oscuridad por camarillas estratégicamente ubicadas, conlleva el absurdo de considerar zombis al resto de las fuerzas sociales así como de negar el rol del azar, el desbaratador de numerosas conjuras. Con todo, el síndrome del complot domina el imaginario político.

 

Casi todos los relatos que circulan reaprovechan narrativas preexistentes. A la manera del caleidoscopio, combinan fragmentos sueltos de historias almacenadas en la memoria colectiva para configurar vistosas remezclas. En esas operaciones de bricolaje se reciclan temores incrustados en la opinión pública que salen a la superficie en circunstancias críticas. Por ejemplo,

en China, donde se originó el coronavirus, protagoniza muchas conspiraciones sanitarias, ninguna de ellas del todo original. Las que hablan de un virus diseñado en un laboratorio de alta seguridad en la ciudad de Wuhan, guardan un sospechoso parecido con Los ojos de la oscuridad (1987), el thriller de Dean Koontz acerca de un virus, Wuhan-400, desarrollado en un laboratorio a las afueras de la ahora famosa ciudad china. El rumor no tardó en expandirse en Twitter.   

 

Es urgente una pedagogía que alerte de que, en la crisis, el vacío abierto por la inevitable incertidumbre siempre lo llenarán las noticias falsas y los rumores. Tenerlo claro de antemano no eliminará el ruido que las TC meten en la comunicación, pero sí ayudará a reducirlo a un nivel manejable.

 

También predispone a la credulidad la ansiedad acumulada en la cuarentena, sumada al tiempo disponible para buscar en internet respuestas a una crisis perturbadora. En el confinamiento la desinformación se acelera y se intensifican en las redes sociales las teorías del complot. Ahora bien, tan importante como verificar los datos es atacar el problema en su raíz: la desconfianza en las fuentes oficiales. Lo que necesitamos no es desbaratar presuntos complots o el desenmascaramiento de las teorías de la conspiración, sino un nuevo realismo político que analice con mirada fría las políticas económicas y fiscales que han fracasado numerosas veces desde hace demasiado tiempo.

 

“El derecho a dudar también implica deberes, sin los cuales se convierte en la negación de todo discurso". Gérald Bronner

Comments

  1. Gustavo, excelente artículo. Creo que el problema fundamental es que las teorías de la conspiración se alimentan de verdades combinadas con mentiras y, como tu dices, la mayoría prefiere aceptar el "paquete" que investigar y discernir que es cierto y que es falso. Adicional a eso una serie de emisoras como el History Channel han conseguido un gran beneficio económico alimentando varias de esas teorías

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  2. El tema de las Teorias Conspirativas que adelanta Gustavo Gonzales es de mucha complejidad y actualidad. Estas han existido a lo largo de la toda la Historia y nutren el imaginario colectivo tan bien categorizado con el termino de Homo Insensatus. Ejemplo de ello es el ataque institucional al pueblo judío alentado desde estructuras de poder político y religioso desde la Edad Media, donde se les acuso de matar niños para usar su sangre en las prácticas sabáticas, de envenenar pozos durante la Peste. Los últimos acontecimientos en los Estados Unidos muestran con claridad meridiana su prevalencia y peligro. Es asombroso e insólito que haya llegado a la Cámara de Representantes de ese país una mujer creyente en el QAnon. Que las palabras que conllevan esas teorías tienen consecuencias lo demuestra, entre muchas otras cosas, el que un hombre armado de un fusil recorrió parte de los Estados Unidos dispuesto a atacar a una pizzería en New York donde supuestamente ocurrían prácticas de pedofilia y hasta asesinatos rituales.
    A raíz de los adelantos tecnológicos que sustituyeron el boca a boca por comunicaciones a velocidades lumínicas, el poder de los ignorantes, inducidos o no, se multiplico exponencialmente y se potencio en las eco cámaras virtuales; aunado esto a la pereza intelectual y a la satisfacción de nuestras creencias, las teorías conspiratorias se han convertido en elementos muy dañinos para el tejido social. Los servicios de inteligencia de las naciones se han visto obligados a desarrollar algoritmos de detección de noticias falsas, tal vez el primer escalón en la creación de teorías conspiratorias y en la manipulación de emociones, conductas, posiciones políticas. Y ciertamente todo esto cabalga en los problemas existenciales de individuos confusos y atemorizados por un futuro incierto, el descredito de las instituciones, la dificultad de una vida digna en amplios sectores de las sociedades.
    El Hombre tiene una profunda necesidad de creer, aborrece la incertidumbre, construye modelos de su realidad basado en creencias aprendidas desde la más temprana niñez. La desinformación, la ausencia de pensamiento crítico, el temor al Otro, el pensamiento maniqueo, la falta de contexto, esta sobre todo en los mensajes que circulan por la Nube que con tanta facilidad se reenvían, hacen muy fácil la creación y extensión de teorías conspiratorias. Luchar contra ellas a nivel personal y colectivo es fundamental.
    Sobre todo en sistemas de gobernanza basados en el voto, que requieren de un ciudadano informado, critico, interesado en separar el grano de la paja, responsable, ciudadano este difícil de encontrar y muy necesario para la obtención y permanencia de gobiernos capaces de enfrentar los retos de la sociedad actual.

    30/01/2021



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  3. Como bien dice el amigo Don Mario, el tema de las teorías conspirativas, no solo es complejo y de mucha actualidad, sino que estan de modas así que los comentarios hay que irlos segmentando pues el blog tiene limitaciones respecto al volumen de los mismos.

    El primer paso para evitar las teorías conspiratorias es saber que existen. Sé consciente de ello. Igual que como debes tratar las noticias falsas. Si no te gustan, detén su propagación. Si crees que hay algo de cierto, compruébalas antes de compartirlas. En ambos casos vale recordar lo que dijo Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo.”. Por otra parte, cada vez que vemos un billete de un dólar estadounidense, nos recuerda que la figura del Ojo de la Providencia es, según algunos, prueba de diferentes conspiraciones mundiales masónicas o Illuminati.

    No debemos olvidar que hubo teorías conspirativas que resultaron ciertas. Tales son los casos, por ejemplo, de la Ojrana (policía secreta del Imperio ruso) que fomentó el antisemitismo presentando Los protocolos de los sabios de Sion como texto auténtico; ODESSA, aparentemente nunca existió pero ciertamente existieron varios tipos de organizaciones de ayuda a los nazis después de la guerra - habría sido sorprendente que no las hubiese habido. La organización fue utilizada por el novelista Frederick Forsyth en su obra de 1972 The Odessa File, basada en hechos reales, lo que le dio una gran repercusión mediática. Por otro lado, el mayor investigador, perseguidor y encargado de informar sobre la existencia y misión de esta organización fue Simon Wiesenthal, un judío austríaco superviviente al Holocausto, quien se dedicó a localizar exnazis para llevarlos a juicio.

    No todas las teorías conspiratorias se dirigen a los judíos, pero los judíos han sido el blanco de teorías conspiratorias durante siglos. En momentos de crisis, se les ha acusado falsamente de estar detrás de enfermedades, guerras y crisis económicas. Algunos de los discursos antisemitas más comunes afirman que los judíos controlan el Gobierno, los medios de comunicación o los bancos con fines malintencionados. A pesar de las innumerables pruebas históricas, algunos antisemitas sostienen falsamente que el Holocausto fue provocado por los judíos o nunca tuvo lugar.

    Sobran casos ciertos. el proyecto MK Ultra —a veces también conocido como programa de control mental de la CIA—diseñado y ejecutado para la experimentación en seres humanos. Aparte de que la CIA ha estado involucrada en varias operaciones de tráfico de drogas, en la década de los 80, el gobierno de los Estados Unidos se vio envuelto en una conspiración en Nicaragua conocida como "Escándalo Irán-Contra" o Irangate", que implicaron a varios miembros de la administración de Ronald Reagan, incluido el presidente, y fueron, incluso, judicializados y juzgados, lo que demuestra su veracidad. Ambas operaciones, la venta de armas y la financiación de la Contra, estaban prohibidas por el Senado estadounidense....Cointinua

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  4. Tal vez las TC no deberían desaparecer porque algunas han demostrado ser ciertas o al menos, no estar mal encaminadas; otras resaltan puntos ciegos en las interpretaciones comunes u oficiales de los eventos e invitan al debate. Como la famosa teoría de que el hombre no llegó a la luna y que todo fue una patraña filmada en algún desierto del oeste estadounidense. Algunas teorías de la conspiración son más divertidas que algunas novelas. Son un género narrativo en sí mismas. Podríamos decir que es un montón de información-basura no clasificada que suelen reciclar para cuestionar los paradigmas establecidos institucionalmente.

    Producía hilaridad eso de difundir la especie de que Hitler no había muerto en su bunker sino que vivía en la Patagonia sembrando hortalizas, o que Carlos Gardel no había muerto en el accidente aéreo de Medellín y le habían hecho una cara nueva o que Elvis Presley no había muerto y trabajaba de mesonero en Nueva Orleans. Poco a poco estas creencias simplonas y absurdas, propias de quien se resiste a aceptar la muerte de alguien famoso, tal como ya se deben estar preparando los seguidores de Maradona para elaborar la suya, poco a poco -repito- se fueron convirtiendo en teorías conspirativas de significativa complejidad.

    La entrega del premio Planeta de 2017 a un thriller de Javier Sierra “El fuego invisible” sobre el Santo Grial ha reafirmado el tirón de narraciones indisociables del auge de las teorías conspirativas. Con su causalidad exagerada, su desconfianza de las apariencias y su certeza de que todo tiene un sentido oculto, estas fantasías imitan a las ciencias sociales para convencernos de que tras la realidad engañosa existe un orden manipulado por élites tenebrosas cuyos tejemanejes urge desenmascarar. Este premio confirma la buena acogida de la que gozan estas narrativas ante el público hispano. Con el galardón el novelista se suma a la familia de escritores integrada por Matilde Asensi, Julia Navarro y el inefable J. L. Benítez, los émulos patrios del género popularizado por Richard Condon y Dan Brown. Las teorías de la conspiración están de moda.

    John Ehrenreich enmarca en su libro Third Wave Capitalism (Capitalismo de la tercera ola) que “Las teorías conspirativas surgen en un contexto de miedo, ansiedad, desconfianza, falta de certezas y sentimientos de impotencia”. Según Ehrenreich, “para muchos estadounidenses, los años recientes han traído muchas fuentes de esas emociones. Ha habido inseguridad laboral, los salarios se estancaron, la movilidad social se frustró. Algunos sienten que los avances tecnológicos y el progreso social —perspectivas más amplias de la sexualidad, agitación racial— son desestabilizadores. Entonces 2020 trajo una pandemia singular y una profunda recesión económica”. Otro hecho que destacó Ehrenreich es que no se trata de un fenómeno particularmente estadounidense: “Se han registrado ejemplos recientes de pensamiento conspirativo generalizado en Canadá, Gran Bretaña, Austria, Italia, Malasia, Brasil y Nigeria”, precisó.
    La idea de que la historia misma está controlada por grandes y duraderas conspiraciones es desestimada por el historiador Bruce Cumings, pero si las conspiraciones existen, ellas raramente mueven la historia; producen una diferencia al margen de cuando en cuando pero con las consecuencias imprevistas de una lógica fuera del control de sus autores: y este es el error de la «teoría conspirativa». La historia se mueve por las amplias fuerzas y grandes estructuras de las colectividades humanas.



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  5. Querido Gustavo: excelente y muy didáctico tu artículo, razón por la cual, debemos estar pendientes del origen de esas TC, es decir, quien las promueve falsamente, para crear un estado de paranoia colectiva y, quien para manipular políticamente una situación social, electoral o de crisis, como pudiera ser la pandemia,
    Recibe un fraternal abrazo y que Dios te bendiga

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