Privatización del Sector Eléctrico Venezolano (III)-Experiencias Latinoamericanas-Primera Parte: Argentina y Brasil
Privatización
del Sector Eléctrico Venezolano (III)-Experiencias Latinoamericanas-Primera
Parte: Argentina y Brasil
Gustavo
González Urdaneta
Miami
3 enero 2023
Los
procesos de privatización en América Latina se iniciaron a mediados de los años
setenta en Chile, con anterioridad a los llevados a cabo a partir de 1979 en
Gran Bretaña por Margaret Thatcher, como una reacción a las expropiaciones
realizadas por el gobierno de Salvador Allende. En los demás países de América
Latina, las privatizaciones se iniciaron de una manera masiva y exitosa a
finales de la década de los años ochenta, como un elemento más de un nuevo
modelo económico, que sigue vigente y que surgió para dar respuesta a los
problemas de estancamiento económico y de deuda externa que tenía la región.
La
importancia del nuevo modelo latinoamericano para el caso venezolano es que se
debió a una serie de circunstancias que, estando vigentes en nuestro pais, han
sido consideradas en los intentos de privatización que intento llevar adelante
el Fondo de Inversiones de Venezuela (FIV) en los ’80: fuerte apertura
de la economía al exterior, con rebajas arancelarias y mayor competencia
internacional, un creciente papel del mercado en la economía, una mayor
eficiencia de las empresas, estabilidad, reforma en los mercados de factores
(laboral y financiero) y mejora en la financiación exterior. En Venezuela se
requiere, teniendo presente algunas particularidades propias de nuestro sector
electrico, sustituir los instrumentos tradicionales de intervención económica
que han utilizado los gobiernos (reglamentaciones, subsidios y monopolios
estatales) con una apertura total al sector privado y marcos regulatorios
precisos y eficientes con objeto de garantizar el funcionamiento del mercado.
Se
pueden observar, en la actualidad, tres tendencias presentes en la época de
privatizaciones en América Latina (AL) que se requiere prevalezcan y se
mejoren en los procesos de privatización que debe acometer cualquiera sea el
gobierno y lideres que tengan a su cargo nuestra vuelta a la democracia. Lo
primero es que se dieron cambios fuertes en varios sectores, lo segundo
es la aparición de nuevos actores y la tercera, una mejora en la calidad
del proceso de privatización a medida que se iban dando.
Lo
primero, los cambios fuertes, ya fueron citados en el caso de Venezuela
y representan un giro de 180 grados respecto al régimen vigente en los
últimos veintitrés años. Todos los países de la región han recorrido
ampliamente lo que se denomina la primera ola del proceso de privatización, es
decir, la privatización de las empresas típicamente comerciales. Se ha
producido, en Latinoamérica, la apertura al capital privado en nuevos
sectores en el área de infraestructuras: puertos, aguas, aeropuertos,
carreteras, sector eléctrico, telefonía, salud, educación, etc. Una de los
prioritarios en Venezuela es el sector energía (hidrocarburos y electricidad)
pues sin ella no hay desarrollo económico posible. Se trata de nuevas formas de
participación del capital privado en esos sectores que, por supuesto tienen
importantes diferencias con las infraestructuras y las empresas comerciales,
pero donde hay grandes posibilidades para el sector privado. En términos de
sectores, la privatización se fue expandiendo considerablemente en la región en
esos varios campos, con formas distintas de participación del sector privado a
ritmos en algunos casos bastante intensos o acelerados.
En
segundo lugar, hubo nuevos actores en LA; ya no son solamente los
gobiernos nacionales los que están privatizando, también los gobiernos a nivel
subnacional, Estados, municipios, provincias, dependiendo de la figura jurídica
que en cada país exista, están emprendiendo estos procesos de privatización. Se
trata de una faceta más de un intenso proceso de descentralización que
se está dando en la región, mediante el cual muchas actividades que hasta hoy
estaban en manos del Estado central están siendo transferidas a los gobiernos
regionales, que, a su vez y en algunos casos, prefieren transferir esas
actividades directamente al sector privado.
Existe
en tercer lugar una tendencia a una mayor calidad en los procesos de
privatización. Las privatizaciones en América Latina respondieron más a una
concepción distinta del Estado que a una necesidad fiscal y eso es un hecho
profundamente positivo ya que no es una respuesta a una crisis fiscal de corto
plazo, sino una nueva visión del Estado que en vez de crear dificultades al
sector privado abre oportunidades y define reglas de juego que permiten su
participación.
La
calidad deL proceso, a su vez, debe contemplar la mejora continua de los
subprocesos de privatización para minimizar el riesgo de desviaciones con
respecto a las normas de cada uno, intentando a su vez reducir tiempos de implementación
y costos. Los indicadores de calidad cumplen esa función. Son
instrumentos de medición que se emplean para evaluar la calidad de los procesos
o productos. O, dicho de otra manera, determinan el nivel de cumplimiento de
los objetivos para los cuales se han desplegado una serie de actividades
concretas. En el caso de las empresas de electricidad, no sólo se deben cumplir
con las normativas, requisitos y expectativas del producto que se promete a los
clientes, sino que es necesario pensar en la calidad en cada uno de sus
subprocesos del servicio procurando que todos estén estandarizados a nivel
nacional e individual de todas las empresas que el proceso de privatización
defina (generación, distribución-comercialización). La Norma ISO 9001 trata
de un conjunto de principios de trabajo que aseguran un enfoque lógico para la
gestión de procesos de la organización, procurando siempre la máxima
satisfacción de los clientes. Dado que la calidad del proceso es la clave para
que un negocio sea exitoso, debe exigirse, por ejemplo, que en la privatización
cada empresa obtenga, en su debido tiempo, su certificado correspondiente.
Dada
la amplitud de los casos de privatización en Latinoamérica nos hemos permitido
seleccionar como ejemplos a analizar solo los casos que consideramos aportan y
agregan valor al proceso similar que requiere Venezuela: Argentina, Brasil,
Chile y Colombia.
Argentina:
Proceso de privatización del sector energía
Cada proceso de reforma y/o
privatización encierra en si la confección de un modelo hecho a la medida de
las características particulares de cada sector eléctrico, pero si hay causales
parecidas a comparar y consecuencias que se pueden repetir y por tanto hay que
hacer lo imposible para evitarlas.
El proceso general de
privatizaciones en Argentina se inicia en el año 1989 alcanzando tanto a las
empresas productivas y de servicios, los activos públicos como las reservas de
petróleo, hasta actividades de regulación y de control social como la emisión
de los documentos de identidad.
Todo el proceso estuvo dirigido
técnica y financieramente por los organismos financieros internacionales como
parte de una política global para la región. El FMI, el BID y el Banco Mundial
delinearon la reestructuración y reforma de todos los sectores teniendo como
premisa el beneficio para los acreedores externos para quienes se les abrían
nuevas áreas de inversión en mercados abastecidos hasta el momento por el
Estado. Asimismo, bajo el mecanismo de capitalización de la deuda externa, los
acreedores también se vieron beneficiados en el cobro de parte del capital de
la deuda. El contexto de crisis general dejó el espacio abierto para la
aceptación por parte de la población de todo este proceso:
La hiperinflación generada
durante los años previos que afectó sustancialmente la economía de las familias
trabajadoras instaló la necesidad de estabilidad. El gobierno identificaba a
las empresas públicas como una de las causas fundamentales de la crisis y del
déficit fiscal.
Se planteó que, con la
privatización de las empresas públicas, el déficit fiscal se reduciría a través
del mecanismo de capitalización de la deuda externa. Además, se argumentó que
el hecho de cancelar parte de la deuda era una señal positiva para los
gobiernos de los países desarrollados y se atraerían inversiones externas y locales,
lo que acarrearía mayor crecimiento económico y bienestar para la población. Para
el 2000, la deuda externa era más del doble, alcanzando los 160.000 millones de
US$, el déficit fiscal siguió creciendo y la desocupación giraba alrededor del
17%.
En la misma línea, se argumentó que el Estado
no tenía capacidad para encarar la transformación tecnológica necesaria para
brindar mejor calidad de los servicios, por lo que la inversión privada
aseguraría la modernización necesaria de los servicios y una baja en las
tarifas.
Por último, se identificó al
Estado como incapaz para administrar eficientemente las empresas ya que
fomentaba la burocracia y la corrupción. Todas estas cuestiones tenían
consecuencias reales sobre la población: la crisis económica, la hiperinflación,
la corrupción, la mala calidad de los servicios afectaban concretamente la vida
cotidiana. Pero todo el proceso fue diseñado bajo las premisas de las
necesidades de los acreedores externos de abrir nuevas áreas de inversión, de
apoderarse de mercados cautivos y garantizarse amplios niveles de ganancias.
Se aprobaron dos leyes en el
Congreso que allanaron el camino: La primera fue la de Reforma del
Estado que autorizó al Poder Ejecutivo Nacional a intervenir las empresas
públicas, suprimir los directorios existentes, eliminar los órganos de control,
dividir las empresas y privatizarlas concentrando todo el poder de decisión en
el Ejecutivo Nacional. La segunda fue la Ley de Emergencia Económica que
centralmente derogó las normas que diferenciaban al capital extranjero del
nacional.
Estas dos leyes y el previo
desmantelamiento de las empresas públicas permitieron no solo la venta de las
empresas a menor costo sino también, dada la magnitud de los requisitos para
los oferentes, se entregó el patrimonio nacional a los grandes grupos
económicos extranjeros y nacionales. Los tres sectores prioritarios para la
privatización fueron Energía, Comunicaciones y Transporte.
Como resultado de las
privatizaciones en general en Argentina se dieron cuatro consecuencias que
deben tomarse en cuenta en el caso venezolano. La primera es sobre
el cambio de propiedad, que es lo que se busca en Venezuela con la
apertura al sector privado, pero hay que evitar se concentre en grandes grupos
económicos, permitiendo la asociación entre los grandes grupos económicos
locales y los capitales extranjeros. La segunda consecuencia fue la desnacionalización
por medio de la cual las empresas hasta entonces del Estado argentino pasaron a
manos en muchos casos de empresas estatales de otros países como es el caso de
España o Francia. Eso se puede dar siempre y debe ser reglamentando y
controlado en el caso venezolano.
La tercera consecuencia es
la desregulación argentina que quedaba abierta a partir de la
introducción del concepto de competencia en los servicios públicos. Esta
consecuencia en Venezuela se dará al habilitar la competencia entre las empresas
de generación buscando el camino hacia la disminución de costos, pero sin que
esto amenace la calidad del servicio ni la seguridad de los trabajadores y de
la población. En el caso de la Distribución en Venezuela se debe incentivar la
competencia en la mejora de la calidad del producto y los servicios prestados a
los clientes a nivel nacional y eso puede depender, en gran parte, del modelo
de negocio que se adopte para esa actividad en particular.
Por último, la reconversión
de las empresas con implicancias directas sobre los trabajadores como la
pérdida de todos los derechos de los empleados públicos, centralmente la
pérdida de la estabilidad en el cargo y la significativa reducción de los
planteles por vía de los retiros "voluntarios". Esto ya lo logrò
Corpoelec en Venezuela, donde se han ido más de 20,000 trabajadores del
monopolio estatal.
Las particularidades de la
privatización del sector eléctrico argentino difieren del caso de Venezuela, en
particular en su estructura ya que, en Argentina, antes de la reforma del
sistema eléctrico, el país contaba con 4 empresas nacionales y dos
hidroeléctricas binacionales que garantizaban el 84% de la generación de
energía del país y que eran propietarias del 100% de la transmisión. Además,
existían dos empresas distribuidoras nacionales que abastecían el 55% del
consumo eléctrico nacional, 21 empresas provinciales que abastecían al 34% del consumo
dentro de los territorios provinciales y alrededor de 600 cooperativas privadas
que prestaban servicio al 11% restante en áreas municipales. Corpoelec es un
monopolio estatal creado en el 2007 al estatizar lo que aún quedaba del sector
privado eléctrico en el pais.
El parecido entre ambos países
radica en su origen pues el proceso de reforma en Argentina se origina por las grandes
dificultades económicas y financieras causadas por el vaciamiento propiciado
por el gobierno al desviar los fondos propios de las empresas del sector
energía para cubrir gastos del presupuesto nacional. Asimismo, había, por
razones políticas muy fuertes, un retraso en las tarifas. Esta situación llevó
inevitablemente a la falta de inversión y de mantenimiento de los sistemas
provocando el deterioro de la calidad del servicio: Cortes de suministro
permanentes, fundamentalmente en las épocas de verano, que se tornaron motivo
de malestar para el conjunto de la población, aunque ninguno de ellos llegó a
las dimensiones del apagón de 14 días en el mes de febrero de 1999. En
Venezuela, además de un gran apagón en 2019 se han dado varios apagones en los
15 años de Corpoelec y actualmente hay un racionamiento diario mínimo de 2000
MW.
Una de las características del
proceso argentino que hay que evitar en Venezuela es que, si bien en ambos
casos se iniciarían aprovechando estas dificultades, en el caso argentino se
dejò en manos de los oferentes la fijación de precios de las empresas,
absorbiendo el gobierno las deudas de estas. En Venezuela, ningun gobierno de
transición, estará en capacidad de absorber las deudas del régimen actual y
este punto requiere verse en detalle previo al proceso de privatización. ¿Cómo
tratar la deuda del sector eléctrico venezolano?
Si bien en Venezuela se busca,
con la privatización de Corpoelec, la fragmentación del proceso dividiéndolo en
Generación, Transmision y Distribución-Comercializacion, debe evitarse
sustituir el monopolio público por monopolios privados ni llegar a la
atomización de la distribución definiendo unidades de negocios minimas bajo
régimen municipal y mucho menos en manos de comunas. Esto se aplica no sòlo al
sector eléctrico sino también a la industria del gas o del petroleo, insumos
básicos para la generación de electricidad.
El mejor ejemplo en Argentina fue
el grupo español Endesa que en 1999 luego del corte de suministro de energía en
la Ciudad de Buenos Aires (que se prolongó durante 14 días), el grupo se quedó
con el control de su homónima chilena Endesa y del grupo Enersis con lo que
logró acceder al 65,6% de Edesur (distribuidora de la zona sur del área
metropolitana de Buenos Aires), cuando ya contaba con el 37% de Edenor
(distribuidora de la zona norte) y pasó a controlar las mayorías accionarias de
las Centrales de generación térmica Costanera, Dock Sud y Termoeléctrica Buenos
Aires. Asimismo, controlaba minoritariamente la Central Hidroeléctrica El
Chocón (Neuquén) y la transmision de Yacylec de las Provincias de Corrientes y
Chaco.
A varios años de la privatización
argentina, podemos afirmar que en franca contradicción con los propósitos
declarados del marco regulatorio argentino, el supuesto intento de evitar el
monopolio y generar mayor competencia, derivó en una integración del negocio
global de la energía para las multinacionales. Esto hay que tenerlo presente en
el proceso de privatizaciones en Venezuela.
Brasil:
Privatización de Eletrobrás
El Tribunal
de Cuentas de la Unión (TCU), órgano fiscalizador del gasto público en
Brasil, aprobó el 18 mayo 2022, la propuesta de privatización de Eletrobrás, mayor empresa
eléctrica de Latinoamérica, con lo que dio aval para que el Gobierno concluya
el proceso antes de las elecciones de octubre. En caso de que el Gobierno
consiga concluir antes de las elecciones algunos trámites burocráticos aún
necesarios para el proceso de venta, ya que aún depende de ajustes con los
órganos reguladores de bolsa tanto en Brasil como en Estados Unidos, la
privatización de Eletrobrás será la primera de una estatal importante en la
gestión del presidente Jair Bolsonaro. El proceso es una prioridad del Gobierno
del líder ultraderechista, que desde que asumió su mandato, en enero de 2019,
puso en marcha una política económica de marcado tinte liberal, con énfasis en
las privatizaciones y las concesiones, destinada a reducir el tamaño del
Estado.
De acuerdo con el modelo de venta aprobado por el Congreso en
junio del año pasado, el Gobierno privatizará Eletrobrás mediante la emisión de
nuevas acciones de la estatal que serán vendidas en bolsa en una subasta
en la que el Estado no participará. Según cálculos provisionales, su
privatización, a través de ese proceso de capitalización, podría rendirle al Estado
brasileño unos 21.300 millones de dólares y reducir su participación en la
empresa del actual 60% hasta un 45%.
El modelo aprobado
dejará a la empresa sin un controlador definido y pulverizará el capital de la
empresa, que pasará a ser administrada por un consejo y una presidencia
independientes, cuyos miembros serán elegidos por mayoría de los accionistas. Pese
a la venta del control, el proceso le garantiza al Estado una “acción dorada”,
que le daría poder de veto en decisiones estratégicas de la compañía. El modelo
también excluye de la venta tanto Electronuclear, una subsidiaria de Eletrobrás
que opera las tres plantas nucleares de Brasil, como la gigantesca
hidroeléctrica Itaipú, que el Estado brasileño comparte con el paraguayo y que
es gestionada por la estatal.
Eletrobrás, responsable
por un tercio de la generación en Brasil, posee cerca de la mitad de las líneas
de transmisión del país, con una extensión sumada de más de 70.000 kilómetros
de tendidos eléctricos, y una capacidad instalada de generación de unos 50.000
megavatios (MW). Tiene como empresas secundarias a Chesf, Eletrobras
Amazonas GT, Eletronorte, Eletrosul, Furnas, CGTEE, Cepel, Eletronuclear y posee
el 50% de Itaipú Binacional.
A fines de septiembre
2022, el presidente de Eletrobras, Wilson Ferreira Júnior, dijo que no cree que
la más grande compañía eléctrica de Latinoamérica vuelva al control público si
el exmandatario Luis Inácio Lula da Silva gana las elecciones presidenciales de
octubre en Brasil, quien fue un fuerte crítico de la privatización de
Eletrobras. El alto costo que puede traer para el Gobierno la recompra de las
acciones de Eletrobras es uno de los principales factores para que eso no ocurra.
La privatización de Eletrobras se arrastraba desde hacía seis años y con la
venta de parte de las acciones de la gigante eléctrica, por las que el Estado
recaudó alrededor de unos 6.358 millones de dólares al cambio actual, la
participación pública en la compañía cayó desde un 70 % hasta cerca del 30 %. Lula
da Silva ganò por tercera vez la presidencia de Brasil el pasado 30 de octubre.
Amanecerá y veremos.
El caso de Electrobras
no luce del todo aplicable a Venezuela por varias razones. La primera de todas es que, una empresa
como Corpoelec que no llegó nunca a satisfacer los objetivos establecidos en su
creacion y que se ha vuelto inviable, no puede formar parte de por sí, del
cambio radical que requiere la apertura a la privatización de toda su infraestructura.
Es de esperar que una verdadera apertura a la privatización no se dará sino
bajo un nuevo gobierno de transición. Cualquier intento de hacerlo por parte
del actual régimen no tendría, nunca, los cambios que se desean y aspiran. Es
de esperar que primero hay que rehabilitar la oferta de generación y reducir el
racionamiento actual antes de pensar en el paso de la propiedad de la
distribución al sector privado.
La segunda razón
es que Corpoelec fue creada por el Gobierno, mediante decreto presidencial que estableció
la reorganización del Sector Eléctrico Nacional (SEN) pero todas las
empresas privadas, que se estatizaron ese mismo año, fueron compradas por PDVSA
quien aparentemente es la dueña de todas sus acciones. PDVSA puede aspirar a
venderlas para disponer de un capital importante para el pago de deudas
pendientes (72 G$), el aumento de la producción de gas y la recuperación de la
operatividad de pozos petroleros paralizados. Se precisa de una asesoría legal
independiente para aclarar el punto anterior. La tercera razón que
también hay evaluar y evitar, es lo que ha estado pasando en Brasil, donde el poder
Legislativo pretende hacer la planificación del sector eléctrico en el país.
Eso, dada la fauna de nuestras asambleas nacionales, podría tratar de
replicarse en nuestro caso, lo cual significaría que la situacion empeore y
terminen hablando de todo menos de la privatización del sector eléctrico.
La cuarta razón
que se deriva de la anterior es que, si bien el proceso de privatización estará
abierto a los aportes de especialistas del sector, el mismo debe estar bajo el
control exclusivo de los nuevos lideres del sector electrico sin que agentes
externos puedan aspirar a participar, por ejemplo, en la privatización de la Distribución que se
haría seguramente a través de la figura de Concesiones, faltando por definir el
número de empresas regionales y el modo de la venta (Asociación público-privada,
licitación pública internacional, Subasta, etc.). Esta aspiración, incluso en
un gobierno de transición, no beneficiaria en nada el proceso de privatización.
En el primer artículo de
esta saga se había dicho que, entre las opciones más utilizadas en
Latinoamérica y el Caribe (ALyC) para el desarrollo de infraestructura
están las Asociaciones Público-Privadas (APP), metodología que en
Venezuela prácticamente no ha sido utilizada en el sector eléctrico. Según la
Corporación Andina de Fomento (CAF), para el 2014, los países de la
región con mayor capacidad para movilizar inversión privada en infraestructura
a través de APP estaban Chile, Brasil, Perú, México y Colombia, en ese orden.
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